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Publicado: 25 abril, 2023 en Sin categoría

El vuelo de vuelta a la isla de molino fue algo más atropellado de lo que la joven HaFuna estaba acostumbrada. La concurrencia de HaFunos esa mañana era mucho más generosa de lo que lo era habitualmente. Måe lo achacó a la omnipresencia de aquél gigantesco nimbo que había cubierto por completo la parte superior de Ictaria, colocándose sobre el continente a modo de ominoso sombrero. El ir y venir de HaFunos se asemejaba más al de numerosos enjambres que dibujaban en el aire las rutas a las islas vecinas más concurridas, así como conectaba los puntos neurálgicos de la tristemente denominada Icteria con curiosos arcos catenarios.

            Agradeciendo sobremanera la calidez que le aportaba el abrigo que Lia le había entregado, Måe se esforzó tanto como pudo por llegar cuanto antes de vuelta al molino, temiendo que Eco se inquietase innecesariamente por su ausencia. Viendo el aspecto de Ictaria, con aquél enorme apéndice relampagueante encima, temía que el HaFuno cuernilampiño estuviese preocupado por su integridad. Lamentablemente, llegó cerca de media llamada más tarde que éste abandonase la morada que ambos compartían, de modo que ni se cruzaron.

Subió la escalera de cuerda que la llevaría a la plataforma de madera. Una vez encima de ésta, se sorprendió gratamente al ver a alguien merodeando por las inmediaciones del molino. Corrió hacia ahí, ilusionada al imaginar que no había llegado tarde, después de todo. Se quedó de piedra al comprobar que no se trataba de Eco. Una la saludó con una sonrisa, aproximándose a ella, agitando su brazo. Llevaba a la espalda una especie de mochila de gran tamaño hecha de un cajón de madera con bonitos motivos pirograbados y cuero curtido. Ambas se reunieron a mitad de camino. Måe se mostró algo inquieta al comprobar que la puerta de entrada principal del molino estaba entreabierta.

MÅE – ¿Qué haces aquí, Una?

            La HaFuna parecía a un tiempo alegre y aliviada al haberse encontrado con su compañera de la Universidad.

UNA – He venido a avisarte de…

MÅE – ¿Has entrado al molino? ¿Está Eco por ahí?

UNA – No… Yo… justo acabo de llegar…

            La joven HaFuna frunció ligeramente el entrecejo.

MÅE – ¡Eco! ¡¿Eco, estás ahí?!

            Ambas aguardaron una repuesta que no se produjo. Måe se asomó a la puerta, y comprobó que no había rastro de Eco. Snï, sin embargo, la observaba con curiosidad desde el interior de su quinqué. Al parecer, el HaFuno cuernilampiño le había obsequiado con un buen pedazo de madera antes de partir al gremio de mensajeros, y se lo estaba pasando en grande consumiéndolo.

MÅE – Parece que no está aquí…

UNA – No… No lo sé… Estaba la puerta abierta, cuando yo llegué.

MÅE – Es raro. Eco nunca se la deja abierta.

La HaFuna alzó los hombros, mostrando su desinterés al respecto, restándole importancia. A su parecer, abierta o cerrada, siempre que no estuviera protegida por un candado o vigilada, la puerta era igualmente inútil. Måe se esforzó por tranquilizarse. Eco bien podía haber olvidado cerrar la puerta, o haberla dejado entornada y que el viento la hubiese acabado de abrir. No era lo habitual, pero tampoco era tan extraño.

UNA – Me alegra ver que estás bien, Måe. Están las cosas… francamente complicadas, en Ictaria. Hay un nimbo enorme sobrevolando la ciudad.

MÅE – ¿Me lo dices o me lo cuentas? ¡Si vengo de ahí!

UNA – ¿Qué me dices?

MÅE – ¡Un poco más y no lo cuento! Ha estado a punto que se me tragase.

UNA – ¡Caray, chica! Pensaba que eras aplicada, ¡pero no hasta ese extremo!

MÅE – Un susto… ¡Ni te lo imaginas!

UNA – Venía… a prevenirte precisamente de eso. Yo… todavía estaba durmiendo allá en la isla, y un mensajero ha venido a traer la nueva que se suspendían las clases. Han evacuado incluso a los que estaban en la residencia. Al parecer ha sido bastante… aparatoso, todo.

MÅE – Si te soy sincera… No me extraña. Oye… Gracias por… por las molestias. Pero… hoy he madrugado mucho. Mucho, demasiado incluso. No hubieras podido llegar a tiempo.

UNA – A mi me viene genial, porque… tengo tiempo de repasar un poco más los apuntes, antes de mañana.

MÅE – ¿Quieres quedarte un rato, y le echamos un último vistazo juntas?

Una titubeó durante unos instantes. Por un momento Måe creyó que le respondería afirmativamente, pero de un momento a otro la expresión facial de su compañera cambió por completo.

UNA – No… Gracias pero… no. He venido sólo a avisarte. Sabía que tú también venías de lejos, y… quería evitarte el mal trago.

MÅE – Te lo agradezco. Lamentablemente, no ha servido de mucho. Pero… igualmente es loable.

UNA – ¡Nada! Tú me has ayudado mucho estas jornadas y… quería agradecértelo de algún modo. Es lo menos que podía hacer.

MÅE – No hay de qué. Tú también me has ayudado a repasar y… a no morirme de aburrimiento en el proceso.

            Ambas rieron. El semblante de Una se ensombreció de nuevo.

UNA – Lo que… cuando volvamos a clase….

            Måe puso los ojos en blanco. Sabía muy bien a lo que Una se refería.

MÅE – Sí. Puedes estar tranquila. Tú y yo, no nos conocemos.

UNA – Lo siento pero… es mejor así. No… no quiero arriesgarme a perjudicar a mi familia. Uli es demasiado influyente y… No es agradable, pero… Espero que lo entiendas.

Måe se abstuvo de responder, y ese silencio incómodo entre ambas fue suficiente respuesta para que Una se diera por aludida. Las dos HaFunas se despidieron con un cortés asentimiento de astas, y la compañera de Måe emprendió el vuelo de vuelta a la isla en la que vivía con su perfecta familia, en su bella mansión llena de joyas y trofeos, los más selectos manjares y los más recios kargúes. Måe no pudo evitar fijarse de nuevo en aquella aparatosa mochila de aspecto tan pesado que llevaba Una al lomo, preguntándose qué ocultaría en su interior.

Una vez estuvo de nuevo a solas, la joven HaFuna entró al molino y cerró tras de sí la puerta, de nuevo intranquila. Echó un vistazo en derredor, en busca de algo fuera de lo común, pero no vio nada extraño. Revisó detrás del cuadro donde Eco guardaba una bolsita con cuentas para emergencias, pero ésta estaba en su sitio, y seguía siendo igual de pesada que siempre. Los cajones del salón estaban igualmente cerrados, pero aún así abrió unos cuantos, tan solo para comprobar que todo seguía en su lugar. Subió las escaleras y echó un vistazo al ático donde Eco pasaba la mayor parte de su tiempo cuando estaba en la isla. Allá estaba todo revuelto y patas arriba. Había cajones abiertos, bártulos por el suelo y sobre la mesa, ropa y libros desperdigados por todos lados: nada fuera de lo común. Fue al entrar en su cuarto cuando descubrió que algo no andaba bien. El baúl que había junto a su mesa de trabajo estaba abierto. Ella jamás lo dejaba abierto, y Eco jamás entraba a su cuarto en su ausencia, y mucho menos parar hurgar entre sus cosas. Muchas de las telas que Lia le había regalado estaban tiradas por el suelo, o apoyadas en los bordes del baúl abierto. La joven HaFuna enseguida distinguió aquél hato aterciopelado de color pajizo donde guardaba celosamente su posesión más preciada. Estaba hecho una bola informe, tirado en el suelo, junto al baúl, vacío. Su taoré había desaparecido.

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