150

Publicado: 27 junio, 2023 en Sin categoría

ARU – No me dan buena espina, Eco…

            El HaFuno cuernilampiño se guardó el catalejo y echó un vistazo a su amiga, de negro semblante. Él estaba firmemente decidido a seguir adelante, pero en ella anidaba la semilla de la incertidumbre. Ver a semejante cantidad de HaFunos custodiando la zona del encuentro la había trastornado bastante. Era la primera vez que se encontraban en una situación similar.

ECO – No hemos llegado hasta aquí para echarnos atrás ahora.

ARU – ¿Y si es una emboscada? ¿Y si…?

ECO – ¿Prefieres que vaya yo solo? No me cuesta nada. Luego te cuento…

ARU – ¡No!

ECO – Hay un montón de HaFunos. Si nos acercamos, sólo vamos a poder salir de ahí si ellos quieren dejarnos. Eso está claro.

            Aru suspiró. Se mordió el labio inferior y adelantó una de sus manos hacia Eco, con la palma hacia arriba.

ARU – Dame una de esas máscaras, va. Antes que me arrepienta.

Sin mediar palabra, Eco echó mano del macuto y ofreció a Aru una de las máscaras. Las dos eran idénticas. Mientras la posadera se la ponía, él extrajo del macuto aquél extraño casco coronado por unas astas naturales. Se lo colocó bien firme y se apresuró a ocultar las cinchas con su furo lo mejor que pudo. Movió ligeramente la cabeza, y se sintió extraño al notar peso ahí arriba. Hacía demasiado tiempo que carecía de astas, y le resultó francamente incómodo. Tenía la sensación que se le caerían de un momento a otro, pese a ser consciente que las había asegurado muy bien.

Aru se llevó una mano al bolsillo y sacó dos semillas de forma aplanada y alargada. Era blancas como la nieve, en contraste con la palma negra de su mano. Eco, tan pronto las vio, resopló, frustrado. La posadera esbozó una sonrisa socarrona.

ECO – Oh… ¿En serio hay que tomarse eso?

ARU – Sí, y lo sabes.

ECO – Pero… Está repugnante.

ARU – Créeme que lo sé.

            Aru se llevó una a la boca y la masticó. Eco estudió su expresión facial. La posadera trató de aparentar normalidad, aunque estaba deseando echar un trago de agua para quitarse aquél desagradable sabor de la boca. Le entregó la otra semilla a Eco. El HaFuno cuernilampiño se la metió en la boca, con evidente gesto de disgusto, y también la mordió. El contenido líquido de la semilla se derramó por su boca. Era increíblemente amargo, de un sabor extremadamente desagradable y, curiosamente, seco. Ambos hicieron gárgaras con él, antes de tragar.

ARU – ¿Nos vamos?

Eco soltó una carcajada. La voz de Aru se había tornado tan grave, que resultaba incluso difícil entenderla.

ECO – Llévame con tu líder, vulgar HaFuna.

El HaFuno cuernilampiño rió de nuevo, ante su estúpida e infantil ocurrencia. Tanto, que se les escapó saliva por el hocico. El efecto que el jugo de aquella semilla provocaba en sus voces le resultaba hilarante.

ARU – Si no te lo vas a tomar en serio, más vale que no vayamos.

            Eco trató de serenarse.

ECO – Lo siento. Es que… me parece tan divertido…

ARU – Anda, cállate, que me vas a hacer reír a mí también.

Eco le guiñó un ojo. Ambos dejaron sus pertenencias ocultas bajo unas piedras, junto a unos matojos de color rojo intenso. Aru se dirigió a una zona más despejada, desde donde poder alzar el vuelo. Eco no la siguió, y ella se le quedó mirando.

ECO – ¿No olvidas algo?

ARU – ¿Qué?

ECO – La capucha.

ARU – ¡Ah!

Ambos subieron la capucha de sus negros abrigos, y anudaron la parte frontal de las mismas en sus frentes. De ese modo ocultaban su furo piloso, pero permitían que sus astas quedasen libres por encima del tejido. Eran tan grandes que sus caras, ya negras de por sí, y ocultas además por las máscaras, se volvían totalmente indiscernibles. Eco comprobó que de ese modo resultaba imposible distinguir la base de sus astas falsas, lo cual le beneficiaría para despistar a sus interlocutores.

            La isla de la que partían era tan pequeña y tenía tan poca masa, que no les hizo falta más que dar un brinco para ponerse en órbita. Sin más preámbulos, ambos emprendieron el vuelo hacia aquella otra isla tan férreamente vigilada. A duras penas se habían aproximado, cuando del escuadrón volador que sobrevolaba la isla se escindieron cuatro HaFunos, que fueron a su encuentro. Eco y Aru, que volaban dados de la mano, se las apretaron, conscientes que ya no había marcha atrás. Los centinelas que vinieron a su encuentro les invitaron, con no buenos modales, a marcharse cuanto antes de ahí.

ECO – Tenemos una cita con Fin.

            Eso pareció cambiarlo todo. Lo único de lo que disponían era de un destino y del nombre del HaFuno que les atendería al llegar. Al parecer, eso fue más que suficiente para que aquellos malcarados HaFunos pasaran de intentar evacuarles a escoltarles amablemente hacia aquél islote. Eco imaginó que les llevarían a la zona donde había más HaFunos, junto a una de aquellas edificaciones abandonadas y en ruinas, protegida por grandes lonas en todo su perímetro. Pero no fue así. Los seis hicieron tierra en una zona algo alejada de donde estaban concentrados los demás, en los alrededores de aquél pequeño poblado abandonado. Uno de los HaFunos que les habían escoltado se separó del resto, dirigiéndose a donde estaban sus demás compañeros.

            Eco y Aru se mantuvieron lo más impasibles que las circunstancias les permitieron. Estuvieron esperando en silencio, clavados al suelo como estacas, observados por aquellos HaFunos poco amistosos que no les quitaban ojo, mucho más tiempo del que les hubiera gustado. Ayudado por quien le había ido a buscar y también por un bastón muy elegante hecho de cuerno de mípalo, un HaFuno anciano de pose altanera se acercó lentamente a ellos.

Les llamó poderosamente la atención que les estuviera atendiendo a cara descubierta, sin ningún tipo de pudor. Incluso se sintieron algo mal por haber tomado tantas precauciones. Finalmente llegó a su altura, y el anciano se quitó de encima a quien le había ayudado a llegar hasta ahí. Les miró, girando ligeramente el cuello, con el ceño fruncido, tratando en apariencia de ver a través de sus máscaras.

FIN – Bienvenidos.

Deja un comentario