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Publicado: 8 enero, 2022 en Sin categoría

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Måe bajó de la lanzadera, y se sorprendió gratamente al ser capaz de reconocer dónde se encontraba. Las últimas jornadas había pateado tanto esas calles, que comenzaba a sentir algo de seguridad, pese a su discutible sentido de la orientación. No obstante, tenía bien claro que la jornada siguiente saldría bien pronto de casa, porque bajo ningún concepto estaba dispuesta a llegar tarde a clase la primera jornada. Fantaseó durante un momento con acercarse de nuevo a la Universidad para inspeccionar sus instalaciones, pues no se encontraba muy lejos, pero enseguida desestimó la idea: aún tenía trabajo por hacer en el molino, y no quería preocupar a Eco llegando más allá del ocaso.

            Al cruzar de nuevo el mercado al aire libre que había frente a la puerta de la muralla por la que abandonaría la ciudadela de Ictaria, Måe no pudo evitar fijarse en uno de aquellos puestos de artesanía local. No daba crédito a que lo hubiera podido pasar por alto las últimas veces que había caminado por ahí. El puesto era francamente pequeño, pero había optimizado su espacio mucho más de lo que parecía incluso posible. Se trataba de una pequeña mercería, que además de las telas más delicadas y bellas que ella había visto jamás, también vendía ropa tejida a mano. No tenía mucha expuesta, tan solo disponía de un par de vestidos, media docena de tocados y una camisa, pero la joven HaFuna se enamoró a primera vista.

            Al otro lado del mostrador lleno de telas de todos los colores, bobinas de hilo, botones y madejas de lana se encontraba un anciano sentado en una austera silla de madera. Su mirada estaba perdida en algún lugar indeterminado en el suelo: parecía absorto en sus pensamientos. A su lado había una HaFuna algo mayor que Måe, pero todavía muy joven. Ésta observaba divertida la expresión facial de la joven HaFuna, que estaba obnubilada por cuanto le mostraban sus ojos. A Hedonia no acostumbraba a llegar material de semejante calidad y delicadeza. No se arrepentía en absoluto por el gremio que los pensadores habían escogido para ella, pero en esos momentos se lamentó por no haber entrado en el de hilanderos: su mayor deseo desde que era una cachorra de HaFuno.

LIA – ¿Te puedo ayudar en algo, bonita?

            Måe sonrió a la tendera. Le llamó la atención su atuendo. Estaba en entero hecho de remiendos, pero éstos dibujaban un patrón muy estudiado, con un juego de transición entre sus texturas y sus colores que lo hacía francamente fascinante. Resultaba evidente que lo había cosido ella misma, con mucho esmero y dedicando una cantidad ingente de tiempo. Le sentaba como un guante, y resaltaba aún más su natural belleza.

MÅE – Me encanta vuestra tienda. ¡Todo lo que tenéis aquí es bellísimo!

LIA – Muchas gracias. Pero todo es mérito de mi abuelo, que es quien me ha enseñado todo cuanto sé.

TYN – Paparruchas.

            La tendera le dio un pequeño apretón en el hombro al que al parecer era su abuelo. Éste levantó el mentón, con una sonrisa dibujada en el rostro y la mirada perdida en un punto indeterminado del horizonte. Fue entonces cuando Måe comprendió que era ciego. Ambos ojos mostraban un color blanquecino, parecido al de la leche de mípalo.

MÅE – Acabo de llegar a Ictaria, y… ahora tengo algo de prisa, pero te prometo que pasaré por aquí muy a menudo. Me encantaría poder tejer con el material tan bueno que tenéis. Es… es un verdadero regalo para los sentidos.

            Lia inclinó ligeramente la cabeza, pensativa.

LIA – ¿Eso que llevas puesto lo has tejido tú?

            Måe alzó ambos brazos, y estudió su atuendo. Llevaba puesto un peplo blanco, con ribetes de colores fríos en todas las costuras, los tirantes y en la caída del pecho. Era una prenda de ropa de corte sencillo, pero muy elegante y especialmente cómoda. Eso fue lo último que tejió antes que Ymodaba reclamase la vida del viejo Kah, por lo cual le guardaba un especial cariño. La joven HaFuna devolvió la mirada a Lia, algo sonrojada.

MÅE – Sí.

            La hilandera asintió, satisfecha.

LIA – ¿Se te da bien el ganchillo?

            Måe notó un cosquilleo en el estómago. Desde que llegase a Ictaria, todo habían sido emociones enfrentadas.

MÅE – Es una de mis técnicas favoritas. Llevo practicándola desde que tengo memoria.

            Lia echó un vistazo al mostrador y escogió una madeja de colores turquesas y aguamarinas entretejidos. Se la ofreció a Måe, sosteniéndola con una delicadeza digna de elogio. La joven HaFuna la observó, sin saber muy bien cómo reaccionar.

LIA – Toma. Hazme el favor de cogerla.

MÅE – Pero… no voy a poder pagarla.

LIA – Es un presente. No solemos encontrar clientes tan entusiastas e ilusionados como tú, por aquí. Para mí es todo un honor poder ofrecértela. Estoy convencida que harás grandes cosas con ella.

            Måe asió con cuidado la madeja que Lia le ofrecía, maravillada por su suave tacto. Tan solo mirándola, se le ocurrían cientos de cosas que hacer, y estaba deseando volver al molino para poder comenzar a trabajar con ella.

MÅE – Muchísimas gracias.

            La joven HaFuna le ofreció un largo asentimiento de astas a la tendera.

LIA – Espero verte por aquí pronto.

MÅE – Te prometo que así será. Que tengáis muy buena jornada los dos. Muchas gracias de nuevo por todo.

TYN – Que Ymodaba te acompañe, joven.

            A medida que se alejaba del mercado, Måe se sorprendió a sí misma llorando. Se sintió estúpida por ello, pero no pudo evitarlo. La capital del anillo le estaba brindando un cóctel de emociones francamente difícil de digerir. Para una HaFuna de origen humilde como ella, que hasta el momento a duras penas había salido de los confines de su comarca, no estaba resultando una tarea sencilla. No obstante, cada vez estaba más convencida que Eri estaba en lo cierto, y que acabaría adorando vivir ahí. Resultaba evidente que Ictaria tenía muchas cosas malas, pero Måe se esforzó por convencerse que las cosas buenas decantarían al final la balanza.

En esta ocasión, optó por coger el ascensor de vuelta a la cara inferior de Ictaria. Afortunadamente, había aprendido la lección.

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