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Publicado: 2 noviembre, 2021 en Sin categoría

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La pendiente en esa etapa del trayecto era a todas luces ridículamente acusada. Måe estaba teniendo serias dificultades para aguantar el ritmo de Eco, que parecía aumentar a medida que se aproximaban por fin a su destino. No es que la joven HaFuna estuviera en mala forma, pero subir pendientes de esa envergadura no estaba entre sus actividades habituales. Ello se debía en parte a que en Hedonia no las había tan acusadas, y en parte a que a ella jamás se le hubiera ocurrido hacerlo a pata, pudiendo sortear dicho accidente geográfico volando.

            En condiciones normales, tan solo tendrían que subirse a un lugar alto, dejarse caer y emprender el vuelo hasta la cima deseada, sin más. Pero ahí eso sencillamente no se contemplaba, y la joven HaFuna ni siquiera se molestó en plantearle la posibilidad a Eco, pues conocía a la perfección la respuesta que obtendría.

El vuelo en la parte superior de Ictaria no esta prohibido, pero sí mal visto. En realidad, parte del motivo de dicha costumbre provenía del hecho que ahí resultaba harto más complicado practicarlo que en cualquier otro punto del anillo celeste. No hubiera resultado imposible, pero requería especial pericia y era algo más peligroso, pues la atracción que ofrecía aquél gran continente en su parte superior era mucho mayor que la de cualquier otra isla que ella hubiera sobrevolado con anterioridad, y en cualquier caso, mucho más que la de cualquiera de las pequeñas islas que conformaban el archipiélago de Hedonia.

            En la parte inferior del continente, Måe había visto numerosas redes de aterrizaje. Muchas de ellas, no obstante, se encontraban en un estado francamente deplorable, fruto sin duda del exhaustivo uso que los HaFunos locales le daban. No fue hasta entonces, cuando las echó en falta ahí arriba, que la joven HaFuna cayó en la cuenta que no había visto una sola desde que posara sus pezuñas en tierra firme al salir del edificio del ascensor. Desconocía si ello era debido a que había pocas y coincidía que no se habían cruzado con ninguna, o si por el contrario dicho elemento urbano sencillamente no existía en la parte superior del continente.

            Måe sí había visto algún que otro HaFuno sobrevolando la parte superior de Ictaria, aunque debía reconocer que de eso hacía ya mucho tiempo, antes incluso del desafortunado encuentro con Uli. Respirando con cierta dificultad por la boca, mientras seguía el camino zigzagueante que Eco dibujaba por las estrechas calles adoquinadas del casco antiguo, se preguntaba cómo lo harían los HaFunos locales para poder aterrizar, si se veían en la obligación de volar para huir de algún peligro. Podía llegar a tolerar e incluso perpetuar esa rara costumbre local, pero la ausencia de redes le pareció a todas luces una temeridad, pues un aterrizaje en tierra firme no era tarea sencilla, y podía resultar peligroso, en especial en zonas tan densamente edificadas como lo eran las del continente.

            Tras cruzar el enésimo recodo, fueron a parar a una gran plaza frente a la que se erigía un edificio enorme, con nueve grandes torres que se elevaban muchas zancadas por encima del edificio más alto de los alrededores, cada cual más alta que la anterior. Måe agradeció que Eco frenase ligeramente su ritmo, mientras avanzaban por la hermosa plaza. Se trataba de una plaza dura, con una hilera de altos y esbeltos árboles a lado y lado, que daban sombra a los edificios que se erguían en todo su perímetro, así como a los bancos sobre los que descansaban los vecinos y visitantes que se encontraban ahí en esos momentos. Pero su principal atractivo, sin lugar a dudas, residía en la gran fuente que decoraba su centro.

De planta triangular, la fuente tenía una enorme escultura que representaba a una hembra de dígramo posada sobre sus cuatro patas traseras, con el resto del cuerpo erguido. O bien no estaba a escala o se trataba de un ejemplar joven, pues tan solo duplicaba la estatura de cualquiera de las esculturas de más de una docena de HaFunos que la circundaban. Éstas estaban vestidas con un arcaico atuendo militar, y esgrimían espadas, lanzas, dagas y tridentes con los que herían el cuerpo de aquella furiosa bestia. En sus fauces radiales descansaba el cadáver de un pequeño HaFuno cuernilampiño, que no había podido escapar a tiempo de su yugo. De las múltiples heridas que le habían infligido sus enemigos brotaban borbotones de agua, que emulaban su sangre.

            Eco no le dio la menor importancia a la fuente y continuó adelante hacia el edificio de la Universidad de taumaturgia, mientras Måe le seguía de cerca, sin poder apartar la mirada de aquella magnífica obra de arte. Tuvieron que subir más de una docena de escalones hasta que finalmente llegaron a las puertas principales de la Universidad.

Aquél enorme edificio estaba construido en piedra, y su apariencia se aproximaba más la de un castillo que la de un edificio público. No en vano, cientos de ciclos atrás, en una época en la que las tres razas habían convivido en paz y armonía, había sido la residencia de una de las familias más influyentes de los HaGrúes. Por ese motivo, sus techos eran a todas luces excesivamente altos, y sus puertas desproporcionadamente anchas, al menos para un HaFuno.

Se trataba de otro de aquellos vetustos edificios erigidos por los antiguos y prácticamente olvidados HaGapimús. Muchos de los edificios que había murallas adentro, en especial los más viejos, lo eran. Había sido construido, sin el menor atisbo de duda, para perdurar. De hecho, lo había hecho más incluso que sus propios constructores, pues lamentablemente aquellos pintorescos y pequeños y habilidosos seres se habían extinguido mucho tiempo atrás, antes incluso de la Gran Escisión. Eso era algo que todo el mundo sabía.

Por fortuna, los HaGapimús habían dejado tras de sí un legado arquitectónico vastísimo y digno de loa, del que tanto HaFunos como HaGrúes habían aprendido prácticamente todo cuanto sabían a ese respecto, aunque por más que lo habían intentado a lo largo de los ciclos, jamás ninguno había llegado a semejante nivel de perfección y detallismo. Un buen ejemplo era ese mismo edificio, pues si se prestaba la atención suficiente, no era difícil distinguir zonas que habían sido reconstruidas, tratando, con mayor o menor fortuna, imitar el delicado arte de sus constructores originales.

            La HaFuna frunció ligeramente el ceño, esbozando una sonrisa, al ver cómo el furo de los brazos de Eco se erizaba al tiempo que ambos finalmente cruzaron el umbral de las enormes puertas principales de la Universidad. Éste observaba con genuina fascinación los altos techos del vestíbulo, las intrincadas escaleras que comunicaban con los aularios de las diferentes plantas, el cuidado jardín interior que se veía a través de las cristaleras y los elaborados tapices que decoraban las paredes.

Ahí dentro la piedra se fusionaba con la madera de un modo exquisito. Todo estaba iluminado por los grandes ventanales tanto de la fachada como del jardín interior, y los descomunales lucernarios en forma de bóveda que se encontraban sobre sus cabezas, que dotaban a la estancia de un acogedor ambiente cálido debido al color ambarino que con el paso de los ciclos había adoptado el cristal que los HaGapimús habían utilizado para construirlos.

La joven HaFuna sentía un nudo de regocijo en el estómago ahora que finalmente habían llegado al que sería el punto de partida en sus estudios de gremio, a su nueva vida. No obstante, en cierto modo, se podría incluso afirmar que en esos momentos Eco estaba más ilusionado y sobrecogido por cuanto veía que la propia Måe.

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