117

Publicado: 12 noviembre, 2022 en Sin categoría

117

Måe se encontraba a un lado de la viga; Lia estaba en el otro. Ambas tiraban de la pesada carreta y la guiaban por aquél pisoteado camino hacia el claro de donde emergía el Hoyo, mientras Tyn la empujaba desde detrás.

Esa había sido una jornada lectiva muy intensa para la joven HaFuna. Comenzaron con aquél examen oral sorpresa, del que no se libró un solo HaFuno, para acto seguido seguir con una nueva lección que les llevaría el resto de la jornada. Se trató de una disertación especialmente densa aunque muy interesante sobre combinatoria básica, en la que el profesor les expuso la importancia de conocer todas las disciplinas para poder llevar a cabo sus prodigios. Las caras de sus demás compañeros resultaban incluso hilarantes al verles resoplar escuchando cómo el profesor describía un prodigio tras otro y las estrechas relaciones que los unían, pero sin mover un dedo más que para escribir palabras y más palabras en el tablero de la pared. Ya hacía mucho tiempo que habían perdido la esperanza de ver prodigios en la Universidad, y mucho más de practicarlos.

El profesor Elo insistió mucho en cuán importante era ese primer curso para tomar nociones de todas las disciplinas, de cara a poder perfeccionar sus dotes e incluso idear nuevos prodigios en el futuro. En adelante deberían especializarse en una única disciplina, porque el estudio a fondo de todas les podía llevar más de una vida. No obstante, enfatizó que deberían interactuar continuamente con los especialistas del resto de disciplinas si querían ser unos buenos taumaturgos. La joven HaFuna había acabado exhausta de tanto tomar apuntes, pero estaba tan motivada que le importó bien poco.

MÅE – ¿Cómo eran las clases en la escuela de hilanderos?

Lia la miró, con una sonrisa rota.

LIA – Yo no fui a la escuela, Måe. Yo… todo lo que sé me lo enseñó mi abuelo.

TYN – Y a mí, mi madre raíz, y así sucesivamente. Allá abajo estas cosas pasan de generación en generación, no se enseñan en las escuelas.

            La joven HaFuna asintió, sin saber muy bien cómo interpretar lo que le contaban. Afortunadamente, Lia no tardó en romper el silencio.

LIA – Y en la escuela esa a la que vas tú… ¿qué te enseñan? Siempre he tenido curiosidad.

MÅE – Pues… hasta el momento tan solo hemos dado clases y más clases de teoría. Nos han explicado los orígenes de la taumaturgia, ¡empezando desde la mismísima Creación! Nos han explicado cuáles son las seis disciplinas, y las mil combinaciones que hay entre unas y otras… Nos han dado clases también de seguridad en el uso de los prodigios. Hemos aprendido al menos cien maneras diferentes de morir sin darte cuenta, tan solo por estar haciendo lo que no tienes que hacer.

LIA – ¡Caray! Yo siempre le he tenido muchísimo miedo a esas cosas.

MÅE – Qué va. ¡No es tan peligroso! Tan solo… hay que ir con cuidado de seguir unas normas muy básicas.

LIA – No lo sé… Yo… siempre le he tenido mucho respeto.

MÅE – ¿No la practicas?

            La hilandera negó concienzudamente, como si le hubiese preguntado si hacía algo de moral abiertamente cuestionable.

MÅE – Pero… ¿nada, nada?

            Lia negó de nuevo, visiblemente incómoda por la situación.

MÅE – ¿En serio? ¡Yo podría enseñarte algún truco si quieres!

LIA – No, no. ¡Quita! Eso son cosas para… para los nobles, Måe. Nosotros no… Quiero decir… ¡no te quería ofender!

MÅE – No lo has hecho, Lia.

LIA – Lo siento. De veras. Es que… nosotros somos muy pobres. Somos Icterios.

MÅE – ¡No digas eso!

LIA – Es la verdad, Måe. Nos ves aquí arriba, porque los nobles se aprovechan que vendemos las cosas más baratas que sus propios artesanos, pero… no pertenecemos aquí. Tan solo hay que ver cómo nos miran.

            La joven HaFuna mostró su indignación hinchando los carrillos.

MÅE – Allá donde yo vivía, en Hedonia, todos éramos iguales. No había pobres ni ricos. Nadie era más que nadie. Todos trabajábamos juntos, haciendo labores hombro con hombro. Aquí todo es distinto. No lo sé, pero… sí que es cierto que en la Universidad lo que más hay son hijos de nobles. Como si solo tuvieran ellos el don ¿entiendes? Parece que los que no tenemos la sangre roja… hasta sobremos, ¿sabes?

LIA – Eso no lo digas ni en broma. Como se te dé la mitad de bien hacer prodigios que coser, les vas a pasar la mano por la cara a todos. Escúchame lo que te digo.

            La joven HaFuna sonrió.

MÅE – Me da pena que pienses así, Lia. La taumaturgia… es el don que nos dio Ymodaba. Es algo peligroso, no te lo negaré, pero… también es algo muy bello. Todos deberíamos aprenderla y practicarla por igual. Todo sería mucho más sencillo así.

            La hilandera asintió, algo melancólica. Måe hubiera dado cualquier cosa por saber qué rondaba por su cabeza.

MÅE – Supongo que yo he demostrado más interés y… me he involucrado más, porque Eco me ha hablado mucho de ella, desde que era bien pequeña.

LIA – Eco era tu… ¿hermano? Recuerdo que me dijiste que no habías podido conocer a tus padres.

MÅE – Algo así. Para mí, es… Es toda mi familia. No tenemos una relación de sabia, él y yo, pero… él ha cuidado de mí desde que nací.

LIA – Eres una HaFuna afortunada, entonces.

MÅE – Doy fe que sí. Él… era taumaturgo, también. Aunque… tuvo que cambiar de profesión, porque… perdió las astas por una enfermedad.

LIA – ¿Ah, sí? ¿Qué le pasó?

MÅE – No lo sé muy bien… Fue algo así como una infección, algo muy virulento. Dice que si no se las hubiesen amputado, se habría extendido por todo su cuerpo y habría acabado muriendo. Lo pasó muy mal. Pero principalmente porque le encantaba ser taumaturgo. Es una espina que lleva clavada desde entonces, pobrecito mío.

LIA – Suerte que te tenía a ti para apoyarle.

MÅE – No, no. ¡Qué va! Eso pasó antes que yo eclosionase. Él lleva ya muchísimos ciclos cuernilampiño. Ahora es mensajero, y… le encanta. Le encanta volar por encima de todas las cosas. Ahora que no me oye… yo creo que le gusta más volar que le gustaba hacer prodigios, fíjate lo que te digo.

LIA – Me alegro que haya encontrado otra vocación. Alguna jornada nos lo tienes que presentar.

MÅE – ¡Cuando queráis! Ahora está fuera, trabajando, y… aún tardará unas jornadas más en volver, pero… ¡sí! En cuanto vuelva, una jornada me lo traigo conmigo y os lo presento.

LIA – ¡Genial!

Charlando, habían acabado en la cola del Hoyo, sin apenas darse cuenta.

Deja un comentario