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Publicado: 29 abril, 2023 en Sin categoría

Eco observaba a Måe llorar desconsoladamente echada sobre su cama, sintiendo un nudo de impotencia en la panza. Había vuelto al molino sin haber llegado siquiera a pisar el gremio. Visto lo visto, esa jornada nadie repartiría un solo mensaje en Ictaria. El nimbo había paralizado por completo la actividad en la cara superior del continente. El edificio del gremio no se había salvado de su yugo. El HaFuno cuernilampiño había vuelto a la isla del molino poco después de partir de ella, para encontrarse a Måe maldiciendo a voz en grito, mientras ponía patas arriba su cuarto en busca de su preciado taoré. Había intentado tranquilizarla, pero todo esfuerzo había sido en vano.

ECO – ¿Estás segura que lo dejaste ahí, Måe? A veces te lo dejas fuera. No sería la primera vez.

MÅE – ¿Acaso tú lo has visto por algún lado? ¡Lo he revuelto todo, Eco! Te estoy diciendo que estaba todo tirado por el suelo, y el baúl abierto, y yo nunca me lo dejo abierto. ¡He mirado en todos lados! Además, recuerdo perfectamente que lo dejé ahí, ayer mismo. Se lo ha tenido que llevar ella.

            Eco respiró hondo, tratando de encontrar el modo de apaciguar a la joven HaFuna.

ECO – No sabes si ha sido ella. No deberías…

MÅE – Estaba la puerta abierta cuando llegué y ella estaba delante, por el amor de Ymodaba. Seguro que acababa de salir, y lo llevaba encima. ¿Acaso dejaste tú la puerta abierta?

ECO – No… Al menos no que yo recuerde.

MÅE – ¡Pues ya está! Ya me previno que debíamos proteger mejor el molino, que cualquiera podría venir a robarnos. Y vaya si tenía razón, ¡ella misma!

            El HaFuno cuernilampiño se rascó la base de su ausente cornamenta. Eso era algo en lo que había pensado en más de una ocasión, últimamente. Habiendo trabajado tantas jornadas consecutivas entregando mensajes en la cara inferior de Ictaria, se había vuelto más cauto y desconfiado, algo que detestaba con toda su alma. A él mismo le habían intentado robar en más de una ocasión, por lo cual había tenido que tomar precauciones extra cuando trabajaba entregando mensajes. Allá abajo había demasiada pobreza y necesidad, y al fin y al cabo, ellos no vivían tan lejos.

Si bien dudaba seriamente que una joven Ictaria hija de HaFunos acaudalados hubiese entrado en el molino a robarles en su ausencia, el mero hecho de haber sido asaltados no le resultaba tan peregrino, dadas las circunstancias. Lo que no alcanzaba a comprender era que, de entre todo cuanto podían haberse llevado, hubiesen escogido un viejo y manoseado taoré, que el único valor real que tenía era el sentimental. Tampoco es que atesorasen grandes fortunas, pero el hecho le había resultado cuanto menos llamativo. Pero no dudaba de la palabra de Måe. Si ella decía que lo había dejado ahí, debía estar en lo cierto. Al fin y al cabo, ella era mucho más ordenada y meticulosa que él con esas cosas.

MÅE – Me apuesto lo que quieras a que ha sido cosa de Uli. Es que… ¡es como si le estuviera viendo!

La joven HaFuna le había hablado a Eco de su particular compañero de clase en alguna que otra ocasión, y nunca para decir nada bueno. El HaFuno cuernilampiño sabía que Uli era el hijo pequeño del Gobernador Lid, y por ello le resultaba muy incómodo que Måe se llevase tan mal con él.

ECO –Verter acusaciones de ese calibre sin fundamentos es algo muy feo, Måe.

            Eco le brindó una mirada muy seria a Måe, amonestándola. Ella hinchó los carrillos, enfadada.

MÅE – ¡Más feo es robar!

            Eco chistó con la lengua. La tensión se podía notar con meridiana claridad, y sabía que en cualquier momento uno de los dos podía decir algo de lo que luego se arrepentiría, por lo cual prefirió no insistir más. Snï les observaba a los dos a través de la puerta abierta del cuarto de la joven HaFuna. Él era el único en el molino que sabía qué había ocurrido con el taoré. Lamentablemente, el espíritu ígneo ni podía hablar, ni conocía el lenguaje de los HaFunos, por lo que el secreto quedaría en suspenso.

ECO – Bueno… no te preocupes, blanquita. Ya te compraré otro. Podemos ir juntos a…

            La mirada de ira que la joven HaFuna le brindó a Eco le tomó con la guardia baja y le hizo callarse al instante.

MÅE – ¡No me sirve otro, Eco! Yo quiero mi taoré, no quiero otro. Fue un regalo de Kah. ¿O es que no te acuerdas ya? ¡Y él está muerto!

            La joven HaFuna hundió de nuevo su cara en la almohada y siguió llorando escandalosamente. Eco se mordió el labio inferior, sin saber muy bien qué hacer. Se acercó a ella, se sentó a su lado en la cama y le acarició el lomo cariñosamente, tratando de tranquilizarla. La joven HaFuna no levantó la cara.

Eco, aún sobrecogido por la situación, acabó abandonando el cuarto al cabo de un rato y se puso a guisar. Escogió uno de los platos favoritos de la joven HaFuna, y poco más tarde, atraída sin duda por la seductora fragancia que había inundado el molino, Måe salió de su cuarto. Lo hizo con la cabeza gacha, aún sollozando ligeramente. Se disculpó con Eco por haberle gritado. Él le restó importancia, rozó su mejilla con la de ella y la invitó a sentarse a la mesa. Ambos comieron compartiendo un silencio incómodo.

            Pasaron la tarde los dos juntos repasando por enésima vez la lección de la que la joven HaFuna se examinaría la jornada siguiente, si aquél maldito nimbo lo permitía. Eco hacía de examinador, y ella respondía rauda a todas las preguntas que éste le formulaba, con una seguridad inusitada. Había algunas cosas con las que no estaba del todo de acuerdo, pero Måe estaba muy convencida de estar en lo cierto. Demasiado como para llevarle la contraria. Al fin y al cabo, ella las tenía más recientes.

Esa noche, la joven HaFuna se iría a dormir sin poder parar de darle vueltas a lo ocurrido, maldiciéndose una y otra vez por haber llegado tarde al molino, pero no antes de añadir una página más a la larga carta que le estaba escribiendo a su amiga Goa.

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