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Publicado: 19 noviembre, 2022 en Sin categoría

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Tahora saludó efusivamente a Lia desde su posición junto a la barrera de madera que guardaba con celo, agitando los brazos, con una sonrisa radiante dibujada en la cara. Poco a poco fueron avanzando por la larga cola, arrastrando tras de sí la carreta hasta que abuelo, nieta y Måe llegaron a la barrera y se reunieron con ella. Tahora parecía de especial buen humor esa tarde. A Måe le llamó la atención, y le resultó cuanto menos gratificante.

LIA – ¡Buenas tardes, bonita!

TAHORA – ¡Adelante! Ya pueden pasar libremente mis comerciantes favoritos. Esta es vuestra casa.

            Ella misma se encargó de apartar la barrera y permitirles el paso a los tres. El abuelo de Lia sonrió, con la mirada perdida en el cielo, mientras recolocaba a tientas algunas telas que habían quedado desordenadas cuando recogieron el puesto callejero.

LIA – Baja hoy también Måe con nosotros. Dime… ¿cuánto te debo?

            La hilandera comenzó a hurgar en su bolsita de cuentas, dispuesta a sufragar el pase de Måe, pero Tahora la tomó por la muñeca con contundencia, mientras le ofrecía un gesto de negación acompañado de una sonrisa.

TAHORA – Los amigos de mis amigos, son mis amigos, Lia. No os puedo cobrar nada.

LIA – ¿Lo dices en serio? ¡Eres muy amable!

MÅE – Gracias, Tahora.

            Tahora miró a la joven HaFuna, ofreciéndole una sonrisa especialmente generosa en dientes, con los ojos entrecerrados.

TAHORA – Yo acabo ahora el turno. ¿Puedo bajar con vosotros?

LIA – Tú eres la dueña del Hoyo, ¡faltaría más!

TAHORA – ¡Más me gustaría a mí ser la dueña de nada! Yo no soy más que una mandada, aquí.

            Una vez la plataforma estuvo firmemente sujeta en su posición en ese extremo del Hoyo, entre los cuatro llevaron la carreta al mero centro. Fue la propia Tahora la que la aseguró a la base de la plataforma, con todos aquellos cinchos y argollas que había distribuidos por la misma. Måe se maravilló por la rapidez y la eficacia con la que lo hizo: resultaba evidente que había repetido esa operación docenas sino cientos de veces en el pasado. Tomaron asiento en la parte trasera de la carreta, a la espera que la plataforma se llenase. Tyn aprovechó para encender su pipa, que previamente había cargado de aquél té de olor dulzón tan agradable cuyo origen Måe no era capaz de reconocer.

MÅE – Ya no debe faltar mucho para tu ceremonia de graduación. ¿Qué nombre quieres escoger?

            Tahora se mostró algo enojada, para acto seguido hundir la cabeza entre sus hombros, en el más estricto de los silencios. Måe se extrañó por ello.

LIA – Tahora es mayor de lo que aparenta, Måe. Aunque parece una cachorrita adorable…

            Lia le guiñó un ojo. Tahora se sonrojó, mostrando una sonrisa sincera.

LIA – A estas alturas ya podría haber escogido su nombre. ¿Verdad, Tahora?

            La HaFuna asintió, sin siquiera abrir la boca.

LIA – Su padre murió en un derrumbe, mientras trabajaba en una mina, no muy lejos de aquí, cuando ella era muy pequeña y… su madre está muy enferma. Por eso no ha podido ir a la escuela y… no se ha podido graduar. No tiene hermanos, y lleva trabajando desde muy pequeña, llevando ella sola la comida a la mesa.

De haber tenido más confianza con ella, Måe le hubiera propuesto hacer una ceremonia privada en la que escogiese su nombre, invitando a todos sus amigos, con tarta y con música en vivo. Ya se lo estaba incluso imaginando.

LIA – Yo se lo he dicho más de una vez, pero… dice que le gusta su nombre, que no quiere cambiárselo. ¿Verdad, Tahora?

TAHORA – Mi nombre lo escogió mi padre. No quiero cambiármelo sólo porque sea una estúpida tradición. No me gusta esa tradición: me gusta mi nombre.

MÅE – Lo siento si te ha molestado mi pregunta. No quise…

TAHORA – No tiene importancia.

            Lo dijo sin siquiera mirarla a la cara. Måe estaba empezando a sentirse algo incómoda.

LIA – Måe es huérfana, Tahora. Vive en una isla flotante, con un amigo de la familia que se ha hecho cargo de ella desde que era pequeña.

TAHORA – Sí, el que no tiene astas.

            La hilandera se mostró abiertamente sorprendida.

LIA – Ah, pero… ¿acaso ya os conocíais vosotras dos?

MÅE – No. Pero… sí es verdad, que la otra jornada, no hace mucho… bajé con Eco por el Hoyo. ¿Nos viste entonces, verdad?

            Lia no respondió. Tan solo mantuvo en su cara aquella sonrisa impertérrita.

MÅE – ¿Y de qué os conocéis vosotros tres?

LIA – Somos… vecinos. Más o menos. ¿Verdad, Tahora?

            Tahora hizo un gesto con la cara que Måe no acabó de entender. Måe asumió que la HaFuna no es que fuera parca en palabras, sino que su presencia la coartaba, o incluso la incomodaba, en cierto modo. Viendo el desarrollo de los acontecimientos, tomó la decisión de no seguir preguntando, por no repetir un momento tenso perfectamente prescindible como el vivido hacía tan poco.

            La plataforma comenzó a descender, sin que ninguno de los presentes hubiese caído en la cuenta que ya se había llenado del todo. Lia y Måe continuaron charlando de sus cosas de hilanderas, revisando bordados y telas en el interior de la carreta, mientras Tahora y el abuelo Tyn se limitaban a aguardar llegar al otro extremo del Hoyo, la una observando el variopinto plantel de HaFunos que les rodeaban y que caminaban por la rampa, y el otro saboreando el dulce humo de su pipa, absorto en sus pensamientos.

            Una vez llegaron al otro extremo del Hoyo, Tahora se despidió a toda prisa, y enseguida desapareció de sus vistas, perdiéndose entre la miríada de HaFunos que iban de un lado a otro, ya fuera en tierra firme o volando por encima de sus cabezas. Ello sorprendió tanto a Lia, que incluso se vio en la obligación de disculparla frente a Måe. La hilandera insistió a la joven HaFuna para que les acompañase a sus aposentos, junto a la Factoría, tentándola con invitarla a cenar, pero Måe declinó nuevamente la oferta, alegando que debía centrarse en sus estudios y dar de comer a Snï.

Abuelo y nieta la despidieron, y ésta tomó la red de aterrizaje más cercana para emprender el vuelo. Le costó mucho subir, pues el volumen de HaFunos que estaban haciendo uso de la misma era mucho más generoso que de costumbre. Cuando finalmente lo consiguió y emprendió el vuelo de vuelta al molino, tuvo que poner todos sus sentidos alerta para no chocarse con ningún otro HaFuno, aún más por la poca luz que llegaba hasta ahí, al estar el cielo parcialmente encapotado por un cúmulo bastante generoso de nimbos que auguraba una futura época de lluvias e incluso de tormentas.

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