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Publicado: 20 noviembre, 2021 en Sin categoría

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Pese a que no era la primera vez que lo visitaba, Eco no pudo evitar quedarse boquiabierto tan pronto cruzó el umbral del gremio de mensajeros de Ictaria. El edificio era a todas luces ridículamente alto, y mirar hacia arriba desde ahí resultaba incluso estresante. El vestíbulo estaba conectado en vertical con las demás plantas, y desde ahí podían verse todos y cada uno de los muelles donde naves, grandes y pequeñas, cargaban y descargaban mensajes, paquetes, cajas y sacos para repartir por todo el anillo celeste.

Pudo ver HaFunos trabajando en todos los niveles; mensajeros concienzudos y apresurados que se encargaban de hacer llegar la información y los bienes de un extremo al otro del anillo a la mayor velocidad y con el mejor de los talantes. El nivel de ruido de fondo resultaba abiertamente molesto. Después de trabajar tantos ciclos en Hedonia, donde el volumen tanto de trabajo como de plantilla eran infinitamente inferiores, Eco se sintió francamente abrumado. Estaba convencido que jamás dejaría de sorprenderle, por más tiempo que pasara.

Vació el contenido de su macuto en uno de aquellos carros con ruedas, cuyo contenido sería clasificado y redistribuido, dando así por concluido el trabajo que su anterior jefe le había encomendado. Todo el mundo parecía tener prisa, y en su camino hacia la recepción tuvo que apartarse en más de una ocasión para evitar que uno de aquellos carros lleno de correspondencia le arrollase. No tuvo tiempo siquiera de llegar al mostrador, cuando se dio cuenta que ya se habían llevado el que él había acabado de llenar, y lo habían sustituido por otro vacío. Cuando finalmente lo hizo, tuvo que hacer cola durante un buen rato antes de ser atendido por un HaFuno algo malhumorado que le hizo recordar con nostalgia a Eri.

Eco le transmitió al recepcionista la cita que tenía con el maestro del gremio, y éste, sin siquiera mirarle a la cara, accionó una palanca. Echó un vistazo al mostrador, y asintió brevemente con la cabeza antes de indicarle hacia dónde debía dirigirse. El hosco trabajador era parco en palabras y especialmente frío, pero Eco no se lo tuvo en cuenta. Måe le estaba esperando fuera, por lo que no le vendría mal agilizar el trámite.

Enseguida descartó subir haciendo uso de uno de aquellos ascensores que había en el núcleo central del curioso edificio; no tenía tanta paciencia, por lo que decidió ir a pata. Subió tantas escaleras, que llegó un momento en el que perdió incluso la cuenta. Afortunadamente, en cada rellano había una gran inscripción con el número de planta en que se encontraba, así como un detallado listado de los departamentos que en ella se podían encontrar. Definitivamente, el modo de trabajar en Ictaria distaba mucho del de Hedonia.

            A medida que se acercaba al despacho del maestro Gör, el jefe del gremio en Ictaria, el ir y venir de HaFunos, así como el ruido que le había acompañado desde que accediese al enorme edificio, fueron disminuyendo gradual y exponencialmente. Llegó un momento en el que se encontró solo en aquél amplio e iluminado pasillo, acompañado tan solo por el lejano eco de las voces de los que en breve serían sus compañeros. Finalmente dio con su objetivo. Tragó saliva y dio un par de golpes en la puerta con los nudillos. Una voz grave sonó al otro lado, invitándole a entrar.

            Eco accedió al interior. El olor dulzón del humo de un puro ya apagado aún flotaba por el ambiente. El cenicero lleno de colillas que ocupaba el centro del gran escritorio de madera tallada que había entre él y su interlocutor le delataba. La estancia era ciertamente grande, para lo poco amueblada que estaba. Un HaFuno bastante orondo se encontraba en el extremo opuesto, dándole la espalda, enmarcado por unos grandes ventanales que cubrían la cuarta pared.

La visión, desde esa particular atalaya, resultaba francamente sugestiva. En la lontananza se veían infinidad de islas flotantes, describiendo el inicio de un arco que se perdía en el horizonte, así como unos pocos nimbos cargados. Aquellas grandes cristaleras mostraban una bella panorámica de la ciudad, que parecía haber crecido rápida e irremediablemente en todas direcciones y dimensiones, como si de un incendio descontrolado se tratase. Resultaba a un tiempo bello y triste ver el modo cómo la capital de Ictæria había ido canibalizándose a sí misma para dar cabida al exponencial crecimiento demográfico. Al menos desde ahí se veía una extensa panorámica del cementerio y los altos árboles-asta que éste contenía, lo que dotaba a la estancia de un tono algo más cálido.

El maestro Gör se dio media vuelta, mostrándole una cálida sonrisa. Sus astas estaban claramente descompensadas. A juzgar por el modo cómo habían crecido, éstas debían haberse partido en algún momento durante su infancia.

GÖR – Tú debes ser Eco.

            Eco asintió, aún bastante tenso.

GÖR – He recibido muy buenas reseñas de ti, joven. Sin duda podemos utilizar HaFunos como tú en el gremio.

ECO – Gracias por tus palabras. Siempre intento dar lo mejor en mi trabajo.

GÖR – Puedes sentarte.

            Eco acató la sugerencia del que en adelante sería su jefe, pero no sin antes entregarle la carta de recomendación que su homónimo en Hedonia le había ofrecido antes de partir. El maestro Gör echó un vistazo a la carta, pero enseguida la echó a un lado. Ya había leído todo cuanto necesitaba, y había tomado una decisión al respecto mucho antes que él llegase.

GÖR – Bienvenido a nuestra gran familia, Eco.

ECO – Gracias de nuevo.

GÖR – Quiero que me cuentes… ¿Qué trae a la capital a un mensajero de los confines del anillo? No es lo habitual.

ECO – La familia.

            El maestro asintió Para la tranquilidad de Eco, no siguió indagando a ese respecto. Por un momento se vio tentado a dar más explicaciones, pero prefirió obviarlo. El maestro miró hacia una de las paredes laterales, que estaban tapizadas, en la que pendía un retrato enmarcado del Gobernador Lid. Eco enseguida lo reconoció. El autor del retrato había sido más que generoso con él; estaba vestido con el atuendo militar, a lomos de un kargú anaranjado, con el telón de fondo de la mansión familiar.

GÖR – No me voy a andar con rodeos. Tengo planes para ti, pero antes, quiero comprobar si eres tan bueno como dicen.

            Eco frunció ligeramente el ceño. Le gustaba ir siempre un paso por delante, y tenerlo todo controlado, pero últimamente le estaba costando más de la cuenta.

GÖR – Ha llegado a mis oídos tu habilidad por entregar mensajes muy lejos y muy rápido. ¿Sigues interesado en ese tipo de trabajo?

ECO – Así es.

GÖR – Me congratula que así sea. Te garantizo que aquí no te va a faltar.

            Eco tragó saliva. En esos momentos tan solo tenía a Måe en la cabeza. El maestro se levantó y volvió a darle la espalda, mirando hacia el bello espectáculo de la ciudad viva que le ofrecían los amplios ventanales de su despacho.

GÖR – Dispones del resto del día y las dos próximas jornadas para aclimatarte y acabar con la mudanza. Te quiero aquí mismo a la tercera llamada, de aquí tres jornadas. Puedes pasar recogiendo tu uniforme y tu placa ahora cuando salgas. Ya te puedes retirar.

            El maestro se llevó una mano al bolsillo que tenía en la pechera y sacó uno de aquellos gruesos puros. Lo encendió con un encendedor de fricción, de los antiguos, y se lo llevó a la boca. Inhaló una gran bocanada de humo, mientras Eco desandaba sus pasos y se despedía cortésmente de él, aún algo abrumado por lo enigmático y expeditivo que había sido Gör en el brevísimo encuentro.

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