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Publicado: 11 noviembre, 2023 en Sin categoría

Eco no daba crédito a cuanto le narraban sus ojos. Hasta el momento había estado perdido, pero en esos momentos ya no sabía ni a qué atenerse. Enseguida comprendió por qué hacían falta dos HaFunos para transportar un cofre tan pequeño. Lo que éste albergaba era a todas luces una cantidad de cuentas insana. Y no tanto por su cantidad, pese a que era más que considerable, sino por su valor, y por ende, su peso.

El valor de las cuentas lo determinaba el material del que estaban hechas: los materiales más ligeros conformaban las cuentas menos valiosas. Los más pesados eran también los más preciados. Su relación era tan limpia, que para saber el valor de un puñado de cuentas únicamente hacía falta pesarlas.

En aquél cofre tan solo había cuentas de un único mineral, de un bello color aguamarina: la bazuquela. Esas eran las más pesadas y valiosas cuentas del anillo. Desde la Gran Escisión, jamás había vuelto a encontrarse un yacimiento de dicho mineral en el anillo, de modo que sus existencias eran muy limitadas. Como con muchos otros minerales, salvo el esmirtol y la bavarita, la bazuquela se podía fabricar por arte de la alquimia, pero el proceso era tan lento y tan complejo, que no salía a cuenta, pues resultaba mucho más caro fabricarlo que el precio que podían pagar por ello.

Las cuentas estaban perfectamente ordenadas dentro del cofre, enhebradas en docenas de finas varillas dispuestas de modo que cada cuenta se apoyaba en las cuatro que tenía debajo, y servía de apoyo a una nueva cuenta junto a otras tres. El pequeño espacio no podía esta más optimizado. Sólo con lo que había en aquél cofre, Eco bien podía haber comprado una mansión, pero tras ese cofre trajeron otro igual, y acto seguido un tercero, todos con idéntico contenido.

Finalmente los guardias se colocaron a lado y lado de la única puerta de salida de la que disponía la estancia, frustrando cualquier intento de Eco por escapar, por más que el HaFuno cuernilampiño no tenía la menor intención de hacerlo. Le mataba la curiosidad por el desarrollo que estaban tomando los acontecimientos, y ser un prófugo de la justicia tampoco entraba dentro de sus planes. La voz de Ini le abstrajo de sus elucubraciones.

INI – Todo cuanto ves aquí, puede ser tuyo. Tienes libertad de tomarlo, y marcharte por tu propia pata por la puerta.

            Eco la miraba con el ceño ligeramente fruncido. No se creía una palabra de cuantas habían salido de su boca. Al ver que el HaFuno cuernilampiño no le ofrecía réplica, Ini prosiguió.

INI – Pero hay una condición.

ECO – No podía ser de otro modo.

            Eco echó un vistazo a los guardias, pero éstos se mostraban impasibles de nuevo. Parecían más bien estatuas que seres vivos. Fijó de nuevo su atención en las cuentas. Pese a que no tenía ninguna intención de tomarlas, pues no quería deber nada a esos HaFunos, no pudo evitar que su mente comenzase a divagar sobre cuánto podía hacer con ellas. Podría no tener que volver a trabajar en la vida si las racionaba bien, darle lo mejor a Måe y limitarse a proseguir con sus estudios a tiempo completo. La tentación era enorme.

INI – Todas estas cuentas y la garantía que no volveremos a molestarte jamás, a cambio de lo que guardas ahí dentro.

            Eco aferró su macuto, celoso. En su interior se encontraba el cubo que le había confiado Fin, pero también su cuaderno de viaje, a rebosar de mapas y anotaciones. Por un momento el corazón le dio un vuelco, pero enseguida se recompuso. Abrió el macuto y sacó el cubo. Los ojos de Ini adquirieron un brillo especial y una sonrisilla se dibujó en su rostro. En vistas a que no eran hostiles, Eco decidió que él también podía jugar a ese juego.

ECO – ¿Quieres esto?

            Ini asintió.

ECO – Ni siquiera sé lo que hay dentro.

INI – Motivo de más para que no lo eches en falta.

            Ini extendió su mano con la palma hacia arriba.

INI – ¿Qué me dices?

            Eco miró el cubo y acto seguido miró la mano expectante de la HaFuna.

ECO – Buen mensajero sería, si vendiese al mejor postor los mensajes que me han encomendado.

INI – Todo HaFuno tiene un precio. Y tú no eres una excepción.

            Eco sonrió. Por primera vez, era él quien tenía la sartén por el mango.

ECO – No quiero vuestras sucias cuentas.

            Ini se mostró sorprendida por esa respuesta. No ofendida, ni escandalizada, sencillamente sorprendida.

ECO – Pero sí que habría una cosa por la que os entregaría gustosamente el mensaje.

INI – Soy toda oídos.

ECO – Lamentablemente, ni con todas las cuentas del anillo podríais pagarlo.

            Eco se llevó una mano a la cicatriz de su cornamenta. Ini se dio por aludida. Eco estaba en lo cierto; de nada servirían todas esas cuentas para devolverle la capacidad de realizar prodigios.

ECO – Hay una cosa que no entiendo… ¿Por qué no me lo quitáis y listo? Quiero decir… sois tres HaFunos hechos y derechos, contra un minusválido. Os ahorraríais bastantes cuentas, y… luego tan solo tendríais que atarme una piedra al tobillo y tirarme a Ictæria. Nadie tendría por qué enterarse.

            El HaFuno cuernilampiño temió estar apostando demasiado fuerte, pero se moría de ganas de entender dónde se había metido, y ese fue el mejor modo que encontró de hacerlo. Ini tomó una de las cuentas y jugueteó con ella entre los dedos.

INI – Todavía estás a tiempo de pensártelo. Nosotros no tenemos ninguna prisa, ¿verdad, chicos?

            Los miembros de la Guardia Ictaria que custodiaban la salida de aquella fría sala no se movieron ni un dedo, ni tampoco le ofrecieron réplica alguna a la HaFuna. Eco miró de nuevo aquella inconcebible suma de cuentas. La decisión estaba tomada desde hacía un buen rato.

ECO – Ni quiero ni necesito lo que me ofreces. Muchas gracias, pero si queréis este mensaje, tendréis que tomarlo de mi cadáver.

            Ini mostró un enigmático gesto de satisfacción que dejó a Eco reflexionando.

INI – ¿Es tu última respuesta?

ECO – Es mi última respuesta.

            Eco tomó aire y saltó a la piscina.

ECO – ¿Me puedo retirar?

            Ini asintió con un gesto de la cabeza, agitando las hojas de sus pobladas astas.

INI – Por supuesto. Chicos, acompañad a nuestro invitado a la salida, por favor.

            El HaFuno cuernilampiño abandonó el cuartel con un rictus de rabia en el rostro. En su interior se estaba librando una batalla de proporciones épicas. Detestaba no tener el control de lo que ocurría a su alrededor, y en esos momentos, no tenía la menor idea ni de lo que había pasado, ni de dónde se había metido, ni de quién eran en realidad sus enemigos, si es que realmente los había.

Tan pronto pisó de nuevo la calle, no pudo evitar mirar en derredor, en busca de aquella HaFuna que había estado dándole caza durante más de una llamada. Afortunadamente, no había rastro de ella, de modo que prosiguió su camino ascendente hacia las murallas que protegían el templo de Ymodaba.

comentarios
  1. Meiwes dice:

    Ha sido puesto a prueba y todo ha salido genial xD

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  2. Eco nos tiene malacostumbrados. Pero esto sólo hace que abrir una puerta con destino incierto.
    Próximamente: Respuestas. XD

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