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Publicado: 23 noviembre, 2021 en Sin categoría

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Måe se llevó un sobresalto cuando Eco posó una mano sobre su hombro. Se había quedado totalmente abstraída en sus pensamientos, observando el ir y venir de HaFunos y vehículos por aquella ancha avenida frente al gremio de mensajeros. Eco llevaba un portatrajes en el antebrazo, y la ayudó a levantarse con la mano opuesta. Ella se sorprendió por lo poco que había tardado en dar por concluida su visita al gremio, y ambos comenzaron a avanzar por la acera, compartiendo impresiones mientras zigzagueaban entre los demás transeúntes.

            En esta ocasión, Eco la llevó por un camino distinto. Consideraba importante que Måe conociera más de un modo de llegar a su destino, a sabiendas del más que discutible sentido de la orientación de la joven HaFuna y del complejo sistema urbanístico de la capital. Hubiera preferido enseñárselo desde las alturas, volando de su mano para mostrarle los hitos más reseñables, pero lamentablemente eso no era una opción si pretendían empezar con buena pata en Ictaria.

            No tardaron mucho en llegar a la principal dorma de la capital. Pese a que no había muchas, no era la única, pero definitivamente era la más grande que ambos verían jamás. La joven HaFuna se quedó de piedra al contemplarla. Desde que llegase a Ictaria había visto edificios enormes, pero ese superaba con creces todas sus expectativas. Era mucho mayor, y su forma de gusano serpenteante resultaba incluso más evidente que en la dorma de Hedonia, retorciéndose en más de una ocasión sobre sí mismo, formando niveles superpuestos donde hervía la actividad.

            Accedieron a ella por uno de sus extremos, y Måe se sorprendió al comprobar que estaba llena de comercios, a ambos lados y en hasta cuatro niveles distintos por encima de sus astas, conectados por diversas escaleras y pasarelas. Daba la impresión de ser un gran mercado cubierto más que un edificio público, y por más que Eco le corroboró que disponía de las mismas salas que el de Hedonia, amén de muchas más de distinta índole y objeto, la joven HaFuna se llevó la impresión que se trataba de un gran brindis al consumo; pequeñas tiendas de ropa, de joyas, viandas, perfumes, aderezadas por salas en las que se recitaba poesía, librerías con tantos libros que un HaFuno no podría leer en una sola vida, lugares de recreo para cachorros HaFunos e incluso galerías de arte. Le estaba resultando imposible no recordar las palabras de Eri, tal como si la estuviese escuchando en ese mismo momento.

            Eco la llevó a una zona de la dorma donde proliferaban restaurantes de todo tipo, y ambos accedieron a un pequeño local. Incluso Måe tuvo que agacharse levemente al cruzar el umbral de la puerta, pues de su dintel pendía una guirnalda hecha de triángulos de tela de todos los colores con pequeños pictogramas que relataban los platos más típicos que ahí se podían consumir. Tomaron asiento acompañados por un HaFuno a todas luces demasiado joven para estar trabajando ahí, y contemplaron la carta que había dibujada en la pared.

            Habida cuenta que Måe no conocía la enorme mayoría de esos platos, Eco decidió por ambos uno del que guardaba buen recuerdo. Se decantó por una sopa muy típica de la capital, hecha de verduras con rakuta, un tubérculo de color rojizo, muy especiada y con un toque picante que la joven HaFuna encontró delicioso. Ella nunca la había probado, y agradeció encarecidamente a Eco la sabia elección. Ambos devoraron el plato con avidez, pues estaban hambrientos, y Eco pidió de postre otro de aquellos helados de intenso color negro que tanto le habían gustado a la pequeña HaFuna, que compartieron acto seguido.

            Cuando Eco pagó por la comida, Måe no pudo evitar sentirse mal por ello. Habían gastado más en una sola jornada de lo que ella había gastado en las últimas cincuenta. Por más que Eco se esforzó por restarle importancia, Måe no paraba de insistir en que debían medir mejor sus gastos en adelante.

ECO – Un día es un día, Måe.

            La joven Hafuna negó con la cabeza.

ECO – O me dirás que no te ha gustado la sopa.

MÅE – Sí, sí que me ha gustado. Estaba riquísima.

ECO – Pues eso. Si no lo tuviera, pues… lo entiendo. Pero si sí nos lo podemos permitir, pues… limítate a dejarte llevar.

MÅE – Pero es que no es eso… Aquí todo es muy caro. Todo se paga con… cuentas. No me parece bien. Debería haber labores.

            Eco hizo un gesto de impotencia, agitando las manos.

ECO – Así son las reglas del juego, aquí. No las he inventado yo.

            Måe respiró hondo. Se sentía francamente bien con la panza llena y los quehaceres al día, pero no paraba de darle vueltas a la cabeza.

MÅE – Eco. Lo he pensado. Quiero trabajar.

ECO – ¿Todavía no has empezado siquiera las clases y ya quieres hipotecar más tiempo?

MÅE – ¡Es que me sabe mal!

ECO – Lo sé, y ello te honra, pero… es cosa mía. Deja que yo me encargue, ¿quieres?

MÅE – Ya soy adulta. No quiero ser una carga.

ECO – Y no lo eres. Vas e empezar tus estudios de gremio, y con lo que aprendas vas a poder trabajar el resto de tus jornadas. ¿Qué prisa tienes?

MÅE – No, pero… quiero hacerlo. Muchos HaFunos lo hacen.

ECO – Sí, pero no aquí, te lo puedo garantizar.

MÅE – ¿Qué culpa tengo yo de no haber nacido en un castillo? No quiero que cargues tú con todo.

            Eco esbozó una sonrisa.

MÅE – ¿No trabajaste tú, cuando estudiabas?

            El HaFuno chasqueó la lengua.

ECO – No es lo mismo.

MÅE – ¿Por qué no? Me lo puedo compaginar. No será mucho más complicado que en Hedonia. Será como… seguir haciendo labores, pero… me pagarán a cambio.

ECO – Las clases en la Universidad son bastante más exigentes que las que tú conoces.

MÅE – Y yo soy una HaFuna muy aplicada.

ECO – Eso es verdad.

            Eco rozó su mejilla con la de ella.

ECO – ¿Y qué vas a hacer, cargar raiga, o limpiar caca de mípalo?

            Ambos rieron.

MÅE – Tómame en serio.

ECO – No lo sé, Måe. Ya… ya hablaremos de eso más adelante, ¿vale?

MÅE – ¿Me lo prometes?

ECO – Te lo prometo.

            Ambos entrelazaron sus dedos, apoyando el dorso de sus manos uno contra el otro, como hacían los cachorros de HaFuno para cerrar un trato en el patio de la escuela.

ECO – Ahora será mejor que vayamos de vuelta al molino, que no quiero ir toda la jornada cargado con todos estos trastos. Si no, al final, vamos a acabar manchando la ropa.

            El camino de vuelta fue sustancialmente más rápido. Eco escogió otro de aquellos edificios que albergaban ascensores que comunicaban con la parte inferior de Ictaria. Éste estaba a menos de veinte zancadas de la red de aterrizaje más cercana, por lo cual enseguida comenzaron a volar.

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