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Publicado: 1 julio, 2023 en Sin categoría

Måe intentó abrir la puerta, pero fue incapaz. La agitó, tratando de forzarla, con el ceño fruncido. Tardó unos instantes en cerciorarse del motivo. El cerrojo resplandecía con los últimos rayos del sol azul, que enseguida se hundiría en el horizonte curvado de Ictæria antes de dar paso a la noche estrellada. Eco había hecho un trabajo excelente.

La joven HaFuna había estado charlando con Lia hasta tarde. Tan absortas se encontraban en sus ensoñaciones, que prácticamente se les había hecho de noche. Estuvieron conversando al respecto de cuantas ideas frescas Måe había ido haciendo acopio, fruto de la inspiración que las telas que había traído consigo de vuelta a la Factoría le habían brindado. No habían hecho nada de provecho en toda la tarde, pero sí mil y un planes de futuro.

Ambas pusieron en común sus ideas y proyectaron cuál sería su metodología de trabajo en equipo en adelante. Måe se sentía francamente ilusionada por ese nuevo proyecto, y se preguntaba por qué lo había postergado tanto. Desde que fuese aceptada como estudiante en el gremio de taumaturgos, había sentido que abandonaba su sueño de ser hilandera. Saber que podría cumplir ambos, y además conseguir cierta independencia de las cuentas de Eco, la hacía sentir muy bien.

Echó mano de la gruesa llave que le había entregado Eco antes de marcharse, Ymodaba sabría dónde, y la enhebró en el cerrojo, con un suspiro. Ello le recordó la pérdida de su taoré, y el hecho que con toda seguridad jamás lo recuperaría. Esas jornadas, su estado de ánimo no hacía más que virar de un extremo al otro. Cuando vivían en Hedonia, Eco alternaba etapas de entregas lejanas con etapas de entregas locales, y a duras penas le veía la mitad del tiempo. Desde que se trasladasen a Ictaria, eso parecía haber quedado en el pasado. La joven HaFuna, pese a que sabía que era algo temporal, se había acostumbrado a tenerle siempre cerca. Según le había contado el HaFuno cuernilampiño antes de marcharse, dicha dinámica se repetiría de nuevo en adelante, y eso también la entristeció.

Dentro del frío molino tan solo se encontraba Snï para hacerle compañía. Esa sería la primera de las muchas noches que pasaría sola con él. Tan solo ver su llama de color rosa pálido, que delataba que estaba dormido, se le dibujó una enorme sonrisa en el rostro. Todos sus pesares y lamentaciones quedaron atrás. Adoraba a aquél pequeño y extraño ser, y de buen grado lo habría estrujado contra su pecho, si no fuese por el hecho que haciéndolo se hubiera llevado una buena quemadura de recuerdo. Echó mano de un buen pedazo de madera de sájaco y le despertó cariñosamente. El fuego fatuo se alegró mucho de verla, y comenzó a revolotear dentro del quinqué. Ella le entregó la madera antes de dirigirse a su cuarto, con un objetivo muy claro en la cabeza.

La joven HaFuna sostuvo en su mano aquella pequeña esfera de bavarita, incapaz de dar crédito a que un objeto tan pequeño pudiese albergar tanto poder. Aún recordaba la sonrisa llena de dientes de Uli cuando Elo le felicitó por ser el mejor estudiante de la clase. El HaFuno parecía francamente satisfecho de sí mismo, pese a haber recibido ese reconocimiento principalmente por ser un fraude. Eso, sin embargo, a ella le traía sin cuidado. Måe había aprendido en el transcurso de su vida lectiva que tan solo debía preocuparse por sí misma. Quienes no seguían las normas, tarde o temprano acababan recibiendo su merecido.

Echó un vistazo a Snï, que estaba devorando con fruición la madera, visiblemente satisfecho, y salió del molino. El sol azul acababa de ponerse, y el cielo había adquirido aquél tono turquesa tan bello. La extraña ubicación de la isla del molino resultaba incluso más llamativa cuando caía la noche. Tan pronto el sol azul abandonaba la bóveda celeste, el cielo se llenaba de estrellas. Sin embargo, cuando uno alzaba la vista desde la isla del molino, daba la impresión que al cielo le faltase un pedazo. La irregular silueta de Ictaria ocultaba un buen segmento de estrellas, y daba la impresión que fuese un enorme agujero negro dispuesto a engullirlos a todos.

            Måe se acercó al huerto y se sentó en una roca de superficie plana. Desde esa roca había aprendido a cultivar la tierra desde que era prácticamente una cachorra, viendo a Eco hacer el trabajo que luego ella misma se encargaría de replicar, tan pronto pudo levantar los aperos de labranza. Pese a haberse quedado huérfana tan pequeña, la joven HaFuna había tenido una buena infancia.

            Apretó la pequeña esfera en su mano y colocó la otra en el frío suelo. Elo les había enseñado un prodigio muy sencillo a la par que muy útil esa tarde, y ella estaba dispuesta a practicarlo cuanto antes. Trató de concentrarse, pero no pudo evitar recordar a Eco. Despertar en uno la taumaturgia, si no se sabía cómo, no era tarea sencilla. Eco había tardado casi medio ciclo en conseguir que ella hiciera su primer prodigio, cuando sus astas comenzaron a despuntar. En cierto modo, no resultaba tan extraño que los habitantes de la cara inferior de Ictaria, si nadie se había molestado en instruirles cuando eran jóvenes, ignorasen o incluso temiesen a la taumaturgia.

            La transferencia fue increíblemente rápida y discreta. Tanto, que Måe llegó a convencerse que había hecho algo incorrectamente. Sin embargo, al tratar de recuperar el recuerdo que hasta entonces albergaba la esfera y encontrársela yerma, concluyó que había tenido éxito. La joven HaFuna guardó la cuenta en uno de los bolsillos interiores de la túnica negra y volvió sobre sus pasos.

            Cuando entró de nuevo al molino, Snï ya había consumido prácticamente por completo la madera. La observaba con ojitos tiernos, reclamándole más. La joven HaFuna le dijo que no, que si le daba más le acabaría sentando mal. Pero finalmente no pudo evitar coger una astilla y entregársela. Con ello consiguió que el espíritu ígneo se pusiera muy alegre, llameando de un intenso color morado. Acto seguido se dirigió a la cocina, mientras Snï devoraba la madera. Él ya había cenado y había tenido ocasión de quedar ahíto, pero ella aún estaba hambrienta.

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