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Publicado: 22 agosto, 2023 en Sin categoría

Måe se sorprendió abiertamente cuando escuchó tañer de nuevo las campanas de la espadaña. Se le había pasado la tarde volando, mientras practicaba aquél nuevo prodigio.

Tras corroborar que todos habían aprendido a deshacerse del dolor transfiriéndolo a una parte de sus cuerpos carente de terminaciones nerviosas, la profesora Maj les había enseñado a transferir una herida de un extremo a otro de su anatomía. En este caso, fue tan solo una punzada de aquella afilada aguja. Una herida minúscula que aprendieron primero a trasladar por su piel y luego a dispersar por todo su cuerpo, haciéndola desaparecer. La joven HaFuna se había deshecho de más de una docena de pequeñas heridas a esas alturas. Aún así se sentía en plena forma y deseosa de seguir recibiendo más clases prácticas. Cada vez estaba más satisfecha de la elección que había hecho el Gobernador Lid al asignarle ese gremio.

            Los alumnos comenzaron a recoger, aunque a regañadientes. Estaban deseando volver a hacerse daño para poder seguir practicando. Todos se lo habían pasado en grande.

MAJ – Bueno, bueno… Muy bien, chicos. Ya podéis marcharos, pero recordad: si queréis seguir practicando, hacedlo siempre en compañía de otro HaFuno. Lo que habéis aprendido hoy es bastante… inocuo, pero… no sería la primera vez que un alumno de primer curso se viene arriba antes de tiempo e intenta probar cosas más… complicadas. ¡Y hablo por experiencia!

            La profesora rió escandalosamente de nuevo, emitiendo aquél sonido vagamente similar al yumido de un mípalo. Pese al poco tiempo que hacía que la conocía, la joven HaFuna no pudo evitar esbozar una sonrisa al imaginársela como alumna, y compadecerse al mismo tiempo del que fuera su profesor por esos entonces. Seguramente incluso se hubieran llevado bien, pues no se parecía en nada a ninguno de sus compañeros de curso.

MAJ – Habéis hecho un buen trabajo la jornada de hoy. Nos vemos pronto, y… seguiremos practicando nuevos prodigios. Revisad vuestra agenda.

            Maj recogió todos sus bártulos y abandonó el aula a toda prisa. Daba la impresión que llegase tarde a una cita importante. Måe hizo lo propio, con la intención de salir del aula cuanto antes de vuelta al patio central de la Universidad, donde había dejado al malherido jaraí en unos matojos, bajo el árbol en el que vivía su amigo el cromatí. Su intención era la de llevar el animalejo a la Factoría, donde con toda seguridad podría recuperarse y llevar una vida larga y satisfactoria con cientos de animales de su misma especie. No hacía mucho, Lia le había enseñado la enorme sala donde cuidaban de una cantidad increíble de aquellos bichos de aspecto espeluznante, con la ayuda de los cuales tejían las más delicadas prendas que luego lucía orgullosa la aristocracia ictaria.

            No había tenido ocasión de cruzar el umbral de la puerta cuando la voz de Uli a su lomo le hizo frenar su avance.

ULI – ¡Unamåe!

            La joven HaFuna respiró hondo, con los ojos cerrados, y soltó el aire lentamente por el hocico. Se giró y se encontró de frente a una docena de HaFunos que orbitaban alrededor del hijo pequeño del Gobernador.

MÅE – ¿Qué quieres ahora, Uli?  ¿Puedes hacer el favor de dejarme en paz?

Uli negó con la cabeza, agitando sus pobladas astas.

ULI – Creo que tendrías que echar un vistazo a tu túnica.

MÅE – Mi túnica está perfectamente. Y no precisamente gracias a ti. Ahora, si no es molestia… tengo cosas que hacer. Hasta luego.

            La joven HaFuna se dio media vuelta y se encontró de frente con Una, que le barría el paso hacia la salida. Su expresión facial denotaba preocupación y sorpresa.

UNA – Måe… tu capucha…

            Måe frunció el ceño y se llevó la mano al lomo. Se sorprendió al notar un agujero del tamaño de la palma abierta de su mano en el tejido de su túnica. Alzó un poco más la mano para llevarla hasta la capucha. Entonces notó algo húmedo y cálido adherido a la tela, y no pudo evitar darle un manotazo. El jaraí cayó al suelo aparatosamente, con tan mala fortuna que quedó frente al hijo pequeño del Gobernador. Uli se adelantó y lo aplastó violentamente con la planta de su bota. El bicho no tuvo tiempo siquiera de reaccionar, antes de pasar a mejor vida. El contenido de su orondo cuerpo se extendió por el suelo, esparciendo su sangre morada en todas direcciones, obligando a los curiosos que estaban presenciando tan desafortunada escena a dar un paso atrás para no mancharse.

SID – Debe haberse salido del cubo.

PAN – ¡Ya es mala suerte que haya ido a parar ahí!

            La joven HaFuna se había quedado en estado de shock ante lo ocurrido. Era virtualmente imposible que ninguno de sus compañeros hubiera visto cómo aquél animal se alimentaba de su túnica durante las llamadas de la clase de esa tarde, pues ella había estado sentada literalmente en primera fila.

ULI – De nada.

            Måe sintió ganas de responderle, insultarle e incluso golpearle, pero se mantuvo impertérrita: no serviría para nada. Al menos no para nada bueno. No tenía idea de cuándo ni de cómo lo había hecho, pero estaba convencida que o bien él o alguno de sus adeptos la había visto llevar el jaraí al patio. Debía haberlo tomado y se lo había metido en la capucha en un despiste, consciente de la naturaleza destructiva de aquellas bestias, que se comían prácticamente cualquier cosa que se les pusiera por delante. Echó un vistazo al aplastado animal. Ni la profesora Maj podría haber hecho nada por él.

Uli arrastró su pezuña por el suelo, limpiándose los pedazos de jaraí de la planta de su calzado, con una expresión a medio camino entre la satisfacción y el orgullo de haberse podido salir con la suya martirizando a Måe una vez más, y el más genuino disgusto por el grotesco espectáculo que él mismo había propiciado. A la joven HaFuna no le extrañaría que Uli quemase sus botas tan pronto llegase de vuelta a su mansión. El hijo pequeño del Gobernador le ofreció una sonrisa llena de dientes y acto seguido hizo un gesto con la cabeza a su séquito. Todos abandonaron a la joven HaFuna. Una todavía la estaba mirando, igual de sorprendida que el resto, pero cuando Måe cruzó su mirada con la de ella, lo único que hizo fue agacharla y abandonar el aula con el resto de fieles al hijo pequeño del Gobernador.

Con bastante peor ánimo del que traía, Måe resopló indignada, se enjugó las lágrimas que amenazaban con comenzar a recorrer su hocico, y puso rumbo al mercado de la ciudadela, dándole vueltas a la cabeza sobre cómo arreglar el destrozo que el difunto jaraí había hecho en su túnica.

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