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Publicado: 24 agosto, 2021 en Sin categoría

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La asistencia al ágape no fue tan multitudinaria como la ceremonia que la precedió, pero incluso así resultaba abrumadora. Se trataba del momento perfecto para que amigos y vecinos que hacía largo tiempo que no se veían pudieran confraternizar en un entorno agradable y animado, y muchos de ellos no estaban dispuestos a perdérselo. De nuevo la orquesta amenizaba la celebración. La música que ahora sonaba era mucho más festiva, no tan grandilocuente e institucional como lo había sido durante la ceremonia.

            Måe estaba todavía demasiado afectada por los acontecimientos para pensar con claridad. Hacia mucho tiempo que había anticipado lo que podría ocurrir, y hasta entonces se creía preparada para lo que quiera que fuera que le deparase el destino. Pero la realidad había sido mucho más imprevisible de lo que ella hubiera podido imaginar. Tal como sospechaba, debería abandonar Hedonia, pero en este caso no sería para ir a una comarca vecina, si no al extremo opuesto del anillo celeste, y para hacer algo que jamás siquiera soñó, y para lo que no se sentía en absoluto preparada.

            Salió de su ensimismamiento cuando Eco la instó a prestar atención a aquella educada HaFuna que sostenía una bandeja frente a ella, repleta de dulces manjares y bebidas espirituosas. La joven Måe cogió un pequeño cáliz con zamosa caliente. Echó un vistazo a Eco, que asintió, y acto seguido agradeció a la HaFuna su trabajo. Ésta siguió su ruta errática entre los demás asistentes. Måe dio un corto sorbo a su bebida y se quedó mirando a aquél importante HaFuno que en un abrir y cerrar de ojos había puesto panza arriba toda su vida.

            Los cuatro miembros de la Guardia Ictaria no se habían separado del Gobernador ni un solo instante desde que acabase la ceremonia. La alcaldesa se encontraba junto a él, deshaciéndose en elogios, consciente de lo afortunada que había sido de contar con su visita durante su mandato. Incluso a esa distancia resultaba indiscutible que no se trataba de un HaFuno más. Parecía desprender un aura de nobleza y autoridad que resultaba incluso desagradable.

Måe giró ligeramente la cabeza hacia la entrada principal de la dorma y vio a su amiga. Goa la saludó efusivamente, enviándole besos con ambas manos. Estaba acompañada de sus madres, su hermano pequeño, sus tíos, varios primos y tres de sus abuelos. Todos se deshacían en elogios por su reciente asignación de gremio. Måe sintió una pequeña punzada de envidia sana al verla rodeada de tantos seres queridos. Entonces miró a Eco, y supo a ciencia cierta que no tenía nada que envidiar.

ECO – Estás muy callada, Måe.

MÅE – Yo… aún no lo acabo de asimilar. Es que… no tiene ningún sentido. ¿Taumaturga? ¿Yo? ¿En serio me lo estás diciendo?

La asignación de gremio de Måe le había cogido con la guardia baja, aunque ahora en frío, se sorprendía a sí mismo por no haberlo imaginado. Pensándolo en frío debía reconocer que Måe cumplía todos los requisitos necesarios para ser una excelente taumaturga.

ECO – No te confundas. No te quites mérito. Si han pensado en ti para eso, es porque te lo mereces.

MÅE – ¿Yo? ¿De qué? ¡Ni que fuera la sobrina del Gobernador!

ECO – ¿Qué quieres decir?

MÅE – No he visto que asignaran este gremio a… nadie. Nunca. Desde que tengo memoria. Se supone que ahí sólo se puede entrar si tienes la sangre roja.

ECO – Mírame a mí. ¿Tengo yo cara de ser noble?

            Måe frunció el ceño, pensativa.

MÅE – Pero… no es lo mismo. Lo tuyo fue…

ECO – Hace mucho tiempo, ¿no?

            Eco soltó una risotada.

ECO – No soy tan viejo, ¿sabes?

ERI – Eso debe ser que la taumaturgia os corre por las venas.

            Måe y Eco intercambiaron una mirada incómoda. Ambos se giraron acto seguido hacia la HaFuna, que devoraba uno de aquellos dulces autóctonos que circulaban por las bandejas.

ECO – Debe ser eso. Que todo lo bueno se pega.

ERI – Ya verás. Ictaria te va a encantar. Yo la visité el verano pasado y… Me hechizó. Me enamoré. Es un lugar… espléndido. Está todo… tan cuidado, tan… limpio. Tan… Viven a otro nivel. A otro ritmo.

            Måe era consciente que ese no era lugar para ella. Se había criado en una comarca en el límite colonizado del anillo celeste, en un lugar perdido y anodino, en el que sus habitantes eran gente trabajadora y humilde, un lugar seguro y tranquilo en el que no tenían cabida las intrigas y el frenesí de Ictaria.

ERI – Con razón es la capital del anillo. Con razón es la única ciudad que proviene íntegramente de la mismísima Ictæria.

            Måe tomó aire y exhaló un suspiro, antes de tomar otro sorbo de néctar.

ERI – ¿No estás ilusionada?

MÅE – Sí… Sí. Supongo.

ERI – El gremio de los taumaturgos, ¡ni más ni menos! Seguro que conocerás a un montón de HaFunos interesantes y… aprenderás infinidad de cosas apasionantes.

            Måe esbozó una sonrisa. Le caía bien aquella HaFuna, pero en esos momentos la estaba poniendo todavía más nerviosa e inquieta de lo que ya estaba. No dudaba que Eri tuviese razón en ninguna de sus argumentaciones, pero Måe tenía demasiadas incógnitas en la cabeza para dar crédito en esos momentos a nada de lo que ella le contaba.

            Eri no supo leer a tiempo las expresiones en las caras de sus dos interlocutores, mientras seguía deshaciéndose en elogios hacia la capital del anillo celeste. Tan pronto se giró y miró en la misma dirección que ellos, se encontró al Gobernador Lid de frente. Le ofreció un educado asentimiento, mostrándole sus bellas astas, y se hizo a un lado.

            Eco recordó una vez que había entregado un mensaje urgente en el palacio donde el Gobernador residía con su familia. Pese a que le habían atendido los custodios de la puerta de la muralla, guardaba un vívido recuerdo de aquél lugar. No en vano, en el punto más alto de aquella colina se erigía el Gran Templo. Se trataba del lugar más emblemático de toda Ictæria: la pirámide de planta triangular que habían construido los ya extintos HaGapimús en tiempos inmemoriales, que albergaba el mayor tesoro que poseía su raza, ofrenda del mismísimo Ymodaba, según contaba la leyenda.

GOBERNADOR LID – Tú debes ser Eco.

ECO – Así es.

            Eco trató de leer la expresión facial de aquél HaFuno, pero le resultó imposible distinguir si le miraba con mera prepotencia o con desprecio evidente por carecer de astas.

GOBERNADOR LID – Has hecho buen trabajo cuidando de Måe.

ECO – Gracias.

Eco se fijó en el penacho verdeazulado que tenía el Gobernador en la sien.

GOBERNADOR LID – Yo me he de marchar ya. Mis deberes me reclaman. Espero veros pronto por Ictaria.

ECO – Así será, su Majestad.

GOBERNADOR LID – Que Ymodaba os acompañe.

            Måe y Eco le ofrecieron un educado asentimiento de cabeza, y el Gobernador se dio media vuelta. Se dirigió al dirigible oficial, escoltado por los miembros de la Guardia Ictaria. Accedió a sus entrañas por la góndola. La multitud aglomerada frente a la dorma fue guardando silencio a medida que el dirigible tomaba altura. Las hélices que tenía en su parte posterior comenzaron a girar a toda velocidad, y el dirigible empezó a alejarse de Hedonia. Como si de diminutos satélites orbitando a su alrededor se tratase, los miembros de la Guardia Ictaria volaban protegiendo su perímetro. Antes que se dieran cuenta, ya no había rastro de él.

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