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Publicado: 14 agosto, 2021 en Sin categoría

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El piloto abrió la portezuela y ofreció su mano a Unamåe para que bajase los dos escalones que la separaban de tierra firme, al tiempo que inclinaba su cabeza como muestra de respeto, mostrando sus astas. Iba vestido con un uniforme de cuero muy elegante, lleno de remaches decorativos, coronado por una gorra de aviador con las gafas en la frente y orejeras, muy poco acorde al espléndido día soleado que reinaba en esa zona del anillo celeste. Unamåe se despidió de aquél pintoresco HaFuno, al que le quedaba un muy largo camino por delante, y al que probablemente no volvería a ver jamás.

Eco le dio la mano y ambos cruzaron la plaza que precedía a la dorma. Llegaban bastante pronto a juzgar por cuán despejada se encontraba la entrada. La pequeña HaFuna miraba en derredor obnubilada por el modo cómo habían engalanado aquél vetusto edificio público. Recordaba muy bien la ceremonia del ciclo anterior, y la del anterior a ese, pero ella jamás había visto la dorma adornada con semejante esmero. Estaba tan enfrascada mirando las cintas, los banderines, las guirnaldas y los globos tintados que pasó por alto la pareja de HaFunas miembros de la Guardia Ictaria que charlaban distendidamente junto al gran reloj de arena. Eco sí las vio, y frunció ligeramente el ceño, extrañado. En una comarca tan pequeña y apartada, era muy raro ver a un miembro del gremio de defensa.

La ceremonia se llevaría a cabo en el Gran Comedor, que era con diferencia la sala más grande de toda la dorma. Como ocurría cada ciclo, habían retirado todas las mesas de su posición habitual y habían colocado infinidad de sillas a modo de anfiteatro, enfocadas a un escenario en forma de arco de circunferencia decorado con un gusto exquisito. Sobre el escenario deambulaban aún parte de los HaFunos que seguían ultimando los detalles técnicos y decorativos, junto con algún que otro miembro del consejo de pensadores, que en breve darían su veredicto a los inquietos HaFunos que estaban a las puertas de entrar a la edad adulta.

Tan pronto Unamåe vio a Kurgoa, se despidió afectuosamente de Eco y corrió al encuentro de su amiga. Kurgoa iba vestida con el traje de graduación que Ena, su madre raíz, le había legado. Se trataba de un vestido de dos piezas, no por discreto menos elegante, de color ceniza con ribetes azules en las costuras y en el pecho, dibujando el contorno de su escudo familiar. Aún llevaba colocado en una de sus astas el capullo de jaraí que su hermano pequeño le había regalado la noche anterior. Ambas caminaron juntas hacia el escenario, donde su maestro, el viejo Köi, las esperaba para darles instrucciones y tratar infructuosamente de tranquilizarlas.

            Eco se disponía a tomar asiento cuando distinguió a Eri entre el escaso público que había en la dorma. La joven HaFuna estaba sentada en segunda fila y agitaba los brazos para llamar su atención, con una amplia sonrisa surcándole la cara. Hizo gestos invitándole a sentarse junto a ella, y Eco no tuvo elección. El HaFuno esbozó asimismo una sonrisa cansada y se dirigió al asiento que la HaFuna le había reservado, al tiempo que ella retiraba su bolso de viaje y comenzaba con su habitual verborrea entusiasta.

            Ese día tan solo se graduaban dieciséis HaFunos. Se trataba de una de las ceremonias de graduación menos concurridas de los últimos tiempos. Pero visto lo visto, no por ello habían reparado en esmero para sus preparativos. Era un evento que se llevaba a cabo tan solo una vez cada ciclo; un motivo de orgullo para cualquier comarca, y más aún para una tan aislada y humilde como lo era la de Hedonia.

            Poco a poco fueron llegando el resto de compañeros de clase de Unamåe y Kurgoa, y cada cual tomó su asiento asignado a la derecha del gran escenario. A medida que avanzaba la tarde, el Gran Comedor, transformado en sala de ceremonias, comenzó a llenarse más y más, de familiares y demás vecinos de la comarca y aledaños. La dorma acostumbraba a estar muy concurrida a todas horas del día, pero llegó un momento en el que hubieran podido jurar que hasta el último HaFuno de Hedonia se encontraba a resguardo bajo aquél edificio cuya estructura tanto se asemejaba a una caja inmensa torácica volteada.

            Los jóvenes HaFunos que esperaban impacientemente el momento de su graduación estaban francamente nerviosos. Unamåe podría haber jurado que no había visto a su amiga Kurgoa tan inquieta jamás. Decidió tranquilizarla, temerosa que acabase sentándole mal. Unamåe le ofreció su mano, haciendo un leve asentimiento con la cabeza. Kurgoa asintió en respuesta, y le tomó de la mano. Ambas cerraron los ojos. Unamåe se retrotrajo a un momento del pasado, una excursión que habían hecho hacía un par de ciclos a la comarca vecina, donde visitaron una reserva de animales. Se concentró en el momento en el que ambas estaban subidas a lomos de sendos kargúes domesticados.

            Entonces despertó su don y se esforzó por transmitir ese recuerdo a su amiga Kurgoa. Enseguida todo el jaleo que las circundaba se fue disipando, y ambas se encontraron reviviendo aquella hilarante escena. Kurgoa estaba a lomos de un kargú macho, y Unamåe de una hembra. Era época de celo. Ambas rememoraron el susto que se habían dado cuando el kargú de Kurgoa posó sus patas delanteras en el lomo del de Unamåe y la cubrió, y las carcajadas que precedieron, cuando el cuidador regó con la manguera al kargú macho para que cejase en su empeño, dejando empapadas a las dos pequeñas HaFunas en el proceso.

            Ese era uno de los trucos más sencillos con diferencia, el primero que Eco le había enseñado a Unamåe cuando sus astas comenzaron a despuntar. Tan solo hacía falta el contacto físico entre emisor y receptor, y se trataba de una de las transferencias más seguras, pues no entrañaba ningún peligro. A diferencia de las transferencias físicas, no eliminaba el mensaje original, si no que lo duplicaba. Funcionaba en ambas direcciones, siempre y cuando al menos uno de los dos HaFunos hubiese alcanzado la madurez.

            El encanto se disipó cuando ambas escucharon la voz de la alcaldesa de Hedonia, amplificada por aquél rudimentario aunque efectivo vocero, retumbar en las paredes de la gran sala. La ceremonia estaba a punto de comenzar.

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