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Publicado: 29 agosto, 2023 en Sin categoría

Måe fue una de las primeras alumnas en llegar al enorme patio interior de la Universidad esa mañana. Pese a que solía volver bastante tarde a la isla del molino todas las jornadas ahora que trabajaba, había tomado por costumbre madrugar algo más de lo habitual. En gran medida, dicho cambio en su rutina se había producido porque ahora no podía depender de que Eco la despertase si se dormía. El HaFuno cuernilampiño hacía ya varias jornadas que había abandonado Ictaria con una misión tan importante como lejana. Aún tardaría bastante en volver, según le había explicado a la joven HaFuna antes de partir.

Esa jornada le tocaba iniciar su primera clase de la disciplina de artes bélicas. En la puerta, cerrada, del aula donde debería haberla recibido, vio una nota hecha a mano que pregonaba la cancelación de dicha clase y les invitaba a dirigirse al patio interior. Salió por la tranquila cantina, en la que tan solo habría una docena de HaFunos tomando un breve refrigerio antes del inicio de las clases. Tuvo que sostener con ímpetu la puerta, pues la fuerza del viento luchaba por mantenerla abierta a toda costa. Aquella era una mañana especialmente ventosa, como no la había vivido en mucho tiempo. Tanto que tuvo que refrenar sus ganas de ponerse a volar ayudada por las fuertes ráfagas de viento. En jornadas como esa echaba especialmente de menos su amada Hedonia.

Parcialmente a resguardo del viento sentadas en un banco vio a dos de sus compañeras de curso. Ambas la vieron salir, pero no se molestaron siquiera en saludarla. La joven HaFuna comenzó a deambular por los generosos jardines con una tímida sonrisa dibujada en el rostro, observando las copas de los árboles en busca de su amigo cromatí, con la imagen de fondo de las altas y monolíticas torres del antiquísimo edificio HaGrú. Se encontraba de especial buen humor por haber podido posponer el inicio de sus clases de la disciplina de artes bélicas. De entre todas las disciplinas, esa era la que menos interés le despertaba. Por más que Bim había insistido en que era una disciplina elegante a la par que útil y sobre todo necesaria, no había conseguido convencer a la joven HaFuna. Según rezaba aquella breve misiva, esa jornada recibiría su primera clase práctica de la disciplina de naturología. Ésta sí despertaba en la HaFuna un alto grado de curiosidad.

            Poco a poco fueron llegando el resto de alumnos. Måe sonrió abiertamente al ver la expresión sorprendida y molesta en la cara de Uli cuando la descubrió ataviada con su túnica nueva, sin el menor atisbo de desperfecto. Sus últimos esfuerzos por dejarla en evidencia delante del resto del alumnado se habían traducido en un fracaso a medio plazo, y eso era algo de lo que la joven HaFuna se sentía francamente orgullosa. No obstante, y con razón, se había prometido estar mucho más alerta en el futuro, pues con toda seguridad el hijo pequeño del Gobernador no dudaría en volver a hacer de las suyas.

            Caída literalmente del cielo apareció una HaFuna de mediana edad, sin que ninguno de ellos la hubiera visto aproximarse. Era bastante alta y su corto furo de color ligeramente anaranjado. Vestía una túnica blanca con las mangas de intenso color azul. Los alumnos comenzaron a hablar entre sí, sorprendidos por la inesperada aparición. Måe la reconoció, pues el profesor Elo la había presentado con anterioridad: se trataba de Åta, la profesora de naturología.

ÅTA – ¡Silencio! Vamos. No me hagáis perder el tiempo.

            Los alumnos cejaron al instante su verbo, y el silencio reinó en el patio interior de la Universidad, tan solo roto por el ulular del viento que mecía sin compasión las copas de los altos árboles.

ÅTA – Ha habido un pequeño cambio de planes y hoy recibiréis vuestra primera clase de naturología. Decidme, ¿habéis notado algo distinto la jornada de hoy?

            Uli dio un paso al frente, con el mentón el alto.

ULI – Hace un viento atroz, profesora Åta.

ÅTA – Correcto. Uli… ¿no es cierto?

El hijo pequeño del Gobernador asintió, aprovechando para mostrar su cortesía inclinando sus pobladas astas, que el viento castigaba sin compasión, como a las del resto de sus compañeros. Måe puso los ojos en blanco.

ÅTA – Hay prodigios que están íntimamente ligados a las condiciones atmosféricas, y éste es uno de ellos. Hoy vais a aprender a dominar el viento a vuestro antojo. Acompañadme.

            La profesora les llevó a un claro en aquél enorme jardín, en una pequeña hondonada. En el mero centro había una gran roca esférica. Todos se colocaron a su alrededor, formando un círculo.

ÅTA – No se trata de un prodigio sencillo, pero es increíblemente útil. Enseguida lo veréis. ¡La fuerza de la naturaleza! Esa es la mayor fuente de energía de la que jamás dispondréis para llevar a cabo vuestros prodigios. La más pura y fiable de cuantas podáis imaginar. El calor de los soles. El peso de la tierra. El latido del corazón de una bestia salvaje. El viento. Todos ellos serán vuestros mejores aliados cuando practiquéis la taumaturgia. Aprendiendo a desentrañar sus secretos, podréis hacerlos vuestros, y entrar en comunión con ellos.

Los alumnos observaban a la profesora con el ceño ligeramente fruncido, sin acabar de entender muy bien sus palabras.

ÅTA – Quiero que os fijéis muy bien en lo que voy a hacer a continuación.

            La profesora se concentró. Tomó aire lentamente y miró en derredor, con las palmas de ambas manos extendidas al cielo. Allá abajo, la fuerza del viento parecía concentrarse todavía más, al carecer de fronteras que la frenasen. Todos pudieron observar cómo la dirección del viento, hasta el momento aparentemente errática, parecía redirigirse hacia el centro de la hondonada, formando un pequeño torbellino. Éste fue tomando forma y cuerpo, hasta el punto de resultar visible a sus ojos desnudos, gracias a la tierra y a las hojas secas que arrastraba a su paso. Dicha espiral de puro viento fue concentrándose más y más, hasta quedar alrededor de aquella pesada roca, que poco a poco comenzó a elevarse.

Todos observaron con fascinación cómo aquella mole de piedra, que debía pesar más que cinco HaFunos adultos, se elevaba en el aire como si de la pluma de una moghilla se tratase. Más de un grito de exclamación brotó de sus gargantas cuando ésta comenzó a dibujar círculos concéntricos en el aire, levitando por encima de sus cabezas, mientras la profesora, extasiada por su propia destreza, la dirigía como una simple marioneta.

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