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Publicado: 23 octubre, 2021 en Sin categoría

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Eco miraba con el ceño fruncido a Måe, francamente preocupado por su estado de ánimo. El desagradable encontronazo con aquél HaFuno parecía haberle afectado más de lo que él previó en primera instancia.

ECO – ¿Seguro que no quieres que te compre otro?

            La joven HaFuna hizo un gesto de negación con la cabeza, aún con la mirada perdida en la lontananza. Acto seguido le miró a los ojos, y forzó una sonrisa apesadumbrada, con la que no consiguió convencer al HaFuno.

MÅE – Gracias, Eco… pero no. Se me ha quitado hasta el hambre.

            Eco respiró hondo, mientras elevaba su vista al cielo. Esa jornada, era verde sin mácula, y en esos momentos apenas había islas flotantes orbitando por encima de sus cabezas. Hacía un rato que les habían dejado solos, pero no habían seguido avanzando por la avenida. Eco se sentía avergonzado por cuanto había ocurrido, y le costaba encontrar las palabras para dar solaz a la joven HaFuna.

Desde que abandonaran la isla del molino, todo habían sido malas experiencias, sobresaltos y encuentros desafortunados con los HaFunos locales. Ictaria era mucho más que eso, y Eco temía que Måe se llevase una visión distorsionada de la realidad. Aunque, en cualquier caso, pasaría tanto tiempo viviendo en el continente, que pese a que la primera impresión no hubiera sido la mejor, estaba convencido que la HaFuna de bien seguro acabaría adorando esa etapa de su vida. De idéntico modo que le había ocurrido a él cuando tenía su edad.

ECO – No dejes que un energúmeno como ese te amargue el día, Måe. Él… va a seguir siendo un imbécil mañana, y la única diferencia es que tú lo vas a pasar mal. En tu mano está decidir por cuánto tiempo. Si algo no tiene solución, lo más sensato es aprender a convivir con ello, y… relativizarlo. Tipos como ese, los hay por todos lados. Te lo puedo asegurar, porque yo he viajado mucho. Pero, por fortuna, son la minoría. De modo que…

            La joven HaFuna arrugó el hocico. Eco se estaba esforzando de lo lindo, y ella valoraba muy positivamente ese entusiasmo. Sin embargo, estaba demasiado abrumada por los acontecimientos. En esos momentos se sentía mal por el último comentario desafortunado que Uli le había brindado, llamándoles Icterios. De una manera vívida e incluso dolorosa se había sentido identificada con él tras su paso por la parte inferior de Ictaria, donde en cierto modo se había sabido mejor que los HaFunos con los que se habían cruzado. Ahora, más que nunca, sabía que eso no solo no era justo, sino que tampoco era moralmente aceptable. Ponerse al nivel de aquél energúmeno no era una opción, ni jamás los sería.

ECO – Haz una cosa. Dale la vuelta. Hoy es el primer día de una aventura apasionante, para la que llevas toda la vida preparándote. Quédate con lo bueno. ¡Vas a ingresar en la Universidad de taumaturgia de Ictaria, nada menos! Deberías estar excitada, no con esa cara mustia. Parece que te haya pisado un mípalo.

            Måe no pudo evitar soltar una risotada. Tenía debilidad por Eco, y él siempre parecía saber qué decir para levantar su estado de ánimo. Él había cuidado de ella desde el mismísimo día de su nacimiento, y no se había alejado de su lado prácticamente nunca hasta hacía pocos ciclos, cuando varió la rutina en su trabajo en el gremio de mensajeros, con viajes en los que podría llegar a pasarse una docena de ciclos fuera antes de reencontrarse con ella. Él era toda su familia, el HaFuno más importante de su vida, con mucha diferencia.

            La joven HaFuna asintió, convencida. Eco había hecho un gran esfuerzo alejándose de Hedonia, dejando atrás la que había sido su vida, y lo había hecho por ella, sin pedir nada a cambio, sin quejarse ni mostrar frustración o pesar alguno. No se merecía eso. Måe se esforzó al máximo por apartar de su cabeza todos aquellos malos pensamientos, y le ofreció a Eco la mejor de sus sonrisas, en esa ocasión, de manera sincera.

MÅE – No. Sí… ¡Sí! Tienes razón.

            La joven HaFuna cerró con fuerza los ojos y respiró hondo, tratando de echar a un lado todas las malas vibraciones. Ofreció su mano a Eco, y continuaron avanzando juntos por la avenida. Tuvieron que hacerse a un lado para hacer paso a un carromato movido por dos kargúes adultos, que tiraban de él en paralelo. La joven HaFuna se quedó mirando al conductor, y éste le ofreció un elegante asentimiento de cabeza, mostrándole sus grandes astas.

            A medida que avanzaban, el estado de ánimo de Måe fue mejorando. No tardó mucho en recobrar la expresión sorprendida y maravillada que le había acompañado al salir del edificio del ascensor. La miríada de edificios de exquisito diseño, los elegantes ropajes que ella no había visto jamás que llevaban los HaFunos que se cruzaban y la multitud de tiendas y puestos callejeros llenos de curiosos artilugios y exquisitos manjares que había por doquier eran tales, que su excitada atención no podía parar de virar de un lado al otro.

            Al cruzar la esquina de un edificio público cuyo uso ella no fue capaz de discernir, se encontraron con un HaFuno sentado a pocas zancadas, con la espalda apoyada en su fachada. Pese al poco tiempo que llevaba ahí, Måe reconoció enseguida que se trataba de uno de los habitantes de la cara inferior de Ictaria. Su ajado vestuario, su descuidado furo y la expresión triste de su cara le delataban.

Aquél pobre HaFuno había perdido ambas patas, y tenía las astas hechas trizas. No se privaba de mostrar sus muñones, que debían haber cicatrizado muchos ciclos antes incluso que la joven HaFuna aprendiese a caminar. Entre los agujeros que tenía su camisa Måe pudo ver su panza. Estaba muy delgado. Estaba demasiado delgado. Se mantenía escrupulosamente quieto, mirando al suelo, con ambas manos extendidas frente a sí formando un cuenco. A Måe se le hizo un nudo en la garganta.

            La joven HaFuna cruzó su mirada, suplicante, con la de Eco, y éste, sin necesidad de mediar palabra con ella, asintió y se llevó una mano a uno de los bolsillos de su cinto. Le entregó un par de cuentas rojas a Måe, y le hizo un breve asentimiento de cabeza. Ella se lo agradeció con una sonrisa, y se acercó al desafortunado HaFuno con el que se habían cruzado. Depositó las cuentas en una de sus manos, y entonces el HaFuno levantó la mirada. Sus ojos vidriosos le delataban. Prácticamente en un susurro, agradeció el gesto de Måe, deseándole que Ymodaba la bendijera a ella y a toda su familia.

Ambos se alejaron de él y continuaron su camino hacia la Universidad. Måe no pudo evitar girarse una última vez, para contemplar a aquél HaFuno. Pese a la distancia, pudo discernir con claridad que el HaFuno estaba llorando. Del mismo modo, ella no pudo evitar que una lágrima recorriese el lateral de su hocico, y acabase absorbida por el furo de su mentón.

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