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Publicado: 5 febrero, 2022 en Sin categoría

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Sin apartar las manos de los recipientes, notando cada vez con más intensidad el frío en una y el calor en la otra, Måe contempló con estupefacción a sus compañeros de clase, girando la cabeza a lado y lado de su cuello, incapaz de dar crédito a lo que le decían sus ojos morados. Se esforzó al máximo por alejar de su mente los prejuicios sobre el modo cómo el consejo de pensadores escogía a los nuevos estudiantes del gremio de taumaturgia cada ciclo. No alcanzaba a comprender cómo podían ser todos tan estúpidos; resultaba evidente que lo estaban pasando mal y se estaban lastimando, pero aún así, no parecían en absoluto dispuestos a parar. Se miraban los unos a los otros con nerviosismo, pero al parecer, con tal de no ser ellos los primeros en tirar la toalla, estaban dispuestos a llegar hasta el final. Todos excepto Uli, que mostraba una sonrisa de suficiencia, sabiéndose aventajado.

            Estaban sudando a mares, y algunos de ellos incluso respiraban con dificultad. El olor a furo tostado resultaba grotesco. Una parte de sí le imploraba a Måe que gritase a los cuatro vientos que dejasen de hacer aquello, que aquella insignia no era más importante que su salud, pero lo último que quería era ser de nuevo el centro de atención. La joven HaFuna miró al profesor Elo, buscando en él algún tipo de consuelo. Éste se encontraba de espaldas a uno de aquellos vetustos árboles, con los brazos, cruzados, observando a sus alumnos con un semblante de genuina decepción dibujado en el rostro enmarcado por su nívea vestimenta.

            Le llamó especialmente la atención uno de ellos, uno bastante orondo, cuyo recipiente estaba humeando por evaporación, a punto de comenzar a hervir. Una pequeña estalactita hecha de mucosidad pendía del extremo de su hocico, y el necio HaFuno estaba tiritando de frío. Lo estaba haciendo completamente al revés, pero estaba tan concentrado en su prodigio, que ni siquiera se había dado cuenta. Su atención viró de aquél HaFuno tan pronto notó el fulgor por el rabillo del ojo. Se trataba de Uli. El hombro de su túnica había estado humeando hasta el momento, pero ahora había comenzado a arder.

ELO – Basta. ¡Paren todos! Paren ahora mismo ¡Os lo ordeno!

            El fuego de la túnica de Uli se extendió hacia su cuello, y éste apartó la cabeza instintivamente, al tiempo que gritaba un improperio. El HaFuno trató de levantar las manos para golpear la llama y extinguirla, pero no pudo hacerlo. Ambas estaban aprisionadas por el hielo en el que había transformado el agua de su recipiente, y el hielo era demasiado pesado para levantarlo desde esa posición. Él había sido el más rápido, y el primero en hacerlo, pero esto ahora le estaba jugando a la contra. El resto de alumnos, e incluso el profesor Elo, se lo quedaron mirando, sin mover un dedo, mientras el fuego seguía extendiéndose por la tela.

Sin pensárselo dos veces, Måe sacó las manos de sus recipientes. Con una fuerza que ni ella misma supo de dónde procedía, levantó el que contenía el agua prácticamente helada sobre su cabeza y vertió su contenido encima de Uli, extinguiendo de ese modo el fuego que se había apoderado de su túnica, al tiempo que le dejaba empapado de las astas hasta las pezuñas. El HaFuno se disponía a abroncarla a voz en grito por cuanto había hecho, humillándole delante de toda la clase, pero se lo pensó mejor cuando vio que el profesor Elo, con un enfado más que merecido dibujado en el rostro, se dirigía hacia ahí. Måe volvió a toda prisa a su pupitre; le temblaban las patas.

ELO – En todos los ciclos que llevo dando clase en la Universidad, jamás había visto a un grupo de alumnos tan increíblemente incompetente como el vuestro. Ahora mismo lo único que apetecería es expulsarles a todos y a cada uno de ustedes y dar por concluido el curso.

            Un silencio incómodo, sólo mancillado por el chillido de un cromatí salvaje que descansaba en la copa de uno de aquellos altos árboles, se apoderó del patio interior.

ELO – Vienen aquí a aprender, no a demostrar que son mejor que nadie. ¿Si les digo que se tiren de cabeza a Ictæria por una maldita insignia, acaso lo harían?

            Los asustados HaFunos se miraron unos a otros, avergonzados por las palabras del profesor. Uli se estaba esforzando de lo lindo en derretir el hielo para poder liberar sus manos, y a duras penas estaba prestándole atención. Måe contempló cómo Una se llevaba las manos heladas a la nuca, tratando de refrescarse. Todos, en mayor o menor medida, estaban sufriendo las consecuencias de su negligencia. Ella era la única HaFuna de toda la clase que no había salido lastimada de aquél ejercicio.

ELO – Lo primero que deben aprender como taumaturgos es a no provocar ningún tipo de peligro, ni a los demás ni a ustedes mismos. Éste es un arte excepcionalmente bello y noble, pero al mismo tiempo increíblemente peligroso. De haber seguido adelante, podrían haber acabado todos en la enfermería. ¿Es que no pensaban parar?

            El silencio, de nuevo, fue la única respuesta que obtuvo.

ELO – Son muchos los HaFunos que han muerto practicando prodigios para los que no estaban preparados, o para los que se creían sobradamente preparados. Su paso por la Universidad no se trata de una competición. No es una carrera para ver quién llega antes. El único HaFuno contra el que deben competir, jamás, son ustedes mismos. Aquí trabajamos todos por un mismo fin, que es hacer más fácil la vida del resto de HaFunos.

            El profesor cerró los ojos, tomó aire largamente, y volvió a abrirlos, al tiempo que sacaba un pequeño parche de forma triangular de intenso color amarillo de uno de los bolsillos laterales de su túnica. Uli, todavía esforzándose por liberar sus manos del hielo, se puso en tensión, anticipando su nombramiento como vencedor. Al fin y al cabo, él había sido el primer y único HaFuno en transformar el agua de su recipiente en hielo, tal como el profesor Elo les había ordenado.

ELO – Estoy muy enojado con ustedes, pero soy un HaFuno de palabra, así que voy a hacer entrega de la insignia.

            Uli, que todavía estaba goteando, se irguió, tratando de mostrar normalidad. Por fortuna, tanto su furo como su túnica estaban tan calientes, que el agua se estaba secando muy rápido.

ELO – ¿Puede acercarse aquí, Måe?

            Los cuchicheos iniciaron al instante. La joven HaFuna miró en derredor, sin comprender lo que estaba ocurriendo.

ELO – Sí, usted. Acérquese, si es tan amable.

La joven HaFuna acató la orden de su profesor. Éste acercó la palma de la mano a su pecho, sosteniendo en ella la insignia. Måe notó un intenso calor en el pecho durante un instante, y cuando el profesor Elo apartó la mano de su túnica, contempló asombrada cómo ésta se había quedado adherida a ella. De repente, un coro de aplausos inundó el patio interior de la Universidad. Måe observó con el hocico entreabierto cómo todos los HaFunos que habían estado observándoles parapetados tras las ventanas estaban mirándola a ella, al tiempo que aplaudían y vitoreaban a voz en grito. En esos momentos hubiera preferido que se la tragase la tierra.

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