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Publicado: 12 septiembre, 2023 en Sin categoría

MÅE – Si…

LIA – Que no tienes que disculparte de nada, por el amor de Ymodaba.

MÅE – Pero si no os parece bien, no tenéis por qué…

LIA – No nos cuesta nada. Podemos probar. Quizá…

MÅE – Yo sólo…

            La hilandera tomó las manos de Måe, haciéndola así callar de una vez. Le regaló una sonrisa, con el noble objeto de tranquilizarla. Måe sentía que les estaba poniendo en un compromiso, y eso era algo que detestaba. Pero al mismo tiempo, no estaba dispuesta a tolerar que aquél pobre HaFuno siguiese viviendo a la intemperie, pasando frío, dependiendo de las limosnas de los transeúntes para alimentarse. No si estaba en su mano hacer algo por evitarlo. No quería ni imaginar la cantidad de jornadas que habría pasado en ayuno, aunque sólo viendo sus huesudas facciones, podía hacerse a la idea. No le parecía justo.

MÅE – Pero no tiene techo. No tiene… No tiene… nada.

LIA – Måe. No todos los trabajadores de la Factoría tienen un hogar. Muchos de ellos trabajan durante la jornada y por la noche duermen en los despachos del fondo. Y te puedo garantizar que ahora hay sitio de sobra ahí detrás. Más que nunca. Además, que en la Factoría lo único que necesitamos son HaFunos con ganas de…

MÅE – ¿Creéis que él podría? ¿Me lo dices de verdad?

Lia asintió. Måe estaba nerviosa. Llevaba mucho tiempo dándole vueltas a eso. Que hubiera sido esa jornada y no otra, fue meramente fruto del azar. Si el profesor Hel no les hubiese dejado salir antes de clase esa tarde, ella no habría tenido tiempo de abandonar la Ciudadela antes de dirigirse al Hoyo, y no se habría encontrado con él. En cualquier caso, el paso ya estaba dado. Y pese a que sentía cierta congoja, la joven HaFuna se sentía al mismo tiempo muy orgullosa de su decisión.

TYN – Måe, si en la Factoría hay lugar para un ciego que no puede ver siquiera la aguja que tiene entre sus dedos, sin duda habrá hueco para ese pobre HaFuno.

            Måe sonrió, observando el semblante de mirada perdida del abuelo de Lia. La hilandera le estrujó cariñosamente el hombro. El mendicante les observaba desde su plataforma de madera, a una distancia prudencial desde la que no podía oírles. Oteaba en todas direcciones. Hacía mucho tiempo que no pasaba por la Ciudadela. Demasiado, para su gusto. En esos momentos estaba más preocupado por si aparecía algún oficial de la Guardia Ictaria dispuesto a llamarle la atención que por la deliberación de aquellos tres HaFunos que estaban negociando sobre su futuro.

LIA – Venga. Ve a darle la buena noticia, va.

            La joven HaFuna asintió y se dirigió a Mio. Éste levantó el mentón para poder verla. Eso era algo a lo que Måe no estaba acostumbrada. Tan solo los cachorros de HaFuno eran más bajos que ella. Al menos hasta que pegaban el estirón. Respiró hondo y se dirigió al mendicante con una sonrisa dibujada en el hocico. Éste, por algún motivo que a ella se le escapaba, no estaba ni nervioso ni expectante; estaba increíblemente tranquilo y sereno. Buena fe de ello la daba la paz que transmitía la expresión facial de aquél rostro demacrado por el sol azul, las vetustas cicatrices y la prolongada hambre. No tener literalmente nada que perder le ofrecía una perspectiva mucho más halagüeña a su vida. Si eso no salía bien, se quedaría donde estaba, pero al menos se habría dado un divertido paseo, habría llenado la panza y habría conocido a gente interesante.

MÅE – Queremos que venga… que vengas con nosotros. Trabajamos en unos talleres textiles, donde se fabrican prendas, telas e hilos. Y… muchas más cosas. Nos gustaría enseñártelos, y… si te parece bien, podrías quedarte a trabajar con nosotros.

MIO – Será un honor para mí.

El mendicante le ofreció a la joven HaFuna un cortés asentimiento de sus ajadas astas. Acto seguido se dirigió a Lia y a Tyn, que se mantenían en un educado segundo plano presenciando la escena.

MIO – Son ustedes muy amables. Les prometo que no se arrepentirán.

            Tyn asintió, sereno. Entre las dos ayudaron a Mio a subirse a la carreta, para subir acto seguido la plataforma en la que se desplazaba de un lugar a otro. Una vez lo tuvieron todo recogido, pusieron rumbo al Hoyo. Como de costumbre, Lia y Måe tiraban de la carreta por la viga mientras Tyn la empujaba por detrás. Mio observaba todo con creciente curiosidad y el hocico entreabierto a medida que avanzaban por el empedrado camino. Estaba sentado en la banqueta frontal, desde donde el conductor debía haber guiado a los kargúes, de haberse utilizado la carreta con su propósito original.

LIA – Nos va a venir genial disponer de tus manos en la Factoría.

            Mio asintió distraído. Se sentía algo mal por no poder ayudarles a mover la carreta, obligándoles además a cargar con su peso muerto.

LIA – Se nos ha ido gran parte del personal y andamos bastante escasos de manos, últimamente. Se han marchado a las minas de Ötia, ¿sabes?

            Mio soltó una breve risotada. Måe se giró hacia atrás, curiosa por su extraña reacción.

MIO – Precisamente por esas malditas minas me encuentro en esta situación. No deja de resultar irónico que sea gracias a ellas que hayáis decidido darme esta oportunidad.

MÅE – ¿Trabajabas en las minas?

MIO – ¿Y quién no? Ahí siempre ha habido sitio para quien no tenía nada. Trabajé ahí… pues toda la vida. Hasta que…

            El mendicante tragó saliva. Se le entrecortaba la voz.

MIO – Trabajaba ahí con mi familia. Perdí a mi esposa y a mi hija en un… en un derrumbamiento. Hice lo posible por… por…

MÅE – Lo lamento mucho.

MIO – De eso hace ya muchos ciclos. Fui el único que consiguió salir con vida del derrumbamiento. Murieron muchos más HaFunos esa trágica jornada. Yo perdí mis patas, perdí mis astas y…

            El HaFuno suspiró. Sus ojos estaban vidriosos, y amenazaban con comenzar a verter amargas lágrimas de añoranza. El resto del camino lo hicieron en silencio. La joven HaFuna no osó seguir indagando en el tema, consciente que era un episodio muy doloroso de su vida. Mio se mostró muy sorprendido al descubrir el Hoyo. Pese a que se encontraba relativamente cerca del lugar donde él acostumbraba a pedir limosna, nunca había oído hablar de él, y le llamó poderosamente la atención. A medida que se acercaban a la Factoría, no obstante, empezaron a charlar de nuevo los cuatro, en un tono bastante más animado.

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