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Publicado: 11 diciembre, 2021 en Sin categoría

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Eco levantó la mirada al cielo a través de los grandes ventanales de su cuarto en el ático del molino. Aún le costaría un tiempo acostumbrarse a la nueva perspectiva que ofrecía la parte del anillo donde se habían anclado gravitacionalmente. La mitad de la panorámica la copaba la parte inferior de Ictaria, donde cientos de HaFunos seguían patas arriba, llevando a cabo sus quehaceres. La otra mitad la cubría el horizonte verde rosáceo salpicado de pequeños satélites del continente en el que residía la capital del anillo.

El sol azul estaba próximo a hundirse en el horizonte curvado de Ictæria, dispuesto a dar final a la jornada. El blanco, no obstante, estaba en el mero centro del cielo; esa no sería una noche total. Junto a Eco se encontraba el plato sucio lleno de migajas del que había comido. Cerró el libro en el que había estado trabajando las últimas llamadas y se estiró cuanto pudo para desperezar sus agarrotados músculos al tiempo que profería un grito gutural.

            Tras llevar el plato sucio a la cocina, saludó a Snï en su camino hacia el exterior del molino. Rodeó el pequeño edificio y tomó el camino que llevaba a la balsa, con un cubo a cuestas. Hundió el cubo en el frío agua, y vio emerger una miríada de burbujas, hasta que finalmente éste sucumbió y quedó totalmente sumergido. Tiró de él, ahora mucho más pesado, y se dirigió hacia aquél peculiar árbol de corteza negra como la noche, salpicando gotitas de agua a su inseguro paso. Apoyó el cubo lleno a su lado, y acarició el suave tronco. Era poco más alto que él, y jamás había dado fruto, pero aún así, Eco le tenía un especial aprecio. Sus hojas de color turquesa pálido pronto comenzarían a caer, pues se acercaba el invierno.

            Respiró hondo, con una amarga sonrisa en el hocico, mientras observaba de nuevo el cielo. Agarró el cubo, y vertió su contenido a los pies del bruno árbol. El sonido de la tierra agradeciéndole ese presente, sumado al de aquella encantadora fragancia a tierra mojada, le retrotrajo a un agradable momento de su infancia. Un brillo en el cielo le hizo perder el hilo de sus pensamientos. Enfocó la vista, y aquél borrón en la distancia poco a poco fue tomando forma, hasta que reconoció en él a Måe.

La joven HaFuna se aproximó volando a la pequeña colina que había en uno de los extremos de la isla, y se ayudó de ella para frenar su avance: siempre era más sencillo hacerlo en una pendiente ascendente. Para entonces, el sol azul ya había cruzado la línea del horizonte, aunque las estrellas aún tardarían en cubrir por entero la bóveda celeste, en parte gracias al sol blanco. Måe saludó a Eco desde lo alto de la colina y comenzó a bajarla, hasta encontrarse con él junto a la balsa. Eco la miró, sonriendo abiertamente.

ECO – No me has hecho ni caso, ¿verdad?

            Måe se esforzó por mostrar una cara seria, pero estalló en carcajadas. Negar que había hecho oídos sordos a su sugerencia hubiera resultado inútil.

MÅE – Cuando tienes razón, tienes razón, Eco. Volver volando ha sido muy mala idea.

            La joven HaFuna había estado fantaseando con ofrecerle una excusa, o con que él no se diera cuenta de lo que había hecho, pero a Eco era muy difícil tomarle el furo.

ECO – Bueno, mira. Por lo menos no hará falta que te siga insistiendo.

MÅE – No, no. He aprendido la lección. Te juro que pensaba que llegaría mañana. Es… increíble. Es enorme. ¡Parecía que no se acababa nunca!

ECO – No diré que te lo dije, pero…

            Ambos rieron. Måe se sentía mucho más relajada, ahora que sabía que no se había ganado la más que merecida regañina que temía.

MÅE – Bendito sea quien inventó esos ascensores. Valen hasta la última cuenta.

ECO – Bueno, ¿al menos te lo has pasado bien?

MÅE – ¡Mucho! Una es una buena HaFuna. Hemos estado toda la mañana charlando, en un local donde tenían unos batidos riquísimos, y… ¡espera!

Måe se llevó una mano al bolsillo lateral de su vestido, y sacó una pequeña servilleta enrollada alrededor de algo con forma vagamente esférica.

MÅE – Toma. Prueba esto.

            Eco tomó lo que le ofrecía la joven HaFuna. Encontró en el interior de la servilleta un pedazo de pasta dulce de las que ella había desayunado. Aún la estaba masticando cuando Måe le agarró del antebrazo.

MÅE – Bendito sea Ymodaba, estoy muerta de hambre, Eco. Vamos a cenar, va.

            Eco cogió el cubo, y ambos se dirigieron de vuelta al molino, mientras la joven HaFuna le explicaba sus impresiones sobre lo que había sido aquella atípica jornada. Tras un corto silencio, mientras Måe preparaba la cena con la ayuda de Snï, Eco respiró hondo, y se dirigió a ella.

ECO – Dime la verdad, Måe. ¿Has vuelto volando por pura terquedad, o porque te has quedado sin cuentas?

            Måe reflexionó durante unos instantes. Todavía se sentía algo culpable por el dispendio que había protagonizado.

MÅE – La vida ahí arriba es muy cara, Eco.

            El HaFuno frunció el ceño.

ECO – ¿Tanto te ha costado el desayuno?

MÅE – Es que… He invitado a Una, y…

            Eco negó con la cabeza.

ECO – Debía haberte dado algo más, por si…

MÅE – ¡No! No es culpa tuya.

            Eco suspiró. El dinero nunca había sido un problema en Hedonia, pero en Ictaria todo era distinto. Él más que nadie sabía lo complicado que era llevar una vida normal en un lugar como ese. Se lamentó por no haber pensado más a fondo a ese respecto. En adelante, debería cambiar su estrategia, si pretendía darle a Måe la vida que sin lugar a dudas merecía; la que él no había podido disfrutar a su edad.

ECO – La próxima vez te daré más. Te pido dis…

MÅE – ¡Que no! No, Eco. No. No. Ambos debemos aprender a vivir aquí. ¡Yo la primera! Acabamos de llegar. Yo tampoco me siento cómoda teniendo que gastar tu dinero, y…

ECO – Lo que yo gano enviando mensajes es de los dos. Ya lo sabes.

MÅE – No se trata de eso, y… Al respecto de lo que hablamos ayer…

ECO – Olvídalo, Måe. Tú preocúpate de estudiar y olvídate de todo lo demás.

MÅE – Pero no me costaría nada…

ECO – Quedamos en que ya hablaríamos de eso más adelante, cuando empezaran las clases. No hagas que me enfade, por favor.

            Ambos se aguantaron la mirada.

ECO – Además, tuve un buen presentimiento con la entrevista, ayer, en el gremio de mensajeros. Si todo va bien, quizá nos llevemos hasta una sorpresa.

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