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Publicado: 15 noviembre, 2022 en Sin categoría

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Eco dejó pasar unos instantes, apostado tras la puerta del despacho del maestro Gör. Siempre le ponía especialmente nervioso el momento de volver con el trabajo bien hecho, demasiado incluso, y tener que enfrentarse a quien se lo había encomendado. Hasta el momento, en Hedonia todo habían sido elogios y gratificaciones. Él siempre había sido el mensajero más rápido de todo el archipiélago, incluso cuando no hacía uso de los portales. Todos lo sabían, y por ello cuando la entrega se hacía fuera de los medios habituales, nadie sospechaba que hubiera hecho nada fuera de lo común. Tal era su fama. De todos modos, él siempre temía haber calculado mal, y que su rápida vuelta, en vez de traducirse como un trabajo excelente, plantara la semilla de la sospecha en su maestro de gremio, y que ello acabase reportándole gravísimos problemas. Respiró hondo y golpeó la puerta con los nudillos. Una voz grave y malhumorada sonó al otro lado.

GÖR – ¿Quién anda ahí? Tengo mucho trabajo. ¡Lárgate!

            Eco titubeó durante unos instantes, tentado a marcharse, pero acabó pensándoselo mejor. Aún más nervioso por estar desoyendo la orden directa de su superior jerárquico, prendió el tirador y abrió la puerta. Tan solo asomó su cabeza cuernilampiña por la abertura, y se dirigió a su maestro de gremio. Su mesa estaba hasta arriba de documentos; el cenicero lleno de colillas de puros apagados. El olor resultaba francamente desagradable: la sala precisaba urgentemente renovar el aire.

ECO – No te voy a robar ni un momento, tan solo quería…

GÖR – ¿Se puede saber qué haces tú aquí?

            Eco se quedó de piedra al contemplar cómo el maestro Gör daba un fuerte golpe en la mesa. Una pluma cayó al suelo y rodó hasta quedar a mitad de camino entre el gran escritorio y la puerta.

GÖR – Te dije que era un mensaje muy importante, ¡por el amor de Ymodaba! Madre raíz, no tienes ni dea de la que has liado. ¡Haz el favor de darme la carta!

            Eco, aguantándose una risa triunfal, abrió la carpeta de cuero marrón y sacó de ésta el albarán con los dos sellos, que atestiguaban que había llevado a término con éxito su misión, a diferencia de lo que el maestro Gör parecía haber inferido. De camino al escritorio recogió la pluma. Eso fue lo primero que le entregó, con lo que se ganó una nueva mirada de reproche. Acto seguido le entregó el albarán. Gör lo cogió con un rápido manotazo, visiblemente molesto, incluso arrugándolo en el proceso. Hizo una lectura en diagonal, pero por la expresión sorprendida que adoptó su rostro, Eco supo que había sido más que suficiente para entenderlo. Con una mirada incrédula y estupefacta, bajó lentamente el albarán y miró fijamente a los ojos a Eco.

ECO – Te dije que era bueno.

GÖR – Pero… ¿Pero cuánto has tardado? ¿Cómo es posible?

            El corazón de Eco estaba a punto de salírsele del pecho. En su cabeza no paraban de repetirse las siguientes palabras: Deberías haber esperado una jornada más. La enorme sonrisa que se dibujó en la cara del maestro Gör a continuación fue suficiente para que el HaFuno cuernilampiño respirase aliviado, habiéndose quitado ese enorme peso de encima.

ECO – Tengo mi propia técnica. Es un poco… arriesgada, pero muy fructífera.

GÖR – Ya veo, ya. Tenía muchas esperanzas puestas en ti, después de leer tu carta de recomendación, pero… me has dejado sin palabras. Tu anterior maestro se quedó corto. Desde luego necesitamos HaFunos como tú en el gremio.

ECO – Gracias.

GÖR – Mira, estoy teniendo un día de mierda, y al menos me has dado una alegría. Ven aquí, haz el favor.

            El maestro Gör se levantó, e invitó a Eco a acercarse. Le estrechó entre sus brazos, y le dio varias palmaditas en el lomo. El olor rancio a puro que emanaba el maestro resultaba asfixiante. Eco aprovechó para darle otro buen par de golpes al orondo HaFuno, antes que éste tomase asiento de nuevo.

GÖR – Si no fuera porque no tienes astas, hasta pensaría que has hecho algún prodigio extraño para darte más prisa.

            Gör rió ante su desafortunada ocurrencia, y Eco, aunque profundamente ofendido por el comentario, le siguió el juego, esbozando asimismo una sonrisa.

GÖR – Estoy hasta arriba de faena, y… voy a tener que ausentarme unas cuantas jornadas. Has llegado justo a tiempo, porque mañana ya no me habrías encontrado por aquí.

            Eco asintió, reflexionando sobre las implicaciones de lo que el maestro Gör acababa de decir. Temía haber calculado mal, pero había dado en el clavo. Le pasaba muy a menudo, por lo que en cierto modo ya estaba hasta acostumbrado.

GÖR – A partir de ahora, vete presentando todas las mañanas en las ventanillas de asignación. Irás haciendo entregas locales hasta mi vuelta. Te voy a meter en el sistema.

            El HaFuno cuernilampiño se esforzó por mostrar su mejor cara de indiferencia. Eso era justo lo que no quería que ocurriese. Él quería absorber las entregas urgentes de muy larga distancia, como hacía en Hedonia, y a ser posible, que éstas empezasen cuanto antes. Encargarse de las entregas locales como un mensajero novato más era lo último que deseaba hacer en esos momentos.

GÖR – Tengo que organizar unas cuantas cosas. Confía en mí. Sé paciente y obtendrás tu recompensa.

ECO – Te lo agradezco. No me vendrá mal hacer un trabajo sencillo para recuperar fuerzas, pero… confío que a tu vuelta tengas tareas más complicadas que ofrecerme. Ya sabes que me gustan los retos.

GÖR – Tienes mi palabra. Ahora, si no es molestia… te puedes retirar, que debes estar agotado de tanto volar.

            Eco asintió, pese a que se encontraba en perfecto estado, después de un sueño más que reparador y con la panza bien llena de buena comida. Se despidió cortésmente de él con un elegante asentimiento de sus ausentes astas, y cerró la puerta tras de sí. No había ido todo como él hubiera deseado, pero al menos no se habían cumplido sus peores presagios, lo que a resumidas cuentas se traducía en un éxito rotundo.

En su camino de vuelta al molino pasó por uno de aquellos sugerentes puestos de comida ambulante, y se llevó consigo mucha más comida artesana de la que ni él ni Måe podrían acabarse en dos o tres sentadas. Estaba de bastante buen humor, y deseando reencontrarse con la joven HaFuna, después de tanto tiempo alejado de ella.

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