098

Publicado: 6 septiembre, 2022 en Sin categoría

98

Eco se levantó de su asiento y se despidió cortésmente de la HaFuna que le había servido aquella humeante y deliciosa sopa bien cargada de tropezones. Abandonó el local agachándose para no golpearse en la cara con la guirnalda que coronaba la puerta, y alzó el mentón para contemplar la dorma en toda su extensión. Pese a que había visitado muchas dormas en su vida, la de Ictaria jamás dejaba de sorprenderle. Su escala siempre le producía una sensación de opresión en el pecho y de admiración ante semejante proeza arquitectónica. Pese a la hora que era, la dorma seguía mucho más concurrida de lo que él había esperado.

            El HaFuno cuernilampiño había pasado la mañana deambulando por las calles de Ictaria sin un destino claro más allá del de alejarse del gremio de mensajeros. Llevaba aquella carpeta de cuero marrón a buen recaudo en el macuto que acarreaba al lomo, protegida entre sus mudas de ropa limpia, junto a la comida que se había preparado esa mañana para el viaje de destino incierto del que ahora sí era conocedor. Había llegado hasta la dorma atraído por el gran volumen de HaFunos que entraban y salían de ella. Sin duda sería un buen lugar para pasar desapercibido.

Su deambular errático por los distintos pisos de la dorma le llevó hasta una vieja librería, que a juzgar por el cartel que pendía de su entrada, había sido regentada por seis generaciones de HaFunos de la misma familia. Eco estaba muy interesado por los libros de Historia, y había pasado tanto tiempo en la Biblioteca Central de Ictaria, escarbando incansablemente entre sus tomos, que estaba casi convencido que ésta ya raramente le depararía sorpresa alguna. Consciente que tampoco tenía nada mucho mejor que hacer, se dirigió a la librería. Al cruzar su umbral, un tendero bastante joven le dio la bienvenida.

Eco comenzó a deambular por la atestada librería. Había cientos sino miles de libros. Estaban por todos lados. Muchos de ellos formaban verdaderas montañas en el suelo, dejando estrechos pasillos para circular entre ellas y las estanterías. Éstas llegaban del suelo hasta el techo, que no era precisamente bajo. Varias escaleras con ruedas permitían acceder a los tomos más elevados. El HaFuno cuernilampiño se dirigió instintivamente hacia la sección de Historia. No tenía especial interés por la ficción, no era amante de la poesía y los tratados de los gremios, salvo los de taumaturgia, siempre le habían parecido extremadamente aburridos. Tras haber revisado todos los libros que estaban a su alcance sin encontrar nada intersante a su parecer, pidió permiso al tendero para usar una de las escaleras, y decidió inspeccionar la parte más alta.

Allá arriba los libros estaban polvorientos, y bastante peor ordenados que el resto. Muchos de ellos descansaban colocados unos encima de otros para ganar espacio, y muchos de ellos ni siquiera mostraban sus lomos. Resultaba evidente que hacía mucho tiempo que nadie prestaba demasiada atención a aquellos viejos tomos, y aunque el motivo resultaba evidente, viendo su estado y su baja calidad, Eco no se dio por vencido.

Tras un corto escrutinio, no tardó mucho en dar con uno especialmente grueso y de apariencia mucho más vetusta que el resto. Lo cogió con cuidado y sopló su cubierta, haciendo volar una miríada de polvo por el ambiente. Ello le granjeó una mirada de desaprobación del tendero. Aún así no fue suficiente, y tuvo que pasar la mano por encima de la cubierta, manchándosela de polvo, para poder ver lo que había bajo esa gruesa capa grisácea. El corazón le dio un vuelco al leer el título del libro. No por escueto le resultó menos atractivo: La fábula de Ulg.

Tan solo le hizo falta hojear media docena de páginas al tuntún para convencerse que lo necesitaba incorporar a su biblioteca. El tomo tenía incluso ilustraciones, lo cual no era muy habitual en libros de ese tipo. Se lo llevó a la axila y bajó los desgastados peldaños de la escalera con cuidado de no resbalarse. Se dirigió con paso firme al tendero, que no le había perdido ojo desde que entrase, en gran medida porque era el único cliente que tenía en la librería en esos momentos.

ECO – Quiero comprar éste libro. ¿Cuánto le debo?

            Eco entregó aquél pesado volumen al tendero y éste le echó un vistazo. Revisó cubierta y contracubierta con el ceño fruncido. Se mostró visiblemente extrañado e incluso disgustado por lo que vio.

TENDERO – ¿Esto quiere, en serio?

            Eco asintió, sin saber muy bien cómo responder a esa estúpida pregunta.

TENDERO – Lléveselo. No le cobro nada.

            El HaFuno cuernilampiño se mostró abiertamente sorprendido.

ECO – ¿Me lo dice en serio?

            El tendero asintió, con un evidente gesto de desagrado en el rostro, al tiempo que devolvía el volumen a Eco, como si sostenerlo más tiempo le fuera a provocar un sarpullido en los dedos.

TENDERO – Lleva ahí desde que yo heredé el negocio de mis madres, y nadie le ha prestado la más mínima atención en ciclos. Es usted el primero que lo baja de ahí arriba desde que yo estoy aquí. ¿Quién querría leer las hazañas de un facineroso como ese?

            Eco se vio en la obligación de responder a aquella pregunta retórica, aunque sólo fuera por justificarse.

ECO – Me gustan mucho los libros de Historia, y me encantaría conocer el modo cómo el autor ha expuesto esta etapa tan crucial de la Gran Escisión.

TENDERO – Lléveselo.

ECO – ¿Seguro que no le debo nada?

TENDERO – Al contrario. Me hace un favor si se lo lleva de aquí.

            Eco le mostró una sonrisa amable.

ECO – Muchas gracias, amable tendero.

TENDERO – Con que recuerde volver de vez en cuando a por más libros, me doy más que por pagado.

ECO – Tiene usted una librería muy bella. Así será.

            El HaFuno cuernilampiño le ofreció un cortés asentimiento al tendero. Éste no se lo correspondió. La expresión amable del rostro de Eco desapareció tan pronto se dio media vuelta. Echó un nuevo vistazo al libro y lo sopesó en sus manos. Abandonó la librería muy satisfecho por el hallazgo y ansioso por encontrar un lugar tranquilo donde comenzar a leerlo.

Deja un comentario