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Publicado: 30 julio, 2022 en Sin categoría

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Eco agradeció a la aldeana las indicaciones prestadas con un asentimiento de sus ausentas astas, y corrió calle abajo tan rápido como le permitieron sus patas. Pese a que había hecho un esfuerzo sobreHaFuno por llegar cuanto antes a Ändor, aún sentía que podría haberlo hecho mucho mejor.

Ese era el primer encargo real que había recibido desde que ingresase al cuerpo de mensajeros de Ictaria. Su principal propósito era el de forjarse una buena reputación a ojos del maestro Gör, y para ello cada instante contaba. A Måe aún le quedaban muchos ciclos para graduarse en la Universidad de taumaturgia, y él necesitaba tanto la remuneración extra que brindaban ese tipo de trabajos, como ganarse la confianza suficiente para que el maestro Gör le diera la oportunidad de viajar mucho más lejos enviando mensajes urgentes, como le habían ofrecido en Hedonia durante su última etapa en el gremio, al ver sus más que demostradas aptitudes al respecto.

            El HaFuno no había estado jamás antes en Ändor; de ahí su patente nerviosismo. Conocía a la perfección toda la geografía aérea del anillo celeste, hasta el rincón más recóndito donde hubiese llegado HaFuno alguno, pues era uno de los requisitos imprescindibles para poder acceder al gremio de mensajeros. No obstante, al no haber visitado nunca esa isla flotante en concreto, desconocía dónde se encontraba el edificio del gremio.

Ändor era una única isla, sin ningún satélite orbitando a su alrededor, lo cual era harto infrecuente. Se trataba de una isla claramente rural, cuyo principal activo eran los infinitos campos de cultivo y las granjas, que cubrían su práctica totalidad, dotándola de aquél color azulado tan característico y bello. Aquél tipo de islas eran totalmente imprescindibles para la subsistencia de la comunidad, y en especial de Ictaria como isla vecina, pues en la capital no había lugar para la agricultura ni la ganadería, tan necesarias para la vida en el anillo.

            El núcleo urbano de aquella pequeña isla, si es que se le podía llamar así, se reducía a poco más de una docena de calles, en el valle entre dos pequeñas colinas escalonadas con campos repletos de morna, que dada la inminencia del inverno, se veían ahora yermos y secos. El pueblo era tan pequeño que ni siquiera tenía una dorma propia.

Las sabias indicaciones de aquella oriunda de la isla le llevaron a un edificio hecho de piedra y barro en el cruce entre dos calles sin adoquinar. Si no fuera por las inscripciones que había en el cartel escrito a mano que pendía de la fachada sobre la puerta de entrada, Eco lo hubiera confundido con una humilde vivienda más. Como edificio público era minúsculo; a duras penas sería poco más grande que el molino en el que vivía con Måe.

El HaFuno se apresuró a entrar, mientras sacaba de su lugar seguro la carta lacrada que Gör le había entregado. Unas campanillas sonaron sobre su cabeza cuernilampiña al cruzar el umbral de la puerta. Una HaFuna muy joven, tanto que aún no habían comenzado a crecerle las astas, se giró hacia él, claramente intimidada por su inesperada visita. Tenía las manos manchadas de pasta de papel, y estaba haciendo uso de la recicladora en esos momentos.

ECO – Disculpa. Tengo un mensaje urgente que entregar al maestro del gremio. ¿Dónde le podría encontrar?

La HaFuna, todavía bastante cohibida por su presencia, le señaló tímidamente una puerta entreabierta que había tras el mostrador. Eco se lo agradeció y se dirigió hacia ahí a paso firme. Ir ataviado con el uniforme del gremio de mensajeros de Ictaria abría muchas puertas. De lo que no cabía duda era que los habitantes de Ändor no estaban muy acostumbrados a recibir visitas desde la capital. Las múltiples miradas curiosas que recibió en su corto camino hacia el edificio del gremio sorteando endritas con las alas anudadas, en especial de los cachorros, daban fe de ello.

            Eco entró en aquella atestada habitación. Su desorden y la cantidad de papeles y enseres que había por doquier, en montañas visiblemente inestables, le recordaron a su propio estudio en el ático del molino. Tras una mesa de madera maciza sepultada por libros, pergamios, plumas, botellas de tinta y carpesanos de todos los tamaños y colores, vislumbró la cabecita de un HaFuno muy anciano y delgado. Aquél curioso HaFuno leía el contenido de un libro enorme con la ayuda de un monóculo que hacía que su ojo pareciese al menos tres veces más grande de lo que era. Sus astas hacía mucho tiempo que habían perdido el follaje, y su furo había adquirido el color cenizo y marchito que brindaba el paso de los ciclos. El HaFuno apartó su mirada del libro y le regaló una sonrisa amable a Eco.

VUK – ¿A qué debo su visita, joven mensajero?

ECO – Vengo de Ictaria. El maestro Gör me envía para entregarle este mensaje.

            Eco adelantó la carta lacrada en dirección al maestro, ofreciéndosela. Vuk la estudió detenidamente, girando con lentitud su cuello antes de cogerla, con marcada parsimonia. Eco estaba que se subía por las paredes. Su cola, pese a llevarla anudada a la cintura, golpeaba rítmicamente el final de su lomo por debajo del uniforme. No quería perder ni un instante, y aquél viejo HaFuno parecía tener de todo menos prisa. El maestro Vuk colocó la carta sobre el libro que había estado leyendo hasta ese momento, y abrió uno de los cajones que tenía a su vera. Sacó de su interior un abrecartas y comenzó a trastear con el lacte, con mucha delicadeza, poniendo a prueba la paciencia de Eco.

VUK – Siempre que puedo, intento no romperlo. Tengo una colección de lacres de todos los extremos del anillo. Son tan bellos… ¿no le parece, joven?

            Eco asintió, mordiéndose el labio. Él jamás le había prestado demasiada atención a los lacres, por más que era mensajero. El viejo Vuk finalmente consiguió abrir la carta sin lastimar el lacre, y sacó el pergamino manuscrito de su interior. Soltó una sonora carcajada al leer el contenido de la carta. Eco frunció el entrecejo, extrañado. Ignoraba qué había escrito Gör en ella, y hubiera mentido de haber dicho que no le picaba la curiosidad.

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