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Publicado: 6 junio, 2023 en Sin categoría

Eco releyó de arriba abajo de nuevo aquella carta, antes de devolvérsela a Aru. En cierto modo, estaba tan dirigida a ella como a él mismo. En la breve misiva, su autor se limitaba a citar al artífice de los portales en un lugar muy recóndito y muy alejado de Ictaria, para una audiencia cara a cara con un interlocutor llamado Fin. Literalmente lo que Eco había demandado la última vez que estuvo charlando al respecto de aquél escabroso tema con Aru. No especificaba nada más, lo cual resultó al HaFuno cuernilampiño bastante molesto. Ambos dejaron pasar unos instantes para madurar lo que vendría a continuación, mientras el mesero servía la enésima ronda de zamosas a los ya beodos parroquianos de la taberna.

            Lo suyo había sido más bien un farol, un brindis al sol azul. Lo había hecho en cierto modo por demorar o incluso anular ese hipotético evento. Eco no creía que un cliente tan esquivo y discreto como ese les ofreciera una respuesta de ese tipo a su demanda de audiencia. Y mucho menos en tan poco tiempo. No obstante, debía rendirse a la evidencia. Le resultó especialmente llamativo que el mensaje hubiese llegado a manos de Aru estando él presente, e incluso se sorprendió a sí mismo oteando en todas direcciones en busca de alguna mirada inoportuna. Por fortuna, todos quienes se encontraban en la taberna parecían muy poco o nada interesados por él.

El HaFuno cuernilampiño, pese a haber sido la cabeza pensante detrás del resurgir de los portales en el anillo después de tantos y tantos ciclos, siempre había gustado de mantener un perfil bajo. Por encima de todas las cosas no quería que se le relacionase con esas operaciones clandestinas. Estaba perpetuamente preocupado por si éstas podían perjudicar de algún modo a su querida Måe, lo cual no se lo podría perdonar jamás. Habían llegado demasiado lejos para echarse atrás, pero aventurarse a seguir adelante resultaba peligroso.

Aru, sin embargo, tenía unas prioridades muy distintas. Ella era quien más tenía que perder, porque si cualquier cosa fallaba, sería la primera en caer, siendo su local el centro logístico de todas las operaciones. Pero también tenía mucho que ganar, si después de todo, el cliente cumplía con sus promesas. Más ahora, que el problema de las minas se había acentuado de un modo tan drástico y acelerado. Ella lo tenía muy claro.

ECO – ¿No vas a decir nada?

            Aru sonrió. Estaba esperando que fuera él el que rompiese el hielo.

ARU – Sólo se me ocurre decirte que ya estamos tardando en marcharnos.

ECO – No esperaba menos de ti.

            Eco se mordió el labio. Aru frunció el entrecejo al ver la preocupación en su rostro.

ARU – Hablémoslo, Eco. No hay prisa. No nos han dicho cuándo. Sólo dónde.

            Eco asintió, visiblemente inquieto. Abordar ese problema, ahora, no entraba dentro de sus planes.

ARU – ¿Quieres hacerlo?

ECO – Es una buena oportunidad. ¿Qué duda cabe? Pero…

            Aru rió.

ECO – Ya sé que fue idea mía. No hace falta que me lo recuerdes.

ARU – ¡Yo no he dicho nada!

ECO – Tu mirada habla por sí sola, Aru.

ARU – No quieres ir. Es eso.

            Eco tomó aliento.

ECO – Sí… Sí que quiero ir.

ARU – ¿Entonces?

ECO – Tenemos que prepararnos muy bien, Aru.

ARU – No es la primera vez que lo hacemos.

ECO – Sí, pero las otras veces…

ARU – ¿Estás muy ocupado? No creo que lo estés, si estás aquí tan pronto.

            Eco entrecerró los ojos. No le gustaba que le presionaran. Detestaba no tener la libertad para ser él quien tomase las decisiones importantes que le afectaban, y más unas tan delicadas. No obstante, Aru estaba deseosa de seguir adelante con eso. Lo necesitaba. Así podría compensar en cierto modo el daño que había hecho el hallazgo del nuevo yacimiento de esmirtol en las minas de Ötia a su negocio, pero sobre todo a sus vecinos y amigos. Lo había hecho tantas veces con anterioridad, y siempre había salido tan bien, que incluso había perdido el miedo al fracaso.

ECO – Estoy… Tengo bastante tiempo libre, ahora.

ARU – Cuando tú estés preparado, yo estaré preparada.

ECO – Vámonos ya.

ARU – ¿Ya? ¿Ahora?

            Aru se mostró muy sorprendida. Estaba convencida que tendría que insistirle mucho para que reuniera el valor suficiente para dar ese paso, y que ello se demoraría mucho en el tiempo.

ECO – ¿Tienes algo que hacer? Si es demasiado pronto…

ARU – No, no. No. Déjame… déjame que tenga un par de conversaciones y… que ate algunos cabos sueltos, Eco. Échate un rato en una de las habitaciones, refréscate, descansa un poco y… nos vemos en un par de llamadas, en la recepción de la posada. ¿Te parece bien?

            Eco asintió. Le vendría bien pasar un rato a solas para ordenar su cabeza.

ECO – Sí, pero con una condición.

ARU – ¿Cuál?

ECO – Que nos tomemos antes un par de zamosas.

Aru sonrió. Tomó su mano con la suya y la apretó afectuosamente. Al fin y al cabo, estaban juntos en eso. Ella misma trajo las zamosas, humeantes, y ambos brindaron antes de calentarse el gaznate con ellas. Pasaron un buen rato charlando de todo y de nada, pero obviando en todo momento el tema que les traía de cabeza. Lo pasaron en grande recordando viejas historias, disfrutando de la compañía de un amigo fiel y sincero. Ambos compartían un largo pasado en común, y habían vivido muchos momentos felices burlando la ley.

Una vez hubieron acabado, Eco se dirigió a la habitación que Aru le había asignado, en el piso más alto de la posada. La chimenea estaba encendida, y las ventanas estaban veladas por la condensación, que daba fe de la gélida temperatura del exterior. Eco se descalzó y se aseó a conciencia. Siempre gustaba de iniciar sus viajes fresco, y ese sería uno especialmente intenso. Hojeó algunos pasajes de La fábula de Ulg, echado sobre la mullida cama, antes de quedarse dormido. Las zamosas que llevaba en la panza, sin duda contribuyeron a ese respecto. No se despertó hasta prácticamente tres llamadas más tarde, cuando la propia Aru golpeó con los nudillos la puerta de su habitación, preocupada por si le había ocurrido algo.

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