109

Publicado: 15 octubre, 2022 en Sin categoría

109

Måe no había visitado jamás antes aquella zona de Ictaria, y estaba gratamente sorprendida por todo cuanto veía. Se encontraban en una plaza dura no muy grande, rodeada de edificios muy, muy altos en todo su perímetro salvo por una construcción especialmente llamativa, mucho más baja que el resto. Una vez concluyó que todos habían bajado ya de la nave, ésta emprendió de nuevo el vuelo. Fue entonces cuando Elo les invitó a acercarse a aquella peculiar edificación que tanta curiosidad había despertado en la joven HaFuna.

            Aquél tipo de arquitectura distaba mucho tanto de la de la ciudadela, hecha principalmente por HaGapimús, como por la contemporánea que la circundaba. Era mucho más sencilla y austera que el resto, pero no por ello menos recia y firme. De líneas muy marcadas y parca en materiales, Måe enseguida concluyó que, al igual que la Universidad en la que estudiaba, se trataba de una antigua vivienda HaGrú. Aquellos seres se caracterizaban por ser muy buenos técnicos, pero por tener muy poco o nulo interés por el arte. Eran eminentemente prácticos y rigurosamente expeditivos, y no se andaban con florituras. Por ello hicieron tan buen tándem con los Hagapimús, que en la antigüedad habían sido prácticamente sus esclavos.

            Ya frente a aquél edificio, la joven HaFuna concluyó que había errado en su pronóstico. Pese a tener tan solo dos plantas, aquella edificación era enorme. No lo era en comparación a los altos edificios que se encontraban a su vera, pero si la comparaba con el molino donde ella residía, era descomunal. Si había sido conservada desde que sus moradores la abandonaran o si por el contrario había sido reconstruida tiempo después, Måe lo ignoraba, pero de lo que no cabía la menor duda era que no era obra de manos HaFunas.

            La puerta principal de la vivienda se abrió con un gruñido, y tras ella salió un HaFuno viejo y encorvado, cuya ridícula escala en comparación con la puerta hacía que ésta pareciese incluyo mayor de lo que era. El profesor Elo se acercó a él y ambos mantuvieron una breve conversación, mientras los demás alumnos, vestidos de negro, miraban en derredor en pequeños corrillos y charlaban entre sí. La joven HaFuna se mantuvo a una distancia prudencial de sus compañeros y se acercó al profesor, genuinamente interesada por lo que éste había preparado para ellos. El texto del cartel que pendía de la fachada, que desentonaba mucho con las líneas limpias y asépticas de la misma, respondió sus dudas: Museo de la Gran Guerra.

            El anciano HaFuno inclinó su cabeza, ofreciéndole un cortés asentimiento de astas a Elo, y se hizo a un lado para permitirle pasar. Éste hizo callar a sus excitados discípulos y les ordenó formar una fila para entrar al museo. La joven HaFuna fue la primera en cruzar el umbral de aquella gran puerta. Tan pronto lo hizo se sintió en un lugar familiar. Pese a que el aspecto no era el mismo, la escala, en especial la de sus altos techos, le recordó mucho a la de la Universidad. No obstante, en una estancia tan pequeña en comparación, aquellos altos techos resultaban incluso ridículos; siempre despertaban cierta incomodidad en la joven HaFuna.

            Aquella construcción parecía sacada de otro tiempo, incluso de otro mundo. En su interior todo resultaba mucho más lúgubre e incluso triste que en el resto de Ictaria. Apenas había color, y pese a que las estancias no eran especialmente pequeñas, la sensación al estar dentro era algo claustrofóbica. El olor también resultaba muy característico. Se trataba de una especie de humedad que ofrecía un regusto metálico que hacía que incluso resultase algo desagradable respirar. Las paredes eran muy gruesas y las ventanas, meras fajas verticales por las que la luz del sol azul se colaba tímidamente. Måe tuvo que esperar un tiempo hasta que sus ojos se adaptaron a la escasez de luz antes de poder contemplar con claridad cuanto la rodeaba.

            Aquello no era más que el vestíbulo de una vivienda especialmente rara, y a su juicio, poco práctica. Poco a poco fueron entrando los demás alumnos, y una vez estuvieron todos dentro, aquél anciano HaFuno que en adelante les haría de guía, el tal Oyo, cerró la puerta de entrada. Según la explicación de aquél viejo HaFuno, tan elegantemente ataviado, aquella había sido la residencia de un único HaGrú. A la joven HaFuna se le hizo complicado imaginar para qué podría necesitar un solo ser una vivienda de semejante tamaño, con tantas habitaciones.

Oyo les explicó que los HaGrúes eran estériles, que carecían de sexo y que no podían tener descendencia. Les narró que todos eran hermanos entre sí, que raramente vivían en comunidad, y que ello era debido a su gran longevidad. Al parecer, había quien conjeturaba que eran inmortales. Les explicó que los HaGrúes, cuando eran jóvenes, podían volar libremente, y que ello les había permitido colonizar hasta el último rincón de Ictæria. A resumidas cuentas: nada que ellos no supieran ya.

Les contó que a medida que se hacían mayores, sus cuerpos seguían creciendo, haciéndose cada vez más pesados y fuertes, pero sus alas, por más que grandes y majestuosas desde que eran jóvenes, no lo hacían, por lo que llegaba un momento en el que no podían soportar su peso, y se volvían inútiles. En adelante les servían para poco más que planear cuando se dejaban caer de un lugar alto, pero volver a alzar el vuelo desde tierra firme se volvía tarea imposible.

            Les explicó que en tiempos de la Gran Guerra, hacía muchos y muchos ciclos que su madre, Grúmagæ, había dejado de tener descendencia, y que por esos entonces ya ninguno de ellos podía volar. Sin duda ese debía ser el motivo por el que exiliarse al cielo mediante la Gran Escisión había resultado todo un éxito, y el motivo por el cual, empeñados en acabar lo que habían empezado tanto tiempo atrás, aquellos mismos HaGrúes estaban construyendo la Torre Ambarina. Varias generaciones de HaFunos habían vivido, crecido y muerto desde entonces, pero los HaGrúes que habían comenzado la Gran Guerra tanto tiempo atrás, eran los mismos que seguían empeñados en ganarla. Y resultaba evidente que no andaban escasos de paciencia.

            Las paredes estaban plagadas de cuadros y grabados con textos de procedencia HaGrú. La mayoría de ellos eran cartas bélicas y planos de milicia. A Måe le parecieron muy extraños y crípticos. Aquél viejo guía les facilitó la entrada a otra de las habitaciones, y comenzó una nueva disertación sobre todas las maldades que aquellos seres habían hecho a su raza antes y durante la Gran Guerra, y cuántos HaFunos habían sufrido lo indecible bajo su yugo, ya fuera porque habían resultado asesinados o hechos esclavos.

Le siguieron por aquella laberíntica vivienda hasta que llegaron a un largo y ancho pasillo acabado en una puerta muy diferente al resto. A ambos lados del pasillo había maniquíes sin extremidades que lucían ropajes extrañísimos. Les explicó que esos eran los uniformes de guerra de los HaGrúes a quienes sí habían conseguido vencer. Aquella puerta estaba hecha de otro material, y cerrada con un gran candado de forja. El anciano cruzó su mirada con la de Elo, y éste asintió.

Oyo sacó una brillante llave de uno de los bolsillos de su uniforme y la utilizó para abrir el candado. Tan solo le hizo falta empujar un poco la puerta para que la joven HaFuna pudiera entrever lo que había al otro lado. Eso fue más que suficiente para que su mandíbula cayera a plomo de puro desconcierto.

comentarios
  1. meiwes dice:

    Los HaGrúes me matan de curiosidad. Ojalá poder cambiar de plano y conocer alguna historia cotidiana (como la de Eco y Mae) pero de alguno de ellos. No pueden ser tan malos como los pintan…

    Me gusta

  2. Te garantizo que todo llegará. 🙂

    Me gusta

Deja un comentario