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Publicado: 12 febrero, 2022 en Sin categoría

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ULI – Se veía venir.

            Una estaba a punto de romper a llorar de pura impotencia. No es que perder aquellas cuentas fuese a marcar ninguna diferencia real en su vida, de todos modos. Sus padres tenían sueldos muy generosos, ambos íntimamente vinculados a la nobleza; la suya era una vida acomodada, pero se sentía increíblemente violada e impotente por el desarrollo de los acontecimientos. Echó un vistazo a Uli, que acababa de liberar una de sus manos, y estaba moviendo de manera extraña sus cuatro dedos, esforzándose por recuperar la circulación tras someterlos tanto tiempo a una temperatura tan baja. El HaFuno inclinó ligeramente la cabeza a un lado con condescendencia mientras no quitaba ojo a Måe.

ULI – Ya os avisé que debíais andaros con cuidado, pero no me hiciste caso.

MÅE – Perdona, ¿insinúas algo?

ULI – No lo insinúo. Lo afirmo.

            Uli soltó una carcajada de suficiencia. Måe estaba fuera de sí de ira. No había odiado tanto a nadie en toda su vida. Detestaba la violencia, pero aquél HaFuno despertaba sus más bajos instintos.

MÅE – ¡¿Quieres hacer el favor de cerrar la boca?!

ULI – ¿Y que sigas haciendo de las tuyas impunemente? No, gracias.

MÅE – ¿En serio os vais a creer lo que dice este energúmeno?

            Los demás alumnos se mostraron francamente sorprendidos por el comentario de la joven HaFuna. Alguno de ellos se llevó incluso la mano al hocico, de pura incredulidad. Uli no hizo más que ensanchar su sonrisa al ver la reacción de sus semejantes. Todo estaba saliendo a pedir de boca. Una ya había perdido toda esperanza, y había dejado de buscar su bolsa de cuentas. En esos momentos Uli consiguió liberar su otra mano. Se las llevó ambas al hocico, para calentarlas con su aliento.

ULI – Vale, Måe. Si tan segura estás que no has sido tú… no tendrás inconveniente alguno en enseñarnos el contenido tus bolsillos y tu macuto, ¿verdad?

MÅE – No tengo nada que demostrar a nadie. ¡No he robado nada en mi vida! ¿Quieres dejar de inventar sandeces?

ULI – Ah… Mala suerte entonces, chicos. Måe no está dispuesta a demostrar que no le ha robado su dinero a nuestra compañera. Entonces… supongo que tendremos que creer en su palabra. Lo siento, Una.

Uli prolongó el silencio unos instantes, aguardando la réplica de Måe, pero ésta se mantuvo en silencio. Estaba disfrutando mucho de todo eso.

ULI – ¡Bueno! Será mejor que nos marchemos ya, que el profesor nos está esperando, y no querremos entretener más a su alumna preferida, ¿verdad?

            Los cuchicheos entre los demás alumnos se intensificaron por momentos. Hablaban entre sí sin apartar la mirada de Måe. Ella se sentía como un animalejo acorralado por una manada de bestias salvajes, sin saber qué hacer para poder huir de ahí de una pieza. Seguir discutiendo con él tan solo empeoraría las cosas, pero no hacer nada aún era peor opción, porque haciéndolo parecía darle la razón. La joven HaFuna estaba sumida en un mar de dudas. Uli pasó a su lado, ofreciéndole de nuevo una mirada de desprecio.

MÅE – ¡Adelante! Mirad lo que os de la gana, me da exactamente igual. Tengo la conciencia muy tranquila.

            La joven HaFuna volteó sus bolsillos, que estaban vacíos, mientras todos la observaban. Acto seguido agarró con nerviosismo su macuto y le dio media vuelta, vertiendo su contenido sobre la rojiza hierba que tapizaba el suelo del patio interior. Su sorpresa fue genuina al descubrir algo con lo que no contaba: una pequeña pero pesada bolsa de cuentas de color añil, que no había visto en su vida, dio media docena de vueltas sobre sí misma hasta quedar inmóvil a los pies de Una. La HaFuna, con los ojos abiertos como platos, se inclinó para recogerla. La abrió, y vació su contenido en la palma de su mano para acto seguido contar las brillantes cuentas, con el hocico abierto.

ULI – ¿Son tus cuentas, Una?

            La HaFuna asintió brevemente, tan solo un par de veces. Estaba demasiado sobrecogida por cuanto había ocurrido para articular palabra.

ULI – Vayámonos, chicos. Aquí ya no hay nada más que ver.

            Uli hizo un gesto con la cabeza a los demás alumnos que estaban contemplando aquél particular sainete y emprendió de nuevo el paso hacia el atrio. Nadie le hizo el menor caso.

MÅE – Una, ¿pero no lo ves? ¡Ha sido él! ¿No lo ves que no me traga? Lo ha debido de meter ahí para incriminarme y volveros en mi contra, por haberle echado el agua encima antes.

            Una sujetaba su bolsa de cuentas con la mano temblorosa. Aquella HaFuna que no se separaba de la vera de Uli respondió por ella.

MEI – Sí, claro. ¿Cómo? ¡Pero si tenía las manos metidas en el hielo! ¿Nos puedes explicar cómo ha podido ser él, eh?

MÅE – Yo… No lo sé… Yo… ¡Yo tampoco me he movido de aquí en todo el rato!

ULI – Nosotros tampoco lo sabemos. Explícanoslo tú. Tú eres la que ha estado más cerca de su macuto en todo momento. Y eres tú quién ha decidido sentarse a su lado cuando hemos entrado al patio. Y algo me dice que eres conocedora de la fortuna de su familia, ¿o me equivoco?

            Måe se dirigió a Una, ignorando al resto de HaFunos que la incriminaban.

MÅE – Una, yo jamás…

            Una le aguantó la mirada un instante, pero acto seguido giró la cara. A Måe se le vino el mundo encima. Incapaz de aguantarse las lágrimas, metió de nuevo todas sus pertenencias en su macuto y salió de ahí a toda prisa, mientras los demás la observaban, ahora sin mediar palabra. Era consciente que huyendo de ese modo no conseguiría limpiar su honor, pero estaba demasiado afligida y perturbada para pensar con claridad. Lo único que quería en esos momentos era desaparecer, volver a Hedonia, con sus amigos, con Goa, y recuperar la vida que el gobernador Lid le había arrebatado. Maldijo al consejo de pensadores por no haberle asignado el gremio de hilanderos, como ella deseaba. Maldijo a Uli por encima de todas las cosas, e incluso se maldijo a sí misma por haber caído en su trampa.

            La joven HaFuna abandonó el patio interior a la carrera, dirigiéndose hacia el aula a la que el profesor Elo les había remitido. Cuando finalmente llegó, éste aún no había comenzado la lección. La joven HaFuna tomó asiento en la fila trasera, en uno de los extremos, lo más alejada posible del resto de sus compañeros. Muchos de ellos no habían sido testigos de la encerrona a la que la habían sometido, pero sin lugar a dudas enseguida se correría la voz, y su reputación acabaría de hundirse en el fango definitivamente.

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