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Publicado: 18 octubre, 2022 en Sin categoría

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Eco abrió con fuerza los ojos y parpadeó un par de veces, esforzándose al máximo por mantenerse despierto. Le había costado mucho convencer a Aru que estaba empachado y que no tenía hambre, pero al final la HaFuna se había dado por vencida. Ambos se encontraban en el despacho de la gerenta de El abrazo de Tås, cada cual sentado a un lado de aquél gran escritorio en el que Aru solía hacer sus cuentas. Sobre éste descansaba una gran jarra de agua fresca, con pedazos de hielo y algunos pétalos de moarina flotando por encima. El HaFuno cuernilampiño tomó otro breve sorbo de su vaso mientras Aru no paraba de hablar. Estaba especialmente excitada esa jornada.

ARU – ¡Es una oportunidad perfecta, Eco! Por esa zona tan alejada, tan cerca de los límites colonizados del anillo, todavía no tenemos ningún portal. Es un lugar especialmente discreto.

Eco hizo un gesto de negación con la cabeza. Él no lo tenía tan claro.

ECO – Pero… eso está demasiado cerca de Hedonia. Ya te dije que una de las condiciones era que quería pasar desapercibido. No quiero que nadie me relacione con lo que estamos haciendo. No le podría hacer eso a Måe.

ARU – Pero… eso no tiene nada que ver contigo. ¡Nadie tiene por qué relacionarte con nada! Además, ya no vivís ahí, ¿verdad?

            Eco suspiró. La idea que le exponía Aru era francamente sugerente. Por eso le resultaba tan contradictoria. La red clandestina que habían creado desde cero tenía portales diseminados por todo el anillo celeste, pero la mayoría estaban concentrados en una zona relativamente próxima a Ictaria. Ello tenía todo el sentido del mundo, habida cuenta que la enorme mayoría de los HaFunos que vivían en el anillo tenían su residencia cerca de esa red. Sus principales clientes eran ricos nobles que querían ahorrar tiempo trasladándose de un lugar a otro, y desde el primer momento se había convertido en un negocio de un éxito rotundo. Uno especialmente fructífero.

            Un portal afincado en una zona tan alejada de los núcleos habitados, sin duda no atraería ese tipo de clientes. Por esa zona tan solo había alguna que otra comarca humilde y sin demasiado interés, como la que había servido de hogar a Eco y a Måe desde que ésta no fuera más que una cachorra. No obstante, la escasez de material y sobre todo de minerales que había en el anillo celeste, hacía de la idea que planteaba Aru una especialmente interesante. Colonizar nuevas islas vírgenes era algo muy complicado y costoso, dado lo lejos que se encontraban de los centros de negocios. Por ello, ese tipo de industria apenas había avanzado los últimos ciclos, principalmente porque no resultaba suficientemente lucrativa para atraer inversores. El anillo era demasiado grande; muchísimo más que la propia Ictæria, alrededor de la cual orbitaba.

La principal fuente de esmirtol de todo en anillo eran las minas de Ötia, que se encontraban en la mismísima Ictaria, aunque en su cara inferior. Aquél yacimiento había sido descubierto poco después de la Gran Escisión, y había supuesto un giro enorme en la economía de la principal isla del anillo. Quienes trabajaban en ellas eran los HaFunos más pobres de todo el anillo, y lo hacían por un sueldo que hacía que su trabajo fuera rayano en la esclavitud. Era una labor muy dura e increíblemente peligrosa. Hacía largo tiempo que se había perdido la cuenta de cuántos HaFunos habían perecido sepultados por un desprendimiento de rocas ahí abajo. La propia Aru había estado a punto de morir en una ocasión. La cicatriz que cruzaba su cara y la ausencia de uno de sus ojos daban perfecta fe de ello.

ARU – Estás pensando lo mismo que yo, no me engañes. Abrir un portal ahí sin duda atraería a un montón de inversores, para hacer prospecciones a las islas vírgenes de los alrededores. Ni siquiera tendríamos que ampliar la red. Nuestros mismos clientes estarían encantados de invertir si se lo planteamos como es debido. Se nos abriría una ventana de negocio mucho más amplia, y podríamos ayudar a muchos más HaFunos, que al fin y al cabo es de lo que se trata.

ECO – Sí. Pero no tenemos pruebas que haya ningún yacimiento por esa zona.

ARU – Sólo hay una manera de averiguarlo. Y ni que así fuera, ¡da igual! Ella está dispuesta a pagarlo todo. Como si fuera su portal privado. Tan solo necesita de nuestros servicios. En eso se ha mostrado muy clara desde el principio.

ECO – ¿Es de confianza?

            Aru respiró hondo. Eco leyó algo en su rostro que no le acabó de gustar.

ARU – Ha preferido preservar su identidad. Pero…

ECO – Aru… no sé si es buena idea. No quiero que juguemos con fuego, después de todo lo que hemos trabajado. De esto depende la vida de muchísimos HaFunos.

ARU – ¡Te lo digo de verdad! Es una oportunidad perfecta. Si… si consiguiéramos encontrar un yacimiento de esmirtol, podríamos acabar con el problema de Ötia de una vez por todas. Imagínatelo, Eco. No tenemos que hacer nada… Nada más que decirle que sí, y… hacer un portal nuevo. No costaría demasiado, y…

ECO – No lo sé, Aru…

ARU – Piénsalo. Tan solo prométeme que lo vas a pensar. No necesita una respuesta ya mismo.

            Eco respiró hondo. Estaba demasiado agotado para pensar con claridad.

ECO – ¿Tienes alguna habitación libre?

ARU – ¿Para ti? Siempre, ya lo sabes.

            Ambos abandonaron el despacho y subieron las escaleras que les llevarían a los pasillos desde donde se accedía a las habitaciones de la posada. A medida que avanzaban, Eco concluyó que Aru le volvería a ofrecer la misma habitación que siempre: la más grande y mejor acondicionada de toda la posada. Una habitación con chimenea propia y una cama mucho más grande, su propia letrina y una zona de trabajo muy bien acondicionada. Ya había desistido en hacerle entender que no necesitaba más que una habitación humilde con una cama blandita en la que poder descansar, por lo cual no le dijo nada. Principalmente porque ya sabía cuál sería la respuesta que obtendría.

            El HaFuno cuernilampiño agradeció a su anfitriona el acceso a un lugar donde descansar, y ambos se despidieron rozando sus mejillas. Tan pronto Aru cerró la puerta a su paso, acompañado por el crepitar de las llamas en la chimenea, el HaFuno cuernilampiño tuvo el tiempo justo de echarse sobre la cama antes de quedar profundamente dormido: estaba francamente agotado.

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