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Publicado: 22 abril, 2023 en Sin categoría

Måe atisbó por el rabillo del ojo a Tahora saliendo de una de las viviendas del piso más alto de aquél curioso edificio en el que vivía la hilandera junto con otro nutrido grupo de vecinos. De nuevo le dio la impresión que la pequeña HaFuna la había visto, pero ésta no tardó en emprender el vuelo, perdiéndose enseguida de vista al unirse a un pequeño banco de HaFunos que volaban en la misma dirección que ella. Ahí abajo el tráfico aéreo era tan intenso, que de manera instintiva se formaban curiosas corrientes de HaFunos voladores en distintos estratos, asemejables a moghillas en su vuelo migratorio. Ello facilitaba considerablemente que no se chocasen unos con otros, a la par que resultaba hipnóticamente bello de contemplar.

De camino a la factoría, Måe vio un gníbiro mordisqueando algo húmedo que había caído entre unas rocas, en un recoveco del camino lleno de desperdicios que nadie parecía especialmente interesado en recoger. No era la primera vez que contemplaba uno, pero le llamó poderosamente la atención por su gran tamaño; nunca había visto un ejemplar tan grande. Se trataba de unos animalejos con muy mala fama, que vivían de los desperdicios y la carroña, y no hacían ascos al alimento en mal estado. En la parte inferior del continente habían proliferado hasta el punto de convertirse en una plaga endémica, pues ahí había muchos más sitios oscuros y húmedos en los que guarecerse. Måe pasó demasiado tiempo observándolo, y cuando volvió a mirar a Lia, ésta le apartó la mirada, visiblemente abochornada.

            La parte inferior del continente de Ictaria era, en muchos aspectos, diametralmente opuesta a la parte superior. Donde una era espléndida, luminosa, bella, limpia y opulenta, la otra era decadente, oscura, deslucida, sucia y pobre. Pero incluso dentro de la propia cara inferior, a la que muchos nobles se referían como Icteria, había también diferentes estratos. En el que vivían abuelo y nieta, no era ni por asomo de los peores. Los había mucho más oscuros y peligrosos, donde nadie en su sano juicio, al menos nadie que no viviese ahí, se aventuraría a acercarse.

            La Factoría se encontraba en la parte más alta de uno de aquellos montículos naturales donde las viviendas habían sido escarbadas directamente en la roca. Tuvieron que subir un  pintoresco caminito en espiral que les llevó a la cúspide, presidida por un complejo hecho de un material y un estilo constructivo muy distinto al resto que la joven HaFuna había visto en la parte inferior del continente. Ello le provocó una curiosa disonancia cognitiva, pues aquél edificio, aunque austero y de líneas muy simples, parecía más propio de la cara superior. Había sido construido para durar.

            Un HaFuno anciano, mayor incluso que el propio Tyn, les dio la bienvenida y les facilitó el acceso al recinto al que, por su arquitectura, no se podía llegar volando. Måe se sorprendió muchísimo al ver cuántos HaFunos estaban trabajando en su interior en esos momentos. Había muchos más de los que ella hubiera podido imaginar. Según le explicó Lia, la Factoría funcionaba como una especie de cooperativa en la que todo HaFuno con ganas de trabajar y con la habilidad y paciencia suficientes para hacer uso de un telar, para cortar patrones, coserlos o curtir piel era bienvenido. Se acercaron a un pequeño grupo que trabajaba en serie fabricando hilo, mientras cantaban alegremente una animada tonada más antigua que el propio anillo.

            Lia le presentó a un puñado de HaFunos que trabajaban sentados en humildes taburetes o directamente sobre el suelo. La joven HaFuna a duras penas pudo retener dos o tres nombres. Lia la presentó como la gran modista que había enamorado con su obra a la nobleza ictaria, y todos la agasajaron. Måe, sonrojada, trató de restarle importancia, insistiendo en que no había sido más que un golpe de suerte. Nadie la tomó en serio, y todos, entre sonrisas, la instaron a comenzar a trabajar con ellos cuanto antes. A la joven HaFuna le llamó poderosamente la atención que ninguno de ellos paró de trabajar en ningún momento mientras charlaban con ella.

            Al parecer, y a diferencia de lo que Måe había imaginado, la enorme mayoría de tejidos que fabricaban y vendían provenientes de la Factoría tenían a los propios habitantes de la cara inferior del continente como clientes. El precio al que vendían dichas prendas era mucho más democrático que el que Lia y su abuelo ofertaban en el mercado de la ciudadela, y todo el proceso servía principalmente para que sus trabajadores pudiesen ganarse la vida de un modo honrado. Ello aún le dio más ganas de ponerse a trabajar codo a codo con ellos. Lo que hacían Lia y su abuelo era, al parecer, algo muy anecdótico. Måe concluyó que, en el fondo, tenía todo el sentido del mundo. Al fin y al cabo, en la cuidad de Ictaria había cientos de comercios en los que se ofrecían ropajes de alta calidad, obra de los más selectos hilanderos.

            Pese a que estuvieron deambulando por las instalaciones cerca de media llamada, a Måe se le pasó el tiempo volando. Para cuando quiso darse cuenta, ya estaban de vuelta. La experiencia le resultó increíblemente gratificante, pues superó ampliamente sus expectativas. Volvieron a la residencia de Tyn a tiempo de encontrar la túnica ya prácticamente seca, gracias al fuego de la chimenea. Måe tenía algo de prisa a esas alturas por volver a la isla del molino, pues temía que Eco pudiera preocuparse por ella, ya que tendría motivos más que suficientes para ello. En lo que no cayó, era en que todavía era tan pronto que el HaFuno a esas alturas a duras penas se había despertado. Lia se mostró inflexible a ese respecto. Si quería partir antes que la túnica estuviese seca, debía llevarse algo con lo que abrigarse.

            La invitó de nuevo a su dormitorio, y tras escarbar un rato en aquél armario lleno hasta arriba de ropa y tela, se reunió de nuevo con ella, con un abrigo en las manos y una sonrisa en los labios. Se trataba de una pieza con el interior forrado de lana de crotolamo, lo que la hacía especialmente cálida. La parte exterior estaba hecha de piel curtida de endrita, que la hacía impermeable, además de especialmente útil para volar con poca luz. Lia insistió mucho a Måe en que se la podía quedar. Ésta, abrumada por la generosidad, trató de rechazarla amablemente, aunque sin éxito. Finalmente acabó dando su brazo a torcer, se visitó con ella más que satisfecha, pese a que le iba algo grande, y tras despedirse de nieta y abuelo con sendos abrazos, emprendió sin demora el vuelo de vuelta a la isla del molino.

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