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Publicado: 9 noviembre, 2021 en Sin categoría

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UNA – ¡Madre raíz! Qué complicado es esto.

            Måe, que hacía un rato que había acabado de rellenar su formulario, se incorporó hacia donde Una estaba sentada.

MÅE – ¿Quieres que le eche un vistazo?

UNA – Sí, por favor.

            La joven HaFuna se levantó de su asiento y se acercó. Se sorprendió gratamente por lo bien que olía Una. En Hedonia era infrecuente que los HaFunos se perfumasen, pero visto lo visto, ahí en la capital parecía algo relativamente habitual. Una le brindó un breve asentimiento de cabeza.

MÅE – ¿Qué parte no te…?

UNA – ¡Esto! ¿Qué significa esto?

            Una señaló una sección en medio de aquél largo pergamino. A Måe le llamaron la atención los anillos que la HaFuna llevaba en sendos dedos centrales. Uno lucía una gema de color rojo, y el otro una de idéntico tamaño y forma, pero de color azul.

UNA – No entiendo esta parte. ¿Qué es exonerar?

MÅE – Eso… Básicamente dice que si haces daño a alguien o rompes algo caro con lo que has aprendido en la Universidad, ellos no se hacen responsables.

UNA – ¡Ah! ¿Y por qué tienen que escribirlo así tan… raro? ¡No se entiende nada!

MÅE – Es el vocabulario típico de estos documentos oficiales. No hay nada fuera de lo normal. Yo… he respondido a todo que sí, en la primera columna. De hecho, da la impresión que si no lo haces así… tú misma te niegas a entrar en el gremio. Es más bien una lista de normas.

UNA – ¿Ah, sí?

MÅE – Si quieres podemos echarle un…

            Una negó con la cabeza. Agarró con firmeza su pluma y comenzó a dibujar pequeñas cruces en la columna encabezada con la palabra “Sí”, sin molestarse en leer aquél texto tan formal, escrito con letra tan pequeña. Måe se quedó francamente sorprendida por su actitud. Ella lo había leído todo de cabo a rabo cuatro veces seguidas, y había tenido tiempo incluso de empezar a memorizarlo.

MÅE – ¿Seguro que no prefieres leerlo?

UNA – ¡Qué va! Es lo que tú has dicho, no son más que palabras vacías. ¿Quieren que lo devuelva rellenado, no? Pues aquí lo tienen.

            La HaFuna enrolló el pergamino y se levantó presta de su asiento. Al hacerlo, la diferencia de estatura entre ambas se tornó todavía más acusada. Måe ya estaba más que acostumbrada, por lo que no le dio la menor importancia, pero a Una le resultó algo violento.

MÅE – Yo me llamo Måe, ¿qué nombre escogiste tú en tu ceremonia?

UNA – Una.

            Måe se quedó boquiabierta.

MÅE – ¿En serio?

            Una frunció ligeramente el entrecejo.

UNA – ¿Qué pasa? Es un nombre muy común aquí en Ictaria.

MÅE – No… Es que… Me ha sorprendido.

UNA – Tú tienes un nombre muy bonito. Me recuerda a… ¿Es muy viejo, no?

MÅE – Sí…

UNA – ¡Bueno! Vamos a entregar los pergaminos. ¿Te parece?

            La joven HaFuna asintió. Cruzó su mirada con la de Eco, que hasta el momento había estado observando los intrincados dibujos que había en los vitrales de la fachada principal. Éste asintió, invitándola a seguir adelante. Måe agradeció que le brindase ese nicho de autonomía y, junto a Una, se dirigió de vuelta hacia el mostrador. La misma secretaria que les había atendido a ambas las saludó con una cálida sonrisa. Le entregaron las plumas y los formularios, y ésta los observó rápidamente, para acto seguido guardarlos bajo la mesa.

SECRETARIA – Bienvenidas al gremio de taumaturgia.

MÅE – Gracias.

SECRETARIA – Necesitaré que me digan cuál es su talla.

UNA – Veintisiete.

            La secretaria se agachó y comenzó a hurgar algo que tenía a sus pies. Al incorporarse de nuevo, sostenía entre sus manos una delicada túnica de color negro. Se disponía a colocarla sobre el mostrador, cuando Una la agarró a toda prisa, y la extendió cuan larga era, observando con atención sus bordados, y el escudo de la Universidad que lucía en la parte derecha del pecho.

SECRETARIA – ¿Y la suya?

MÅE – Ve… Veinte.

            La secretaria se mordió el labio inferior, contrariada.

SECRETARIA – Lo siento, pero… no disponemos de tallas tan pequeñas. Le puedo entregar una veintitrés. Tendrá… que aguantar con ella hasta que crezca un poco más. Lo lamento.

MÅE – No tiene importancia. Le puedo coser los bajos para no arrastrarla por el suelo.

            Una salió por un momento de su ensimismamiento, extrañada. La secretaria le entregó a Måe su propia túnica. Eco finalmente se había acercado, y prestaba atención a la conversación, pero manteniéndose a una distancia prudencial, dejando a la pequeña HaFuna valerse por sí misma.

SECRETARIA – Le pido disculpas de nuevo. Permítame que lo anote en su historial, para que pueda disponer de una túnica de su talla los cursos próximos.

MÅE – No se preocupe.

La secretaria asintió con la cabeza, mientras acababa de anotar algo en el documento que tenía frente a sí.

SECRETARIA – La residencia para los nuevos alumnos está en la torre norte.

            Se dio media vuelta, y arrastró un caballete con ruedas sobre el que se extendía un gran lienzo que mostraba la planta de la Universidad.

SECRETARIA – Nosotras ahora estamos aquí. Para llegar, tan solo tendréis que cruzar el patio y tomar las escaleras que hay al fondo a la izquierda. Está todo señalizado, no tiene pérdida. Aún así, uno de mis compañeros os guiará hasta ahí, para explicaros las normas.

            Una asintió, bastante más concentrada que hasta el momento.

SECRETARIA – Necesitaré una paga y señal para poder entregaros las llaves. Serán quinientos icos.

            Una echó mano de su bolso de hombro, y sacó un pequeño saco de cuentas del que extrajo cinco cuentas verdes, que enseguida entregó a la secretaria. Ésta las revisó concienzudamente, las contó, y las enhebró en la correspondiente varilla del ábaco que tenía en la mesa.

MÅE – Yo…

            Måe se sorprendió al escuchar la voz de Eco tras de sí.

ECO – Nosotros no precisaremos alojamiento, muchas gracias.

La secretaria frunció ligeramente el ceño. Una se le quedó mirando, curiosa, sin acabar de entender muy bien quién era.

SECRETARIA – Como prefieran. Todavía hay bastantes camas libres, no obstante. Si se lo piensan mejor, tan solo tienen que comentármelo a mí, o a cualquiera de mis compañeros.

ECO – Muchas gracias. Así lo haremos.

SECRETARIA – Recuerden que las clases comienzan de aquí dos jornadas. Deberán estar aquí a la tercera llamada. Sean puntuales. Deberán esperar fuera, y las pasarán a recoger. No olviden venir debidamente uniformadas. ¿Alguna cosa más en la que les pueda ayudar?

            Ambas HaFunas negaron con la cabeza. La secretaría les brindó un educado asentimiento de astas, con el que las invitó a alejarse. Así lo hicieron.

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