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Publicado: 8 noviembre, 2022 en Sin categoría

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Encerrado por voluntad propia en aquella bonita y cómoda prisión, Eco seguía enfrascado en la lectura de aquél pesado y viejo volumen que tan fascinado le tenía. De no ser por aquél montón de páginas, ya habría perdido el juicio de pura impaciencia.

Había vuelto a toda prisa a El abrazo de Tås tras su rápida visita al gremio de justicia de la capital del anillo celeste, aún con miedo que cualquiera le pudiera reconocer y le pusiera en un aprieto de complicada o imposible resolución. No había muchos HaFunos que le conocieran en Ictaria, al menos no en la parte superior del continente, pero aún así, el HaFuno había sido todo lo cauto que había podido. El buen desenlace de la complicada misión que le había encomendado Gör, su maestro de gremio, dependía en entero de que nadie sospechase que había hecho uso de métodos poco ortodoxos y menos legales para llevarla a término. El HaFuno cuernilampiño estaba deseando acudir de nuevo al gremio de mensajeros y dar por concluido su trabajo, para poder volver al molino y reencontrarse con su querida Måe. Pero supo ser paciente.

A esas alturas ya había superado ampliamente el ecuador del libro, y estaba llegando a la concatenación de acontecimientos que desembocarían en la Gran Escisión, la cual había supuesto un hiato en apariencia interminable en la Gran Guerra, que no el final de la misma. El protagonista de aquél florido relato había comenzado a actuar de un modo errático e imprevisible, que divergía en cierto modo con la actitud que había desarrollado el resto del libro. Era precisamente en esa etapa, cuando los HaGrúes habían conseguido llegar a la capital, cuando más contradicciones surgían entre los diferentes libros de Historia. No obstante, la particular perspectiva del autor seguía siendo bastante fiel al resto del libro, lo que la volvía muy distinta a la versión oficial de los acontecimientos.

            Tras más llamadas de las que sería capaz de reconocer devorando página tras página, el rugido de su propia panza le instó a ponerse de nuevo en movimiento. Bajando las escaleras de la posada ya comenzó a hacérsele la boca agua con tan solo notar las sutiles notas del olor del guiso que se estaba sirviendo en la taberna.

Tomó asiento en una de las mesas del fondo, lo más alejado posible del resto de parroquianos, que hablaban a voces mientras hacían correr la zamosa caliente por sus gaznates. No había tenido ocasión siquiera de aclimatarse, cuando Aru prácticamente apareció junto a él, sujetando dos platos humeantes en una de sus manos, y un par de jarras de zamosa bien cargadas en la otra.

ECO – ¿Qué es eso que traes, que huele tan bien?

ARU – Tripas de crotolamo estofadas, con verduritas y salsa.

ECO – Suena delicioso.

            La HaFuna colocó sendos platos y jarras en la mesa y acto seguido tomó asiento a la misma, frente a Eco.

ARU – ¿Has tenido ocasión de pensar sobre lo que te dije?

            Eco se llevó un pedazo de carne a la boca, mientras reflexionaba. Estaba excepcionalmente suave y blanda, tanto que prácticamente se deshacía entre los dientes, formando pequeños hilos que conservaban todos los jugos del puchero y que provocaron un estallido de sabor en su boca. La cocina de El abrazo de Tås siempre le sorprendía gratamente.

ECO – Pues la verdad es que sí. He pensado bastante. Principalmente he pensado en quién puede haber detrás.

ARU – Tú siempre poniéndote en lo peor.

ECO – No bromeo, Aru. Estamos jugando con fuego, y nos podemos quemar.

            Aru respiró hondo, y acto seguido le dio un  buen sorbo a su zamosa.

ARU – Yo lo veo como una oportunidad, Eco. Una oportunidad perfecta para seguir expandiendo nuestra red, y para poder ayudar a más HaFunos. Pero si tú no lo ves, no haremos nada. Eso quiero que lo tengas claro.

            La HaFuna se le quedó mirando fijamente a los ojos, con su único ojo sano, esperando una reacción. Cualquiera. Eco dejó pasar unos segundos, que hubieran sido incluso tensos de no ser por las sonoras carcajadas que venían de la mesa que tenían a su vera, junto a la gran chimenea.

ECO – Sólo intento ser precavido.

ARU – Lo sé.

ECO – Hagamos una cosa. Quiero conocerle.

            Aru frunció el entrecejo.

ECO – Si está dispuesto a llegar hasta el final, lo mínimo que puede hacer es dar la cara, ¿no crees?

ARU – Eco… con eso ha sido siempre muy cauto. Siempre ha enviado a un intermediario para hablar conmigo. No sé qué cara tiene, ni cómo se llama. No sé nada de él. Podría ser cualquiera.

ECO – Ese es el problema. ¿No te parece extraño?

            La regenta de la posada se mordió el labio.

ARU – Supongo que puedo pedírselo… No perdemos nada.

ECO – Hazlo, por favor. Quiero saber qué es lo que pretende realmente, y cómo está dispuesto a pagarlo.

ARU – No te prometo nada. Lo más seguro es que quiera seguir manteniéndose en el anonimato.

ECO – El no ya lo tenemos. Lo importante es que también le quede claro a él.

            Aru entrecerró los ojos, mirándole.

ARU – O a ella. Me gusta tu estilo.

ECO – ¿Cómo os comunicáis?

ARU – Uno de mis chicos deja un mensaje en un lugar que hemos acordado previamente. Así nos citamos con su vocal. No es rápido, pero es efectivo. Y no despierta sospechas.

ECO – Ah, muy bien. Quitándole el trabajo a los mensajeros. Me parece perfecto, Aru.

ARU – Esto es algo muy delicado, Eco. No podemos exponernos a que nadie se entere de lo que nos traemos entre manos.

ECO – ¡Que era broma! Mientras más precauciones tomes, mejor. Haces muy bien.

            Eco había conseguido sembrar la semilla de la sospecha en Aru, al tiempo que se había involucrado personalmente en aquella propuesta de negocio de tan sospechosa naturaleza. Eso era todo cuanto necesitaba.

La comida siguió su curso, aderezada por otras dos jarras de zamosa caliente, pero en adelante los temas de conversación fueron mucho más livianos. Aru se interesó por la evolución de Måe, y Eco se deshizo en elogios hacia la joven HaFuna. El HaFuno cuernilampiño se interesó por la familia de Aru, y descubrió el lamentable fallecimiento de una de sus tías, que había pasado la mayor parte de su vida trabajando en las minas de Ötia, de igual modo que toda su familia hasta que Eco se cruzó en sus caminos.

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