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Publicado: 10 diciembre, 2022 en Sin categoría

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MÅE – ¿A qué debo tu… visita? No te esperaba volver a ver por aquí, la verdad.

            Pese a su discutible tono conciliador, acompañado de una tímida sonrisa, la joven HaFuna todavía se sentía bastante molesta con Una por haber decidido darle el lomo, aliándose con Uli y el resto de sus compañeros para hacerle el vacío en clase. Una se mordió el labio inferior y se rascó el cuello. Resultaba evidente que para ella tampoco estaba resultando algo sencillo.

UNA – Tengo… Me gustaría pedirte un favor, Måe. ¿Me puedo sentar?

MÅE – Sí, claro. Toma asiento. Perdona por el… el desorden.

            Una se dirigió hacia la mesa de la sala principal de molino, tomó asiento y dejó sobre ella el hatillo que llevaba consigo. Måe, a su vez, tomó el taoré y se dirigió hacia su cuarto. Para disgusto de Snï lo guardó de nuevo en el baúl, protegido por su hato, y se dio media vuelta. Una la estaba observando, visiblemente nerviosa. Una de sus patas subía y bajaba a toda velocidad sin que ella fuera siquiera consciente.

De vuelta a la sala central del molino, la joven HaFuna contempló a su compañera de clase con cierta extrañeza. Se había acostumbrado tanto a verla ataviada únicamente con el uniforme de la Universidad, aquella pesada túnica negra, que verla de esa guisa, vestida como un HaFuno más, le resultaba incluso cómico. Debía reconocer que la HaFuna tenía bastante buen gusto escogiendo la ropa, así como un poder adquisitivo más que considerable para poder costeársela. Aquél tipo de tejidos y bordados eran típicos de las tiendas más exclusivas de la dorma de Ictaria. Måe tomó asiento frente a Una.

UNA – Me he puesto a estudiar para los exámenes, pero… ¡no me aclaro! No tomé demasiados apuntes, y… de los que sí tomé, no me entero mucho de la letra. Soy un desastre.

MÅE – ¿Quieres que te deje los míos?

            Una tragó saliva, algo indecisa.

UNA – Preferiría… Si no es molestia… ¿Podríamos estudiar juntas?

            Måe no pudo evitar mostrar una genuina cara de sorpresa. Hacía muchas jornadas que no le dirigía la palabra, y otras tantas que a duras penas la miraba, allá en la Universidad. Que ahora viniese pidiéndole ayuda, la había cogido ciertamente con la guardia baja.

UNA – Quiero decir… tú… Yo sé que tú… No paras de escribir en clase, y… te he visto muchas veces repasando los apuntes en la cantina. Y… cuando Elo nos hizo el examen sorpresa, ¡fuiste la que mejor respondió de todos! Con diferencia.

            La joven HaFuna hizo un gesto negativo con la cabeza, restándole importancia, aunque algo abrumada por cuanto Una le estaba diciendo.

MÅE – ¿Quieres que te dé la lección, o que… leamos juntas mis notas? No acabo de…

UNA – No lo sé… Lo que estuvieras haciendo, Måe. Podemos… Podemos  repasar la lección entre las dos y… preguntarnos la una a la otra. Yo hacía eso siempre con mis compañeros, en educación fundamental. Nos juntábamos todos, y estudiábamos juntos. La verdad es que… me he dado cuenta que no se me da muy bien hacerlo sola.

            Måe se retrotrajo al pasado, y un recuerdo agradable le cruzó la mente. En más de una ocasión se había encontrado en una situación similar, sólo que en esos casos era Goa la que venía a pedirle ayuda, conocedora que ella llevaba mucho mejor preparada la lección. Pese a que Una no le despertaba especial simpatía, después de cuanto había ocurrido al inicio del curso, Måe se vio incapacitada para darle una respuesta negativa y echarla del molino. Eso era lo que más le apetecía hacer, pero lo que hizo fue tenderle la mano que la HaFuna reclamaba. No  hubiera sabido hacerlo de otro modo.

MÅE – Yo ahora estaba repasando seguridad en la práctica de prodigios.

UNA – Genial. Yo esa parte la llevo bastante mal.

            En adelante comenzaron a estudiar juntas, como si nunca hubiera pasado nada entre ellas, y aún fueran ambas aquellas asustadas e ilusionadas HaFunas que se habían conocido en la Universidad antes del inicio de las clases, ávidas de conocer qué les depararía el nuevo curso y de hacer nuevos amigos. Snï las observaba con atención desde su quinqué abierto, sin osar salir de él. Había perdido la costumbre de recibir visitas, y se encontraba algo cohibido, así como triste al comprobar que su adorada Måe no tocaría el taoré.

            Estudiaron juntas toda la jornada, entre bromas y risas, genuinamente cómodas la una con la otra. Tan solo hicieron un breve parón para alimentarse con los deliciosos manjares que Una había traído consigo en aquél bello hatillo, obra sin duda de los cocineros que tenía su familia en aquella hermosa mansión que Måe había tenido ocasión de visitar en el pasado, y luego a media tarde para estirar las patas, dando un corto paseo por la pequeña isla del molino.

Si bien no intimaron, pues ambas eran conocedoras de las peculiares limitaciones de su relación, al menos sí consiguieron superar la barrera de la incomodidad, y sentirse a gusto en compañía de la otra. Måe cada vez se convenció más que de no haber sido por el detestable Uli, ambas serían ahora amigas. Aunque ello probablemente se hubiera traducido en que no hubiera tenido ocasión de conocer a Nåk y al resto de amigos que tenía en la Universidad, a los cuales adoraba. Quizá al fin y al cabo, Uli, sin saberlo, le había hecho un gran favor.

            El sol azul estaba ya peligrosamente cerca del horizonte de Ictæria cuando Una dio por concluida la jornada, más que satisfecha de cuanto había conseguido sacar en claro. No paraba de insistir en que Måe explicaba las cosas mucho mejor que Elo, y que debería plantearse seriamente hacerse profesora de la Universidad, a lo que la joven Hafuna respondía que simplemente tenían la misma edad y compartían el mismo lenguaje, por lo cual le resultaba mucho más sencillo comprenderla a ella que a un vejestorio cascarrabias como Elo. Se despidieron con la promesa de volverse a ver la jornada siguiente para repetir, pues ambas se habían llevado una grata experiencia.

            Cuando Måe finalmente se quedó sola, reflexionó al respecto de lo ocurrido, mientras alimentaba a Snï con una de sus maderas favoritas. No tardando mucho más, Eco llegó de vuelta al molino, visiblemente cansado. Por algún motivo que ni ella misma acabó de entender, obvió comentarle que no había pasado la jornada sola.

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