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Publicado: 4 noviembre, 2023 en Sin categoría

Un chirrido en la puerta de su celda acabó de un plumazo con el ligero duermevela en el que se encontraba sumido Eco. El HaFuno cuernilampiño se incorporó con un quejido de aquella dura superficie de piedra sobre la que se había tumbado. Descansar ahí había resultado poco menos que una tortura, pero la alternativa era el suelo, y éste aparentaba ser todavía más incómodo, si es que eso era siquiera posible. Abrazado con fuerza a su macuto, que se había aferrado al pecho con las cinchas tan fuertemente que incluso le resultaba molesto, comprobó cómo la puerta se abría lentamente, dejando entrar a la estancia una luz que le hizo entrecerrar los ojos.

            Una silueta oscura se dibujó bajo el umbral de la puerta, coronada por unas altas astas. Por un momento la confundió con su persecutora, pero a medida que sus ojos se aclimataban a la luz, comprobó que se trataba de una HaFuna varios ciclos mayor que ella, que vestía un uniforme muy elegante, y estaba pulcramente maquillada y peinada. Una HaFuna que no había visto en su vida. Para su sorpresa, le estaba ofreciendo una cálida sonrisa. Eco no estaba de humor para frivolidades y se la correspondió con una mirada de desprecio que hubiese hecho helar la sabia del HaFuno más valiente. Ella, no obstante, no se dejó amedrentar.

INI – Acompáñame si eres tan amable, por favor.

            El HaFuno cuernilampiño frunció el entrecejo cuando la vio dar media vuelta y alejarse de la celda donde había pasado las últimas llamadas. Pensó por un momento en rebelarse y no acatar su orden, pero la idea de seguir ahí dentro un instante más le convenció de lo contrario. No tenía la menor idea de lo que pretendía para con él, pero siempre que fuese fuera de aquella incómoda celda, estaba más que dispuesto a descubrirlo.

Escoltado por aquellos dos miembros de la Guardia Ictaria que le habían trasladado hasta ahí, siguió a la HaFuna por aquél pasadizo lleno de celdas idénticas a la suya y vacías; todas estaban abiertas de par en par. Por fortuna, esta vez le dejaron caminar libremente, sin intimidarle más allá de su sempiterna vigilancia. Llegaron hasta la puerta de un despacho, al que Ini accedió.

            A diferencia del largo pasillo que acababan de cruzar, en el interior de aquella estancia la luz era natural y abundante. Los ventanales eran igualmente altos y estrechos, llenos de barrotes e impenetrables, pero eran mucho más numerosos y mucho más largos. La sala era austera cuanto menos. A duras penas tenía mobiliario, y era prácticamente igual de fría que su celda. Disponía de un discreto hogar en una de las esquinas, pero estaba apagado y tan limpio, que daba la impresión que no se hubiese utilizado en ciclos. El cuartel entero transmitía esa misma impresión.

            Ini tomó asiento en el lado opuesto de una mesa muy simple hecha de madera de sájaco, pulida y abrillantada de tanto uso. Eco echó un vistazo a las viandas que había a un lado de la mesa: frutas cortadas, frutos secos y deshidratados, embutido, algo de queso, cuyo olor se había apoderado de la sala, varias rebanadas de pan tostado, un vaso metálico vacío y una gran jarra de idéntico metal salpicada de perlitas de condensación. El estómago le rugió y se le hizo la boca agua.

INI – Siéntate, por favor. Y siéntete libre de tomar cuanto quieras. Es todo para ti.

Sin abrir siquiera el hocico, el HaFuno cuernilampiño volvió a centrar su mirada en su interlocutora, con una expresión adusta en el rostro. Se sentó en la silla que había a su lado de la mesa, cara a cara con ella, pero no osó tocar la comida, pese a que realmente estaba hambriento. Algo dentro de sí le decía que no podía estar envenenada. Si realmente pretendían acabar con él, habían tenido muchas oportunidades. Y seguían teniéndolas a patadas. Tan solo dejándole en la celda y tirando la llave, podrían haberlo conseguido sin el más mínimo esfuerzo. No obstante, y empujado tan solo por su orgullo herido, Eco no osó probar bocado. Era la única manera que tenía de mostrar la desaprobación a sus métodos y el recalcitrante desprecio que les profesaba.

INI – Te preguntarás por qué te hemos traído hasta aquí.

            Eco hubiese utilizado el verbo arrastrado, pero prefirió mantenerse en silencio, aunque para ello tuvo que morderse la lengua. Era consciente que cualquier cosa que dijera podría ser utilizada en su contra, y en el estado de excitación e ira en el que se encontraba, dudaba mucho que pudiese ofrecerle una réplica de la que no acabase arrepintiéndose más pronto que tarde.

INI – Te voy a ofrecer un trato que no vas a poder rechazar.

            El HaFuno cuernilampiño frunció el ceño. A esas alturas estaba completamente perdido y no tenía la más remota idea de lo que aquella panda de truhanes tenían planeado para él. Se encontraba en una situación de inferioridad tal, que la mera idea de que le ofrecieran un trato no albergaba el menor sentido en su cabeza.

Al escuchar un ruido a su lomo se giró y vio a los dos miembros de la Guardia Ictaria sosteniendo un pequeño cofre. Era algo más grande que el cubo que él guardaba celosamente en el macuto al que seguía aferrado, pero a todas luces demasiado pequeño para que lo llevasen dos HaFunos de semejante envergadura y fortaleza. La mera visión resultaba ridícula. La HaFuna les indicó que dejasen el cofre sobre la mesa. Así lo hicieron, con toda la delicadeza que pudieron, ubicándolo justo delante de él. El golpe seco que hizo al impactar contra la superficie de madera delató que pese a su escaso volumen, aquél cofre era muy pesado. Ambos se retiraron. Eco miró el cofre cerrado y acto seguido miró a Ini.

INI – Puedes abrirlo.

            Eco no movió un músculo, retador. Ini parecía estar esforzándose mucho por mantener la compostura, pero aún así se le estaba dando de lujo.

ECO – Prefiero que lo abras tú, si no es molestia.

INI – En absoluto.

            La HaFuna se incorporó un poco sobre la mesa y abrió el cofre. Los ojos de Eco se abrieron como platos. Miró de nuevo a Ini, visiblemente perturbado, y ésta le ofreció de nuevo una cálida sonrisa.

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