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Publicado: 5 octubre, 2021 en Sin categoría

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Måe no se hubiera soltado de la mano de Eco por nada del mundo en esos momentos. Hacía mucho que había dejado de volar con él de ese modo, pero ahora estaba más que dispuesta a hacer una excepción. Volar libremente sin la supervisión constante y activa de un adulto era un hito importante en la vida de todo cachorro de HaFuno. Sus tutores siempre eran reacios a permitírselo y lo posponían tanto como les era posible, conscientes del peligro que entrañaba, pero inexorablemente acababan accediendo, conscientes que una nueva etapa de sus jóvenes vidas quedaría atrás para siempre. No obstante, ambos concluyeron, sin siquiera necesidad de mediar palabra, que ese sería un buen momento para rememorar aquella bonita costumbre.

            La corriente de HaFunos que sobrevolaban la superficie inferior de Ictaria resultaba mucho más abrumadora a esa distancia. Ambos acababan de abandonar la isla del molino, tras la enésima comprobación de Eco para confirmar que, en efecto, se encontraba correctamente anclada gravitacionalmente a Ictaria, y que la encontrarían de nuevo orbitando por debajo una vez volvieran. A medida que se aproximaban más y más al continente, tuvieron la impresión que éste no paraba de crecer. La sensación de hacerlo a plena luz del día pero en un eclipse permanente que lo tornaba todo oscuro y lúgubre, resultaba incluso perturbadora.

Con la inestimable ayuda de Eco, que no era la primera vez que visitaba la capital, ambos entraron, aún con ciertas dificultades, en una de aquellas mareas HaFunas que se dirigían a la superficie. Aquella mitad invertida del continente se conocía extraoficialmente con el nombre de Icteria, siguiendo una vieja y detestable tradición que se remontaba cientos de ciclos atrás, desde antes incluso de la Gran Escisión. Quienes más perpetuaban esa fea costumbre eran mayormente los habitantes de la parte superior, que veían a los que vivían bajo sus pezuñas como seres inferiores.

Eco sonrió al notar la presión de los dedos de Måe en la palma de su mano a medida que la marea HaFuna en la que se encontraban se dirigía hacia aquella vetusta red de aterrizaje. La expresión de la cara de la joven HaFuna resultaba incluso cómica. Era tal el volumen de viajeros que hacían uso de la red, que ambos tuvieron que fundirse en un abrazo en el último momento con tal de evitar chocarse con el cuerpo de otro de aquellos HaFunos con el que compartían idéntico propósito.

Måe y Eco bajaron directamente por la red, con cuidado de no entrar en la zona de impacto de ningún otro HaFuno; las escaleras estaban tan transitadas, que hubieran tardado una eternidad, lo cual se hubiera acabado traduciendo en un peligro aún mayor. Cuando finalmente dieron con sus pezuñas en tierra firme, Måe exhaló todo el aire de sus pulmones, aliviada.

La joven HaFuna observó aturdida cuanto la rodeaba. Tan pronto miró hacia arriba y vio a Ictæria en todo su esplendor a través de los altos edificios, un escalofrío recorrió su lomo. No sabía en qué momento había ocurrido, pero ahora el cielo estaba a sus pies, y el suelo se había convertido en el techo. No habría rastro alguno del verde tan característico del cielo, mirase hacia donde mirase. Nada tenía el menor sentido. La sensación de indefensión de tener el planeta encima y no debajo, como ella estaba acostumbrada, resultaba muy perturbadora, mucho más de lo que estaría dispuesta a reconocer. Eso, sumado a la oscuridad que reinaba en el ambiente, que aún se incrementaba más por la infinidad de precarios edificios que les rodeaban, hizo que sintiera incluso miedo.

El terreno era increíblemente irregular, y todo estaba lleno de rampas y escaleras. La arquitectura del lugar distaba mucho de la que ella había conocido en Hedonia, de pequeñas casitas horadadas en las colinas, viejos edificios de piedra y cabañas del azul intenso de la madera seca. Ahí prácticamente todos los edificios estaban hechos de cerámica, piedra y metal, con hasta siete viviendas superpuestas, a las que se accedía por escaleras de dudosa estabilidad. Resultaba evidente que todas aquellas construcciones habían sido improvisadas, y fruto de muchos ciclos de duro trabajo. También resultaba evidente que el gremio de los constructores no había tenido nada que ver con ellas.

Visto el precario estado en el que se encontraban la mayoría de los edificios, daba la impresión que fuesen a caerse de un momento a otro. Y a juzgar por los escombros que había en el suelo, y algunos edificios medio derrumbados que la joven HaFuna pudo ver en la lontananza, todo apuntaba a pensar que tampoco era algo del todo infrecuente. La añoranza por su amada Hedonia, exacerbada durante el viaje, no hizo más que crecer y crecer.

            Docenas de HaFunos iban de un lado para otro tratando de esquivarles, en el mejor de los casos. Sus ropas ajadas y la expresión triste de sus caras delataban que algo no acababa de ir del todo bien ahí abajo. Måe escuchó un grito y giró el cuello rápidamente en esa dirección. Algo vagamente parecido a un balón botó un par de veces en el sucio suelo hasta que quedó parado a una escasa zancada de la joven HaFuna. Ella enseguida reconoció al autor de aquél chillido, un cachorro de HaFuno, que a duras penas tendría unos tres ciclos. Tan solo llevaba puestas unas ajadas calzas llenas de remiendos. Estaba descalzo. Le sorprendió porque llevaba la cola suelta, y no enroscada a la cintura.

            Måe miró de nuevo la esfera que tenía frente a sí. Todo apuntaba a pensar que en algún momento se había tratado de un balón de drébalo, pero su aspecto resultaba francamente lamentable. Había sido enmendado tantas veces, reparado con tantas y tantas capas de una cantidad indeterminada de materiales reciclados, muchos de los cuales se encontraban a medio desprender, que bien podría haber una piedra dentro.

            La joven HaFuna se disponía a agacharse para coger el balón y devolvérselo a su dueño, cuando el cachorro comenzó a gritar de nuevo, en esta ocasión fuera de sí. Corrió hacia ella, con una expresión de vívido enfado en el rostro, y se hizo de nuevo con su balón, en un gesto abiertamente hostil. Verbalizó un insulto que Måe, pese a haberlo escuchado con claridad meridiana, no tuvo ocasión de comprender, porque no lo había escuchado jamás antes, para acto seguido darse media vuelta, correr unas cuantas zancadas a toda prisa, y dar un salto que le permitió llegar al tejado de uno de aquellos destartalados bloques de viviendas.             Måe se quedó de piedra donde estaba. Eco le hizo un gesto con la cabeza, restándole importancia, y la invitó a acompañarle. Ella accedió encantada. Detestaba los prejuicios, pero en esos momentos, se sentía increíblemente vulnerable y frágil, y estaba deseando poder abandonar ese lugar cuanto antes.

comentarios
  1. Meiwes dice:

    Pobrecita niña de pueblo entrando en la gran ciudad!! Espero que se adapte pronto porque tiene pinta de que la estancia va para largo. 😛

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