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Publicado: 6 May, 2023 en Sin categoría

Måe repasó por enésima vez el examen que tenía frente a sí. Le había dedicado mucho más tiempo del que consideraba que merecía, pero no quería dejar nada al azar. En cierto modo se sentía decepcionada, pues le había resultado ridículamente sencillo responder a todas y a cada una de las preguntas. Aún quedaban los de la tarde, pero visto lo visto, no tendría mucho de lo que preocuparse. Pese a que hacía un buen rato que ya no escribía, tampoco quería ser la primera en entregarlo. Ya se había agenciado el galardón de empollona entre sus compañeros, y no tenía intención de seguir dándoles razones para señalarla y hacer escarnio con ella.

            Respiró hondo y apoyó con cuidado la pluma en el pupitre, colocándola escrupulosamente paralela a éste. Estiró el cuello en una dirección y luego en la otra, notando un pequeño crujido. Pese a que llevaba la lección muy preparada, había acumulado mucha tensión y nerviosismo las últimas llamadas. Levantó la mirada de su examen de seguridad en la práctica de prodigios y echó un vistazo al otro extremo del aula. El profesor Elo estaba sentado a su mesa, hojeando un libro bastante grueso con cubierta marrón. La joven HaFuna trató de averiguar de qué se trataba, curiosa, pero desde esa distancia no fue capaz de leerle el lomo. Elo parecía absorto en la lectura, ajeno a cuanto le rodeaba. Siempre que nadie alzara la voz o tratase de copiarse de algún compañero, ahí acababa su trabajo. Y ello parecía harto complicado, tal como había dispuesto los pupitres esa jornada, tan separados los unos de los otros.

            Al observar las caras de sus demás compañeros de clase, la joven HaFuna concluyó que no todos compartían idéntica sensación que los exámenes eran sencillos. Todos estaban muy concentrados en sus respectivos pupitres, y muchos de ellos parecían francamente preocupados. Pasarse las clases charlando entre bromas, ignorar al profesor y saltarse alguna de tanto en tanto, al final parecía estar saliéndoles caro. Echó un vistazo a Una, que estaba sentada un par de filas por delante de su pupitre. No podía evitar sentirse dolida, aunque no tuviera pruebas que, en efecto, hubiese sido ella la autora del delito del taoré. La HaFuna parecía bastante tranquila y segura de sí misma. Todavía escribía algo de tanto en tanto en su examen, pero no tenía la expresión alarmada que sí compartían otros muchos de sus compañeros.

            En su paseo visual por el aula acabó irremediablemente reparando en Uli. El hijo pequeño del Gobernador lucía una sonrisa de superioridad en el rostro. En una mano sostenía la pluma, con la que de tanto en tanto decoraba su examen. La otra, con el codo apoyado en el pupitre, manoseaba un curioso collar de cuentas que llevaba anudado al cuello. La joven HaFuna frunció ligeramente el ceño. No recordaba haberle visto ataviado nunca antes con un accesorio como ese, que parecía más propio de un miembro de la nobleza ictaria entrado en edad que de un HaFuno joven como él. Le resultó cuanto menos curioso, pero no le dio importancia. Al fin y al cabo, ella no frecuentaba esas esferas, e ignoraba qué estaba a la moda y qué no. La voz del profesor Elo le hizo perder el hilo de pensamiento.

ELO – Chicos. Hagan el favor de dejar sus plumas sobre el pupitre. Ha finalizado el tiempo para este examen.

            Múltiples murmullos de desaprobación se apoderaron del aula. El profesor se levantó y comenzó una breve procesión zigzagueante por el aula, tomando de los pupitres de sus alumnos los exámenes. Los que se encontraban en la parte trasera, garabateaban desesperados, tratando de apurar hasta el último instante. Cuando el profesor llegó al pupitre de Måe, ésta ya tenía preparado el suyo, y a diferencia de sus compañeros, se lo entregó en mano, con lo que se ganó un brevísimo asentimiento de astas.

            Poco a poco el aula se fue vaciando, mientras sus compañeros comentaban la jugada entre sí, en voz alta. La HaFuna esperó hasta que todos hubieran abandonado el aula antes de levantarse de su asiento. Hacía demasiado tiempo que Uli no le hacía una jugarreta de las suyas, y no tenía ninguna intención de ponérselo fácil. Recogió sus útiles de escritura y se dirigió hacia la puerta por la que Elo había salido hacía tan poco. No habría dado ni dos pasos, cuando vio algo por el rabillo del ojo que le obligó a frenar su avance.

            Estaba tirada en el suelo, contra la pata de uno de los pupitres. Le resultó extrañamente familiar, aunque en esos momentos no hubiera sabido decir por qué. Se trataba de una pequeña esfera, asemejable a las canicas que utilizaban los cachorros de HaFuno, aunque de menor tamaño. Echó un vistazo en derredor y concluyó que estaba un par de pupitres a la derecha de donde se había sentado Uli, bajo la mesa de Pan o qu¡zá de Mei, dos de sus inseparables siervos. Era muy pequeña y de color rosa pálido, idéntico al de las cuentas del collar que el hijo pequeño del Gobernador llevaba puesto. La HaFuna se agachó flexionando las patas y echó mano de la esfera, curiosa. Enseguida notó algo fuera de lo común.

            Entonces lo comprendió todo. Se vio tentada a tirarla al suelo, al recordar lo que había ocurrido la última vez que tuvo una pieza de aquél extraño metal en sus manos. Se trataba de una minúscula esfera de bavarita. La HaFuna echó un vistazo a la puerta abierta del aula: todos sus compañeros habían abandonado el pasillo y debían encontrarse ya en la cantina a esas alturas. A duras penas se oía un lejano murmullo de voces. Cerró fuertemente la palma de su mano, y acto seguido cerró también los ojos. Del mismo modo que hiciera la última vez, trató de absorber el poder que manaba de la esfera.

            Una imagen nítida se formó en su mente. Se trataba de un recuerdo, aunque no supo determinar a su autor. Ella ignoraba que aquél mineral podía utilizarse con tal fin. En aquél recuerdo, el profesor Elo estaba dando una de sus interminables lecciones, apuntando cosas en el tablero mientras les ofrecía el lomo. Pudo verse incluso a sí misma, tomando apuntes un par de pupitres más adelante. Se trataba de una lección de seguridad en la práctica de prodigios: no podía ser de otro modo. De repente un ruido la sacó de la memoria que albergaba aquél pedazo de bavarita. La joven HaFuna parpadeó un par de veces, volviendo a la realidad, y vio a Tac, con sus inseparables lentes de montura redonda, observándola desde la puerta del aula.

TAC – ¿Vienes, Måe? Te estamos esperando en la cantina.

            La joven HaFuna se metió la esfera en el bolsillo de la túnica, asintió con una sonrisa a su amigo aprendiz de sanador, y corrió a reunirse con él.

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