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Publicado: 3 octubre, 2023 en Sin categoría

Lia soltó a toda prisa la mano de Måe. Estaba todo lo sonrojada que físicamente podía llegar a estar. No era para menos: acababa de mostrar a la joven HaFuna por arte de la taumaturgia una visión de sí misma sentada en una letrina, obrando. Måe lucía una pícara sonrisa en el hocico. Deberían llevar por lo menos tres llamadas seguidas practicando y Lia había hecho grandes avances. Måe estaba franca y gratamente sorprendida. La creencia popular decía que los mal denominados icterios no sólo no eran dignos del uso de aquél bello don, sino que eran mucho menos duchos en su ejercicio que un HaFuno con la sabia roja. Ella estaba convencida que eso no eran más que estúpidos prejuicios, y estaba más que dispuesta a demostrar lo contrario.

            Se encontraban en una zona apartada de la Factoría, pero accesibles a la vista de los HaFunos que por ahí pululaban. Varios de ellos se las habían quedado mirando, curiosos por sus avances, más después de cuánto había corrido la voz de la emotiva escena con Tyn. A Lia parecía no importarle lo más mínimo. Måe se sentía muy orgullosa de ella a ese respecto. Orgullosa que hubiera podido apartar de su cabeza aquellos feos prejuicios, y que por fin pudiera ver la taumaturgia como el noble don que era, y no como algo de lo que avergonzarse. Confiaba que aquello pudiera servir para normalizar el ejercicio de aquél arte entre sus congéneres, otrora acérrimos detractores del mismo.

LIA – No sé… No entiendo cómo ha podido… ¡Perdóname!

            La joven HaFuna negó con la cabeza.

MÅE – No es sencillo, al principio. Te tienes que concentrar mucho en lo que tienes que transmitir, y… es muy fácil perder el hilo de pensamiento y transmitir… cualquier otra cosa. Normalmente se aprende reclamando la memoria a otro HaFuno, pero tú has entrado por la puerta grande transmitiéndola ya de entrada. Lo estás haciendo muy bien.

LIA – ¿Pero qué dices? Si acabo de… No soy capaz de controlar qué mostrar. ¿Cómo lo haces tú tan fácilmente?

MÅE – Esto es un arte que requiere mucha práctica. Tú acabas de empezar, y estás haciendo muchos avances. Muy rápido. Créeme.

LIA – ¿De verdad?

            La hilandera estaba muy excitada y muy nerviosa. La grata experiencia que acababan de vivir con su abuelo había acabado de un plumazo con la mayor parte de sus temores y prejuicios entorno al uso de la taumaturgia. Ahora no tenía otra cosa en la cabeza. La idea de poder acompañar a Tyn, brindándole el don de la vista que le había sido robado hacía tanto, devolviéndole aunque sólo fuera una mínima parte de cuanto él había hecho por ella desde la desafortunada desaparición de sus madres, la henchía de entusiasmo e ilusión.

            Måe echó el enésimo vistazo por los ventanales que había en la alta fachada. Por más tiempo que pasara, estaba convencida que jamás se acostumbraría a la sensación de tener a Ictæria por sombrero y no poder ver el cielo más que en la lontananza del horizonte. El amado planeta del que habían tenido que huir hacía tanto, tanto tiempo, estaba empezando a mostrar su cara en perpetua oscuridad, aquella cubierta de hielo y con frecuentes tormentas y violentas ventiscas. Pronto se haría de noche.

LIA – Déjame que lo pruebe otra vez. Prometo hacerlo mejor.

            Lia extendió su mano hacia Måe. La joven HaFuna no la tomó. Se mordió ligeramente el labio, mientras observaba a su amiga. Esa tarde apenas habían trabajado, ni la una ni la otra, de tan enfrascadas como habían estado en ese nuevo pasatiempo.

MÅE – Lo siento, pero… es que me tengo que ir. Mañana madrugo y… está empezando a oscurecer.

            La hilandera dio un respingo. Echó un vistazo por la ventana y se puso en pata de un salto.

LIA – ¡Caray! Tienes razón. No me había dado ni cuenta. Debe ser tardísimo. ¡Sí, claro, márchate! Tienes que descansar.

            Måe asintió, satisfecha porque Lia finalmente se hubiera dado por aludida, pues no era la primera vez que sugería que se le estaba haciendo tarde. No se lo echaba en cara, no obstante, consciente de lo que ello debería estar suponiendo para la hilandera. Ambas se despidieron rozando cariñosamente sus mejillas. No fue hasta que salió de la Factoría que le embargó de nuevo aquella sensación de desasosiego por la ausencia de Eco. La joven HaFuna le conocía muy bien y sabía a ciencia cierta que si alguien sabía cuidar de sí mismo, incluso sin poder practicar la taumaturgia, ese era él. Pero no por ello podía evitar preocuparse.

            Tratando a toda costa de alejar todos aquellos aciagos pensamientos de su cabeza, se dirigió a la red de aterrizaje más cercana y trepó por ella para alzar el vuelo. El sol azul estaba a punto de hundirse en el curvado horizonte de Ictæria, y ella detestaba volar sin luz. Detestaba la oscuridad en general; desde pequeña siempre le había tenido pavor. En cuanto alzó el vuelo, lo primero que hizo fue darse media vuelta. La sensación de estar volando cabeza abajo resultaba francamente incómoda.

Suspiró y puso rumbo a la isla del molino con una ligera sonrisa en el hocico. Quizá esa no fuera la jornada en la que se reencontraría con Eco, pero lo que sí haría una vez llegase sería reunirse con su fiel amigo Snï. Hacía mucho tiempo que no le sacaba de su quinqué, de tan atareada que estaba entre las clases en la Universidad y su trabajo en la Factoría. Pensó que sería el momento ideal para dejarle revolotear libremente por el molino y bailar al ritmo de la melodía de su taoré. Entonces recordó que ya no lo tenía, y de nuevo una sensación de desasosiego se cernió sobre ella.

            Algo más triste, apuró el paso, dejándose abrazar por la atracción gravitacional de Ictæria para ganar velocidad y aprovechando las corrientes de aire para recalibrar su dirección. Tal como le había enseñado Eco cuando apenas era un cachorro. Antes que tuviera ocasión de darse cuenta, ya tenía aquella bella isla con forma de media luna en su campo de visión.

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