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Publicado: 7 noviembre, 2023 en Sin categoría

Måe miró el escaparate boquiabierta, incapaz de dar crédito a lo que le narraban sus ojos. Acto seguido miró a Una, que observaba divertida la escena, y volvió a mirar el escaparate con atención desmedida. Una estaba que no cabía en sí de gozo al ver la reacción de la joven HaFuna.

UNA – ¿Es el tuyo?

MÅE – ¡Sí! Es el mío.

UNA – ¡Lo sabía!

MÅE – Le han cambiado las cuerdas y… han arreglado un par de golpes que tenía y…

            La joven HaFuna se aproximó tanto al cristal que aplastó su hocico contra éste para poder ver mejor lo que tenía delante. Estaba extasiada de excitación y el corazón le latía a toda velocidad bajo el pecho. Un cachorro de HaFuno que cruzaba la calle se la quedó mirando con descaro, extrañado por su actitud. Fue rápidamente reprendido por su madre raíz, que le agarró de la mano y se lo llevó de ahí.

MÅE – Le han dado una capa de barniz nueva, pero… ¡Sí que es el mío! ¿Cómo…? ¿Podemos entrar?

UNA – ¡Claro!

            Måe estaba increíblemente nerviosa. Hacía algún tiempo que había hecho las paces con la idea que no recuperaría jamás a su taoré. Ahora, cuanto menos lo esperaba, éste se cruzaba de nuevo en su vida. Se trataba de un anticuario. Uno de los más longevos de Ictaria y el que tenía mejor reputación de la zona. Una acostumbraba a frecuentar esa zona de la ciudad con su familia. En su mansión había expuestos muchos artilugios y muebles que provenían de ese vetusto negocio. El local no era pequeño, pero estaba atestado de trastos de tal modo que daba esa impresión. Eso sí, estaban todos perfectamente expuestos, catalogados y pulcramente limpios. Resultaba evidente que el dueño hacía largo tiempo que se había quedado sin sitio para seguir exponiendo piezas, aunque ese factor parecía traerle sin cuidado.

La joven HaFuna entró al local a toda prisa, seguida de cerca por Una, y se aproximó a su taoré. Lo tomó con delicadeza, notando cómo se le humedecían los ojos de pura nostalgia. Lo miró por arriba y por abajo, revisó el delicado trabajo que habían hecho con sus cuerdas, el brillo que le ofrecía el barniz y el modo cómo habían reparado los pequeños golpes que tenía, que se habían vuelto prácticamente imperceptibles. Era su taoré, y al mismo tiempo, era incluso mejor que éste. En su interior se estaba librando una batalla de sentimientos encontrados.

            Måe comprobó que incluso habían cambiado la correa, que otrora estaba cuarteada y cien veces remendada. La habían sustituido por una pieza de cuero de idéntico color, pero flamantemente nueva y brillante, fuerte y recia, hecha para durar. Måe no pudo evitar colocarse el instrumento en el pecho, como había hecho cientos de veces con anterioridad, y resiguió con los dedos sus cuerdas nuevas. El sonido que éste produjo le hizo erizar el furo de sus brazos. Pese a que le dolía hacerlo, debía reconocer que con esas cuerdas sonaba todavía mejor que antes.

Obnubilada por la situación, olvidó dónde se encontraba e instintivamente comenzó a practicar una vieja tonada infantil. Una de las primeras que le enseñó Kah. Todos los clientes que había en la tienda se la quedaron mirando, algunos gratamente sorprendidos por sus dotes musicales, otros horrorizados por que estuviera manoseando un objeto de tanto valor. La joven HaFuna dejó de hacerlo tan pronto un HaFuno con unos ropajes que parecían preescisivos se plantó descaradamente frente a ella. Lucía un monóculo colgando del bolsillo frontal de su delantal. La mirada que le ofreció fue suficiente para que la HaFuna dejase el taoré donde lo había encontrado.

ANTICUARIO – Veo que tiene usted muy buen gusto, joven. Esta es una pieza de artesanía de la vieja escuela, hecho a la antigua usanza, como los hacían los HaGapimús. Lamentablemente, ya no se fabrican como estos.

MÅE – Ciertamente es bellísimo. Cómo… ¿Cómo lo ha conseguido?

            El anticuario frunció ligeramente el ceño, tan solo un instante, para acto seguido mostrar de nuevo aquella sonrisa condescendiente a la joven HaFuna.

ANTICUARIO – Disponemos de un nutrido grupo de avistadores de pequeñas joyas ocultas, que saben reconocer un buen artefacto cuando lo ven. Aquí sólo vendemos las piezas más exquisitas y delicadas. Puede visitar el resto de la tienda, y podrá comprobar que no la engaño.

            El HaFuno hizo un ademán con el brazo extendido, mostrando orgulloso cuanto su tienda ofrecía, que no era poco.

MÅE – No, pero… este en concreto. ¿Dónde consiguió este taoré?

            El anticuario, sin perder en ningún momento la sonrisa de su rostro, esbozó una mueca que hizo que incluso Una se pusiera en tensión. Siquiera sugerir que una de sus piezas pudiera ser robada era el mayor insulto que podía recibir un anticuario. Måe lo ignoraba, pero aunque lo hubiera sabido, le habría traído sin cuidado. En esos momentos estaba tan ilusionada como enojada. Y estaba muy ilusionada.

ANTICUARIO – No puedo revelar mis fuentes, joven. Si no, mis competidores podrían vender artículos tan selectos como los míos, y eso sería funesto para mi negocio.

            El tendero rió. Måe le imitó, con tanta hipocresía como pudo atesorar, siguiéndole el juego.

ANTICUARIO – Si les puedo ayudar en cualquier cosa, no duden en consultarme. Estaré ahí, detrás del mostrador.

            La joven HaFuna le ofreció un cortés asentimiento de astas. El anticuario le dio el lomo y se marchó por donde había venido.

MÅE – Me lo voy a llevar.

            Måe tomó de nuevo el taoré, decidida, e invitó a Una a acompañarla a la puerta.

UNA – No puedes hacer eso.

MÅE – ¡Pero si es mío!

            Una adoptó una expresión severa y reprobadora en el rostro.

UNA – No puedes hacer eso, Måe. Y mucho menos después de haber hablado con el dueño. Van a saber que has sido tú, y te van a buscar la ruina.

MÅE – Pero si me lo han robado ellos a mí. ¡Será posible!

UNA – Ni tú ni yo sabemos cómo ha llegado esto aquí. Además… no es para eso para lo que te he traído.

            La joven HaFuna frunció el ceño. Una adelantó su mano hacia ella, con la palma abierta señalando al cielo. Måe, algo confusa, respiró hondo y con cierta reserva acabó entregándole el taoré. Una, con una expresión ufana en el rostro, le regaló una bonita sonrisa. Parecía muy satisfecha de sí misma. UNA – Te lo voy a regalar.

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