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Publicado: 15 febrero, 2022 en Sin categoría

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La clase teórica fue excepcionalmente densa y larga, pero Måe la disfrutó sobremanera. Estaba tan concentrada en tomar apuntes y en prestar atención a todo cuanto les explicaba el profesor Elo, que en más de una ocasión consiguió incluso abstraerse de la delicada posición en la que le había puesto Uli. Se trataba tan solo de una introducción a cuanto les esperaría el resto del curso, con especial énfasis en la descripción de cada una de las seis disciplinas en las que se ramificaban los estudios de taumaturgia. Måe las encontró todas, salvo la de artes bélicas, apasionantes en demasía. Estaba convencida que tendría serios problemas para escoger una de cara al resto de los ciclos que aún duraría su etapa lectiva en la Universidad. Sin lugar a dudas, Eco la podría ayudar.

            Una había acudido al aula algo más tarde que ella, y había ocupado un pupitre en el extremo opuesto, pese a que en esos momentos había espacio más que suficiente junto a ella. De hecho, aún los había. Tanto delante, como detrás, a ambos lados y en las cuatro diagonales, nadie había ocupado pupitre alguno. La joven HaFuna tenía sospechas más que fundadas del motivo por el que eso había ocurrido. El caso de Uli era diametralmente opuesto, pues estaba rodeado de compañeros por doquier. En retrospectiva, Måe no recordaba haberle visto jamás sin un harén de HaFunos a su alrededor.

            Una llevaba su macuto en el regazo. Mientras jugueteaba con su pluma con una mano, escuchando distraídamente la lección de Elo, con la otra lo sujetaba con fuerza, como si tan solo por soltarlo cualquiera fuese a arrebatárselo. Måe se moría de ganas de abordarla para darle a entender que ella no había tenido que ver con el desagradable incidente con su bolsa de cuentas, pero Una no le había dirigido siquiera la mirada una sola vez desde que entrase al aula.

Måe no paraba de imaginar cómo se las había ingeniado Uli para jugársela de ese modo, en tan poco tiempo y siendo tan discreto. Por más que le disgustase reconocerlo, estaba convencida que él no había sido el autor material de aquella vileza. Le había tenido a la vista prácticamente en todo momento desde que entrasen a la Universidad, y en ningún momento el HaFuno se había acercado a su macuto ni al de Una.

Pero si no había sido Uli, ¿quién podría haberlo hecho? Llegó incluso a imaginar que cuanto había acaecido hubiera podido ser obra de la propia Una. Desde luego, ella era la que más sencillo lo hubiera tenido, con mucha diferencia. Pero eso no albergaba el menor sentido para ella. Si bien no habían llegado a considerarse amigas, las últimas jornadas habían tenido un acercamiento más que considerable, y pese a las más que evidentes lagunas sociales que las separaban, se habían llevado la mar de bien la una con la otra, sentando las bases para lo que hubiera podido ser una bonita amistad.

Su mirada se paseaba de un HaFuno a otro, todos perfectos desconocidos, tratando de imaginar cómo alguno de ellos, sin conocerla de nada, había podido idear semejante impudicia con el único propósito de desacreditarla delante del resto. Resultaba todo demasiado absurdo. Eso en Hedonia no hubiera ocurrido ni en mil ciclos.

            Aquella aula, a diferencia de las que habían visto desde el patio interior, comunicaba directamente con la plaza frente a la Universidad. Desde esa altura más que considerable, la estatua del dígramo furibundo parecía más bien una discreta escultura de sobremesa. Måe ya había perdido la noción del tiempo cuando las campanas de la espadaña tañeron con estridencia. Estaban tan cerca de ellas, que muchos de los HaFunos que estaban atendiendo a la lección de Elo dieron un respingo en sus respectivos pupitres. Más de una pluma cayó al suelo. El profesor dio por concluida la lección.

ELO – Diríjanse a la cantina ordenadamente, y aguarden su turno para que les sirvan la comida. Nos vemos aquí mismo la próxima llamada. Sean puntuales.

            Tan pronto Elo se retiró, en un caos ordenado, todos los demás HaFunos fueron abandonando el aula, mientras charlaban unos con otros. Måe no pudo evitar fijarse en cómo le brindaban miradas furtivas, mientras caminaban. Sin lugar a dudas, quienes habían presenciado la escena en la que la bolsa de cuentas de Una había aparecido fortuitamente en su macuto estaban poniendo al resto al día. No había pasado ni media jornada en la Universidad, y su reputación estaba ya herida de muerte.

            La joven HaFuna se dirigió al comedor bastante desanimada y con la mirada gacha, pensando en cuanto había ocurrido en tan poco tiempo. A mitad de camino, un par de HaFunos mayores que ella, ataviados con túnicas rojas, la abordaron, le dieron la bienvenida a la Universidad y la felicitaron, para acto seguido seguir adelante. La joven HaFuna se quedó francamente perpleja e incrédula. Se preguntó a qué venía todo eso, pero enseguida cayó en la cuenta que era la única HaFuna con una túnica negra que ostentaba una insignia. No todo habían sido malas noticias esa jornada, pero Måe había incluso olvidado ese breve episodio.

            La cantina estaba abarrotada. Era mucho más grande de lo que ella había imaginado, y hervía de vida. Måe se puso a la cola, y se sorprendió gratamente al ver cuán rápido despachaban a los alumnos. Antes que tuviera ocasión de darse cuenta, ya sostenía una bandeja con unas gachas humeantes, un par de bollos demasiado tostados y un vaso lleno de agua helada. Buscó con la mirada HaFunos ataviados con túnicas negras y aunque con el ánimo en las patas, se dirigió hacia allá. Una estaba sentada en uno de los extremos de una mesa que había en el mero centro de la cantina. La joven HaFuna se colocó a su vera, tomó aire, y le ofreció la mejor de sus sonrisas.

MÅE – Una. ¿Podemos hablar?

            La HaFuna cruzó su mirada con la de ella, tan solo un instante. Acto seguido, sin mediar palabra, agarró su bandeja, se levantó, y se alejó de la mesa, dirigiéndose al otro extremo del comedor. Måe, aguantándose las lágrimas, tomó asiento y echó mano de uno de aquellos bollos rellenos de carne, al que hincó el diente. Eco estaba en lo cierto: la comida en la Universidad era francamente mala.

comentarios
  1. Meiwes dice:

    Ostras que angustia me está entrando. Dan ganas de abrazar muy fuerte a Mae 😦

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