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Publicado: 11 enero, 2022 en Sin categoría

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Aru volvió sosteniendo una gran bandeja con una buena jarra de zamosa caliente y un plato de guiso lleno hasta el borde, que si no se había derramado por el camino fue exclusivamente porque ella era una excelente camarera. Se lo sirvió a Eco, y se colocó la bandeja bajo la axila. Se quedó mirando al HaFuno al tiempo que éste echaba mano de la cuchara y bebía un sorbo del caldo, no sin antes haberlo soplado un buen rato, pues estaba muy caliente.

ECO – Exquisito. No esperaba menos de ti.

            La HaFuna mostró una bonita sonrisa e hizo un gesto de agradecimiento, sosteniéndose los laterales de la falda y efectuando una inclinación de astas. Se llevó una mano al bolsillo frontal de su delantal y extrajo un pequeño saco cerrado con una cuerdecita de cuero, que acto seguido lanzó sobre la mesa, con un sonoro golpe.

ECO – ¿Qué es esto?

            Aru no respondió. Se limitó a cerrar los ojos y señalar el saquito adelantando el mentón, invitándole a abrirlo. Eco lo cogió y lo sopesó. Era mucho más pesado de lo que su tamaño parecía indicar. Lo abrió y observó su contenido. Estaba lleno hasta arriba de cuentas. Cuentas muy pesadas. Cuentas muy valiosas. El HaFuno negó con la cabeza, cerró el saco y se lo ofreció de vuelta a su dueña. Aru no movió un solo músculo por cogerlo.

ECO – Te he dicho mil veces que no es necesario. El día que lo necesite, ya te lo pediré.

ARU – Es lo menos que podemos hacer, Eco.

            El HaFuno vertió unas pocas cuentas en la palma de su mano y las observó. Comprobó que había incluso una argéntea hecha de esmirtol, el mineral más caro y más preciado del anillo.

ECO – Estáis locos. No puedo aceptar esto.

ARU – Eco, por el amor de Ymodaba. Si no fuera por ti, todos nosotros estaríamos jugándonos el furo en las minas de Ötia, pasando hambre. Muchos ni siquiera estaríamos vivos a estas alturas.

            Eco devolvió las cuentas al saquito. Aru le observaba con el ceño ligeramente fruncido, retándole.

ARU – Hazme el favor de quedártelas. Si no, me vas a hacer sentir mal.

ECO – No he venido a por esto.

ARU – Ya sé que no has venido a por esto. Y aunque hubieras venido a por esto, estarías en tu derecho.

ECO – Esto no era parte del trato.

            Aru alzó los hombros, demostrándole que le importaba bien poco su opinión. Eco suspiró. El ruido ambiente era tan alto, que no debían preocuparse por si nadie les escuchaba. A duras penas podían oírse el uno al otro.

ECO – ¿No te supondría un problema deshacerte de esto?

ARU – ¿Esto? Esto es calderilla, Eco. Tú no sabes lo bien que va el negocio.

En esta ocasión fue Eco el que frunció el entrecejo.

ARU – No, no, no. No te preocupes. Lo tenemos todo controlado.

ECO – ¿Seguro? Es muy fácil que se os vaya de las manos.

ARU – Te puedo garantizar que no. De hecho, tenemos la misma clientela desde la última vez que nos vimos. Son todos… extremadamente discretos. Estate tranquilo.

            Eco se guardó el pequeño saco en uno de los bolsillos de su cinto. Aru sonrió, satisfecha de haberse salido con la suya, y tomó asiento junto a él, mientras el HaFuno seguía deleitándose con el loilitieko caliente, cucharada a cucharada. Comenzaron a charlar, poniéndose al día el uno al otro. Eran buenos amigos desde hacía muchos ciclos, y ambos gustaban de saber que al otro le iban las cosas bien.

ECO – Me voy a pasar… bastante por aquí, a partir de ahora.

ARU – Esta es tu casa, Eco. Ya lo sabes.

ECO – Nos hemos mudado aquí.

ARU – ¿Has traído a Måe a Icteria, te has vuelto loco?

            Aru adoptó un semblante preocupado. Eco le hizo un gesto con la mano, invitándola a restarle importancia.

ECO – No, no. Bueno… Hemos venido con la isla del molino.

ARU – ¿Pero qué se os ha perdido aquí?

ECO – Hace poco se hicieron las asignaciones de gremio.

ARU – Cierto.

ECO – Pues… El consejo decidió que Måe ingresase en el de taumaturgia.

ARU – Se veía venir.

            Eco reflexionó durante un momento, en el que aprovechó para seguir devorando aquél delicioso guiso, que estaba ya en las últimas.

ECO – Sí… Debería haberlo pensado. Pero… la verdad es que… ni se me pasó por la cabeza. Ha sido todo muy… precipitado.

ARU – Esa HaFuna siempre ha sido muy especial, desde que era muy pequeña.

            Eco echó un trago de su zamosa, que se estaba quedando tibia.

ECO – Mañana mismo empiezo a trabajar, en el gremio de mensajeros, allá arriba.

            Aru asintió brevemente, guardándose para sí su opinión al respecto. Eco acabó de rebañar el plato, y lo levantó para poder verter las últimas gotitas en su hocico abierto.

ARU – ¿Quieres más?

ECO – No. Ya estoy bien.

ARU – Ha sobrado. Siempre hacemos de más. No me cuesta nada.

ECO – De verdad que no hace falta.

ARU – Te invitaría a quedarte a dormir, pero… si tienes a Måe esperándote, será mejor que te marches…

ECO – No… Sólo he venido a saludar, y…

            Eco se rascó la base de su ausente cornamenta.

ARU – ¿Y qué? Va, suéltalo.

ECO – Sé que te dije que prefería no… tenerla, pero… ¿Me podrías dar una llave? Sospecho que… me va a hacer falta, más pronto que tarde.

            Aru se mostró abiertamente sorprendida. Habida cuenta que Eco ya había acabado de cenar, se levantó y le hizo un gesto con la cabeza.

ARU – Acompáñame.

            Eco acató la orden de su amiga, y ambos se dirigieron más allá de la barra, hacia la trastienda. Durante el corto recorrido hacia su destino, Aru saludó a varios de sus compañeros de trabajo con los que se cruzaron. Muchos de ellos, los que le conocían, agasajaron a Eco, congratulados por volver a verle por ahí. Aru y él entraron al despacho de la gerenta del local, y ésta cerró a conciencia tras de sí.

La HaFuna se dirigió hacia el cuadro que había tras el escritorio en el que hacía las cuentas: mostraba un bodegón con fruta de temporada y una jarra fresca a la que se le veían las gotitas de condensación. Lo retiró, dejando a la vista una puertecita carente de bisagras ni tirador alguno, con tan solo un pequeño agujerito vertical. Se llevó una mano a la pechera, y sacó una cadena que llevaba al cuello, de la que pendía una llave minúscula, que introdujo en la cerradura. Eco lo observaba todo con detenimiento, sintiéndose algo culpable por invadir su intimidad. Aru sacó una caja de color carmesí de su particular escondrijo y la colocó sobre la mesa. La abrió, y extrajo otra llave, ésta negra, más grande y pesada. Se la entregó a Eco.

ARU – Es tu copia. Lleva aquí esperándote desde que lo pusimos en marcha y decidiste no llevártela.

Eco asintió, tomó la llave, y se la guardó en el cinto, junto al saquito con las cuentas.

ARU – Aunque no esté yo por aquí, puedes entrar cuando quieras, ya lo sabes.

ECO – Gracias, Aru.

            La HaFuna se inclinó, y rozó su mejilla con la de él.

ARU – Ahora mejor márchate. Se está haciendo tarde, y no es aconsejable volar sin luz.

            Eco asintió, y ambos abandonaron el despacho.

comentarios
  1. Meiwes dice:

    Parece muy turbio todo, un negocio que da mucho dinero, la llave, hafunas… xDD

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