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Publicado: 24 septiembre, 2022 en Sin categoría

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Måe había obviado de manera consciente el Hoyo esa tarde. Transitaba por el camino de piedra que la llevaría de vuelta a la ciudad, con una bonita sonrisa dibujada en el rostro. No paraba de darle vueltas a lo que acababa de ocurrir.

Lia le había ofrecido trabajo de hilandera por iniciativa propia, guiada por el inesperado y apabullante éxito que había tenido su humilde obra. La joven HaFuna no quería hacerse ilusiones, consciente que aquello podía haber sido tan solo un golpe de suerte, pero le estaba costando horrores. Detestaba no tener a Eco delante para contárselo en ese mismo momento.

Igual que Bim trabajaba todas las noches para poder costearse la estancia en la residencia de la Universidad, ella bien podría hacer lo mismo para cubrir sus gastos y empezar a aportar algo en casa. Llevaba demasiado tiempo dándole vueltas a cómo ganarse la vida sin tener que depender de Eco, por más que éste no tuviera ningún inconveniente a ese respecto, y eso parecía solventar de una tacada tanto eso, como su vocación frustrada. El sueño de su vida todavía parecía estar a su alcance y ella no cabía en sí de gozo ante tal perspectiva.

            Bajo uno de aquellos altos y lozanos árboles centenarios que separaban la ciudadela del resto de Ictaria había una pareja de HaFunas tumbadas sobre la anaranjada yerba. Una de ellas tocaba diestramente un taoré, mientras la otra la miraba embelesada. La joven HaFuna no pudo evitar fijarse en la cornamenta de la HaFuna que estaba ofreciendo al mundo aquella bonita tonada. Sobre una de las ramificaciones más altas de sus astas descansaban un par de capullos bastante maduros. Pronto ambas serían madres.

            A diferencia de los extintos HaGapimús, que eran mamíferos, o de los terribles HaGrúes, que eran todos hermanos entre sí, hijos de una única madre, la reproducción de los HaFunos era más parecida a la del mundo vegetal. Las astas de las HaFunas producían vida de igual modo que un árbol producía frutos. HaFunos y HaFunas podían fecundar las astas de la futura madre raíz por igual, pero las de ellos no podían engendrar vida: eran estériles. La leyenda contaba que por ello Ymodaba tuvo que arrancárselas y ofrecérselas a la madre Ictæria para poder darle vida a sus tres hijas.

            Ya dentro de la ciudad, cruzó uno de aquellos inmaculados parques. El olor de las flores resultaba embriagador, y le recordó a su amada Hedonia. No tardó mucho en dar con la tiendecita que estaba buscando. No en vano había pasado por delante de ella en más de una ocasión, y siempre había pospuesto el momento de cruzar finalmente su umbral. Ahora ya no podía seguir demorándolo. Le preguntó al tendero cuál era la libreta más barata que había en la tienda. Éste se la entregó, con un más que evidente gesto de disgusto en el rostro.

            Aquella liberta le pareció prohibitivamente cara. De todos modos, tenía que hacerse con una nueva. La que tenía ahora la había aprovechado al máximo, pero por más que cada vez hacía la letra más pequeña y dejaba menos espacio entre columna y columna, ya no le duraría ni una jornada más. Lo que no podía negar era que estaba hecha del mejor material, y que se había fabricado para durar. Era una pieza muy fina de pura artesanía y valía hasta la última cuenta, por más que ella hubiera preferido algo mucho más sencillo. En esos momentos recordó vívidamente el generoso ofrecimiento de Lia, con el que sin duda podría haber costeado esa libreta y todas las demás que había en la tienda. No obstante, seguía firmemente convencida que había hecho lo correcto, y se sentía muy orgullosa de ello.

            Ya con la libreta en su haber y la bolsa de cuentas mucho más ligera, pensó en volver al Hoyo. Si bien era cierto que era el método de transporte más barato de vuelta a la cara inferior de Ictaria, ella se había alejado ya mucho de la muralla. Estaba algo cansada y ansiosa por ponerse a repasar los apuntes, por lo cual prefirió hacer una excepción y coger un ascensor. De camino al más próximo vio a aquél pobre HaFuno con el que se había cruzado en tantas ocasiones en su ir y venir hacia la Universidad. Una pareja de HaFunos bastante jóvenes, pero no tanto como para no haber superado ya su ceremonia de graduación, se acercaron al mendicante.

            Måe sonrió satisfecha al comprobar que le ofrecían un platillo con comida humeante, que sin duda debían haber comprado en alguno de los múltiples puestos ambulantes que había diseminados por aquella ancha rambla. Mio se disponía a tomar el platillo que los jóvenes HaFunos le ofrecían, cuando éstos lo dejaron caer. Éste se partió en varios pedazos, y su contenido se desparramó por el suelo, salpicándole de arriba abajo, e incluso manchando el elegante y caro calzado de los HaFunos. Éstos comenzaron a reírse a carcajadas, señalando aquél estropicio, antes de salir corriendo, abandonando a toda prisa la escena de aquella obscena e innecesaria humillación.

A Måe se le vino el mundo encima cuando vio cómo Mio, con la mirada gacha y los ojos vidriosos, tomaba del suelo lo que había caído del platillo y comenzaba a alimentarse. Eso en Hedonia jamás hubiera ocurrido. La joven HaFuna cada vez estaba más convencida que Ictaria no estaba hecha para ella, y que jamás encajaría ahí por más ciclos que pasara estudiando en la Universidad. Se fijó en que los harapos del mendicante estaban aún más maltrechos que la última vez que ella le había visto. El pobre Mio estaba tiritando de puro frío, y eso que aún no había llegado el invierno.

            Ya de vuelta en el molino notó especialmente la ausencia de Eco. Pese a que comprendía que lo hacía por su bien, la HaFuna detestaba que tuviera que marcharse tanto tiempo a trabajar fuera. Aprovechándose de la oportunidad, dejó salir a Snï de su quinqué. El pequeño fuego fatuo se mostró enormemente agradecido por ello y la ayudó a encender la chimenea, como hacía todas las noches.

Tras más llamadas de las que le gustaría reconocer repasando los apuntes en voz alta y memorizándolos a conciencia, Måe finalmente se dirigió a su cuarto. Antes de echarse a dormir aprovechó para añadir algunas líneas más a la carta a Goa que había comenzado al poco de llegar a Ictaria. Últimamente habían pasado demasiadas cosas importantes como para no compartirlas con su mejor amiga, por más que ésta estuviera a cientos de miles de zancadas de distancia.

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