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Publicado: 13 diciembre, 2022 en Sin categoría

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Måe, con una sonrisa triste dibujada en el rostro, bajó lentamente las escaleras, con cuidado de no despertar a Eco. Aquellos peldaños de madera eran muy traicioneros y acostumbraban a chirriar estruendosamente. No obstante, la joven HaFuna los conocía demasiado bien, y ya sabía dónde no debía pisar. El HaFuno cuernilampiño dormía a pata suelta bajo aquella vieja manta que ella misma había bordado hacía ya varios ciclos, antes incluso que les abandonase el entrañable Kah. Sobre la mesilla de noche, entre otros tantos trastos, descansaba aquél pesado y herético volumen llamado “La fábula de Ulg”, que a esas alturas Eco estaba a punto de acabar. Últimamente no había tenido tanto tiempo para leerlo como le hubiera gustado, y lo tenía algo abandonado.

            Por fin había llegado la tan anticipada jornada en la que la joven Hafuna sería sometida a los primeros exámenes en la Universidad de taumaturgia. En esos momentos, Måe estaba más preocupada por llegar tarde que por los propios exámenes. Había tenido un mal sueño en el que se sucedían mil y una vicisitudes que le impedían llegar a tiempo a la Universidad, y pese a que hacía ya un buen rato que se había despertado, antes incluso del alba, se había aseado e incluso había tomado un generoso desayuno, todavía acarreaba en el cuerpo aquella desagradable sensación.

            Una había vuelto hasta en tres ocasiones al molino, a estudiar con Måe, lo cual la joven HaFuna había llegado incluso a agradecer. Tenía tan bien aprendida la lección, que últimamente se aburría supinamente con la mera idea de volver a releer sus más que manoseados apuntes, por lo cual aquél cambio en la dinámica de estudio le había resultado muy reconfortante. Una, a su vez, se había mostrado increíblemente agradecida, y la había agasajado en todas las ocasiones con los mejores manjares que sus cocineros pudieran guisar. Pese a que ambas eran conocedoras que se trataba de una relación circunstancial y finita en el tiempo, no por ello la disfrutaron menos.

            Eco, por su parte, estaba cada vez más impaciente por la vuelta de Gör, que parecía resistirse a regresar de su largo viaje. Llevaba muchas más jornadas de las que hubiese deseado haciendo entregas locales, todas en la cara inferior del anillo. Había aprendido a detestarlas con toda su alma, incluso pese a poder hacerlas volando. La asignadora parecía haber tomado especial interés por hacerle la vida imposible, y cada nueva jornada le sorprendía con una entrega en una zona más recóndita y marginal que la anterior.

Desde que comenzase, le habían intentado robar hasta en dos ocasiones, una de las cuales acabó con una magulladura en el antebrazo. En otra ocasión le habían manchado la ropa con uno de aquellos cubos que se usaban en las zonas más pobres como letrina, y que acostumbraban a vaciar limitándose a tirar su contenido por la ventana, sin molestarse en mirar si pasaba alguien por debajo. Aunque el HaFuno cuernilampiño se esforzaba por no transmitir ese malestar a la joven HaFuna, ésta supo leer que algo no andaba del todo bien.

            Måe dejó preparado un copioso y dulce desayuno a Eco antes de marcharse, por bien que no le despertó. También le pidió a Snï que le desease suerte en sus exámenes, a lo que el espíritu ígneo respondió revoloteando sobre sí mismo, con aquella expresión risueña en sus pequeños ojitos negros que tanto gustaba a la joven HaFuna. Cuando Måe emprendió el vuelo en pos de Ictaria, se sorprendió enormemente al ver cuán concurrido estaba el cielo de HaFunos voladores en la cara inferior del continente.

Si bien nunca había abandonado el molino tan pronto como esa jornada desde que llegasen a Ictaria, todo aquél bullicio no le pareció normal. Måe pensó que tal vez se debiera al enorme nimbo que flotaba en la lontananza. Aquél tipo de nimbos eran especialmente peligrosos. Por su oscuro color, delataba que estaba bien cargado de agua, que más tarde o más temprano se desprendería de él en forma de una más que necesaria lluvia. Pero ese no era el problema. El problema era que estaba también cargado de electricidad. Esponjoso y oscuro como era, de tanto en tanto se iluminaba mostrando una curiosa maraña de rayos blancos, que poco después se traducían en un estruendo ensordecedor.

Ignorando el nimbo, pues tenía otras cosas mucho más importantes de las que preocuparse, se dirigió a la cara inferior del Hoyo. Desde que conociese ese método de transporte, tan solo había utilizado los caros ascensores, al menos en comparación, en un par de ocasiones, ahorrándole a Eco en consecuencia un puñadito de cuentas. Resultaba especialmente sencillo detectar dónde se encontraba el Hoyo, gracias al descomunal montículo de tierra que había muy cerca del mismo. Si bien la superficie de la cara inferior de Ictaria era muy irregular, debido a su particular origen, aquél accidente geográfico desentonaba mucho con el resto de la superficie, lo que lo hacía muy sencillo de ver, incluso a gran distancia.

Dicho montículo había sido, al igual que el resto de suelo disponible, colonizado por los habitantes de la cara inferior del continente, que habían hecho de él su hogar en algo parecido a pequeñas cuevas excavadas en el propio detritus, a modo de colmena. Resultaba especialmente curioso e incluso llamativo de ver por su curiosa arquitectura, nacida de la más absoluta necesidad, pero daba la impresión que fuese a derrumbarse de un momento a otro. Y si uno lo observaba con la suficiente atención, podía comprobar que eso mismo había ocurrido lamentablemente en más de una ocasión, tal vez enterrando y llevándose por delante las vidas de los pobres moradores que descansaban en su interior.

            El acceso al Hoyo, a diferencia del cielo, estaba especialmente despejado. En esos momentos la joven HaFuna no le dio mayor importancia, e incluso lo contempló como un golpe de suerte, pues en más de una ocasión había llegado tarde, y había tenido que hacer uso de la rampa, que era muchísimo más lenta y cansada que la plataforma.

            Måe esperó pacientemente a que la plataforma llegase a su extremo y observó, ahora sí algo inquieta, cómo una cantidad ingente de HaFunos la abandonaban a toda prisa, y emprendían el vuelo bien lejos de ahí. Accedió a la plataforma cuando le dieron permiso, y tuvo que esperar mucho más de lo habitual para emprender el viaje a la cara superior del continente. Cuando finalmente la plataforma se puso en marcha, tan solo había otros tres HaFunos con ella. Jamás en todas las veces que había utilizado el Hoyo había viajado con tan escasa compañía.

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