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Publicado: 25 septiembre, 2021 en Sin categoría

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MÅE – ¿Me guardas rencor?

            Eco miró extrañado a Måe. Ambos estaban sentados a la mesa, tomando el postre. Disponer de un moaré en la isla tenía sus ventajas. Habían dejado el timón fijo con rumbo a Ictaria, aunque Eco revisaba con una frecuencia enfermiza que no se desviasen de su objetivo, haciendo uso del sextante. Pese a que ahora estaban sentados a la mesa del salón, desde que iniciaran el viaje pasaba la mayor parte del tiempo en el sótano.

Måe hubiera sido incapaz de reconocer dónde estaban o hacia dónde se dirigían, por más que Eco se había esforzado por enseñarle a leer el cielo y explicarle cuál era cada una de las comarcas que dejaban atrás. Aunque hubieran estado el cien por cien del tiempo navegando en dirección contraria, ella no se habría dado cuenta. Eco, no obstante, conocía muy bien el camino. Y agradecía enormemente poder hacerlo sentado tras el timón, y no volando a puro furo como estaba acostumbrado.

            Si bien era cierto que volar era mucho más rápido, siempre que uno fuera hábil a ese respecto, hacerlo en una nave, o en una isla flotante como era el caso, era infinitamente más cómodo. Los integrantes del gremio de mensajeros utilizaban ese método de transporte porque resultaba mucho más rápido. Habitualmente no hacían ningún trayecto completo, si no que cada comarca tenía una red de conexiones, y los mensajeros se limitaban a dejar los mensajes en la comarca más cercana, cuyos mensajeros se encargarían de hacerlos llegar a la próxima, y así sucesivamente. Eso no ocurría con los paquetes, que seguían idéntico proceso, aunque éstos eran efectuados por naves lanzadera tripuladas por otros mensajeros especializados.

            La mayor parte del tiempo lo que hacían era limitarse a transportar mensajes dentro de su misma comarca, mensajes que otros mensajeros habían entregado previamente. Eco había decidido un tiempo atrás encargarse de los mensajes urgentes, que no podían esperar, y que por ende, debían llevarse ex profeso y sin intermediarios. Trabajar aquél tipo de mensajes era increíblemente improductivo, pero sus emisores pagaban grandes sumas de cuentas por ello y, en el fondo, eran el principal sustento del gremio.

ECO – ¿Pero qué tonterías dices ahora, Måe? ¿Que te ha picado un biosbardo?

MÅE – No. Lo digo de verdad. Nos hemos tenido que mudar por mi culpa.

ECO – No digas eso ni en broma. Para mí es un orgullo poder llevarte a la Universidad.

MÅE – Pero has tenido que marcharte de Hedonia, y… dejar a todo el mundo atrás. Por mí…

ECO – Ya ves tú. Trabajo de mensajero, Måe. Ir de un lado para otro está en mi naturaleza.

MÅE – Tú ya sabes a qué me refiero.

            Eco le dio un mordisco a su moarina, y comenzó a separar las semillas con la lengua, sin darle demasiada importancia a las palabras de la HaFuna.

ECO – Mentiría si te dijera que me lo esperaba. Pero no te confundas. No es que pensara que no te lo merecieras. Todo lo contrario.

            Måe estaba algo melancólica. Llevaban un par de jornadas de travesía. A medida que Eco se iba relajando cada vez más, ella se ponía más y más nerviosa, al constatar que ya no había marcha atrás. La partida ya no era una idea vaga recorriéndole la mente: se había convertido en una realidad prácticamente palpable. Mirar por la ventana de su cuarto y ver cada vez un paisaje completamente distinto le resultaba a un tiempo fascinante e increíblemente frustrante. No tener la capacidad de controlar cuanto la rodeaba le estaba resultando francamente duro.

ECO – Viendo tu evolución, sobre todo estas últimas jornadas, resulta evidente que el consejo de pensadores sabía muy bien lo que estaba haciendo.

MÅE – ¿Y no estás triste, por… haberte tenido que ir? Yo lo estoy.

            Eco reflexionó unos instantes. Escupió media docena de semillas en la mesa, y prosiguió.

ECO – ¿Triste? No. ¿Contento? Tampoco. Uno acaba acostumbrándose a una vida tranquila y… previsible. Y más en un sitio como Hedonia. Pero ya te lo he dicho más de una vez. No es necesariamente un adiós. ¿Quién sabe dónde estaremos la jornada de mañana?

La HaFuna suspiró.

ECO – ¿Que estaremos lejos? Sí. Mucho. Pero eso no significa que nos olvidemos de nuestras raíces. De nuestros amigos. La vida es cambio, un cambio constante. Para sobrevivir y ser felices, nuestro deber es adaptarnos continuamente a esos cambios, intentando ser lo menos reacios posible a ellos. Lo contrario es una batalla que está perdida de antemano. Los habrá buenos y los habrá malos. Éste yo considero que es bueno. Y te lo digo con conocimiento de causa. Yo he sido taumaturgo, y te puedo garantizar que te lo vas a pasar en grande en la Universidad.

            Måe esbozó una tímida sonrisa, al tiempo que metía uno de sus dedos en el quinqué. Snï se esforzó al máximo por bajar su temperatura, y le brindó una rápida caricia.

ECO – Dejarse llevar por la inercia, y abandonarse a ella es… fácil. Abandonar la zona de confort… lo es menos. Pero es la única manera que tenemos de crecer. Y no me refiero a crecer en vertical, no te emociones.

            Eco mesó el furo de la cabeza de Måe, junto a sus incipientes astas. Ella rió. Era la HaFuna más baja de su edad en Hedonia, y dudaba mucho que encontrase alguien más bajo en la capital. Con mucha frecuencia la confundían con una HaFuna de menor edad precisamente por eso.

ECO – Y no siempre es fácil. Con más razón, cuando tenemos que dejar a nuestros seres queridos atrás. O… despedirnos de ellos para siempre.

            El HaFuno tragó saliva. Måe se sentía algo más tranquila y satisfecha tras esa breve conversación.

ECO – Nosotros al menos nos tenemos el uno al otro.

MÅE – Tienes razón.

ECO – Además, creo que Eri estaba en lo cierto. Ictaria te va a encantar.

MÅE – ¿De verdad?

ECO – No tiene nada que ver con Hedonia. Nada. Para bien y para mal. Es un mundo nuevo, y…

MÅE – ¡Mira!

            Eco se giró hacia donde señalaba Måe. Pudo ver con claridad un expirocombo que navegaba en paralelo a la isla. Era bastante pequeño aún, pero estaba muy cerca, volando a una escasa zancada del suelo, frente a la ventana. Eco agarró el cubo de fregar los cacharros y tiró con fuerza su contenido por la ventana. El expirocombo viró su rumbo y comenzó a alejarse de la isla, con aquél hipnótico movimiento de sus extremidades traseras.

MÅE – ¿Por qué has hecho eso?

ECO – No te interesa tener a un bicho de esos cerca. Créeme.

            Måe se acomodó en el antepecho de la ventana y se quedó mirando cómo el expirocombo se alejaba más y más, hasta que finalmente desapareció de su vista.

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