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Publicado: 16 septiembre, 2023 en Sin categoría

La joven HaFuna echó un vistazo al verde cielo, que se había vuelto a eclipsar. Una de aquellas islas que orbitaban Ictaria había ocultado momentáneamente el sol azul, que ya estaba en su declive, preparado para recibir el abrazo de Ictæria. Varias naves voladoras le iban a la zaga, como pequeñas lurias sobrevolando una boñiga de mípalo. Pese a la más que generosa distancia, pudo distinguir que se trataba de una de aquellas islas dedicadas en entero a la agricultura y la ganadería, donde trabajaban la mayoría de HaFunos que no eran lo suficientemente pobres para vivir en la cara inferior del continente, pero tampoco lo suficientemente ricos para hacerlo en la capital.

            Habían parado de nuevo para tomar aliento, antes de seguir su camino hacia el Hoyo. Por más ruedas que tuviera, aquél carro era muy pesado. Había sido ideado para que tirasen de él animales de carga, y no un par de HaFunas jóvenes y un anciano ciego. Måe echó un vistazo a Lia. Tenía cara de cansada y parecía algo triste. No en vano, su jornada había comenzado al alba del sol azul, y llevaba desde entonces trabajando sin descanso. Esa jornada no había sido muy fructífera; a duras penas habían vendido una triste madeja de hilo, un cinturón y un par de guantes. No hacía más que repetir que todo cambiaría cuando llegasen los festejos de la Gran Escisión. Pero para eso aún faltaba mucho, y ya no les quedaba gran cosa de lo que habían ganado con la venta del tocado.

            Esa jornada había sido como un viaje al pasado reciente para la joven HaFuna. Era la primera vez desde la libranza que había vuelto a tener clase con Elo, lo cual no había sido del agrado de la enorme mayoría de sus compañeros, que seguían ansiosos por seguir aprendiendo nuevos prodigios. Dedicaron gran parte de la clase a refrescar y ampliar nociones sobre seguridad en la práctica de prodigios, y el resto fue una breve pincelada a la combinatoria avanzada. Por ahora no eran más que ideas al aire, que ninguno de ellos había tenido ocasión de practicar, y que jamás lo harían mientras Elo estuviera cerca, pero no por ello les resultaron menos sugerentes.

La joven HaFuna salió con la cabeza embotada y con idea de repasar sus apuntes esa noche antes de acostarse. La taumaturgia era, sin lugar a dudas, un asunto de estudio al que un HaFuno podría dedicar toda una vida, y aún así no tendría tiempo siquiera de atisbar una pequeña parte. Ahora, más que nunca, entendía por qué les obligaban a especializarse en una disciplina, haciéndoles renunciar al resto. Lo contrario habría significado una pérdida de tiempo: la vida era demasiado corta para abarcar tanto conocimiento.

            Las voces de un par de miembros de la Guardia Ictaria la abstrajeron de sus cavilaciones. Todos quienes estaban transitando la vía fueron invitados con poca amabilidad a alejarse. Pese a que el camino empedrado era suficientemente ancho para que pasaran todos sin problema, aquellos adustos HaFunos les obligaron a apartar la carreta. Conscientes que ofrecer resistencia no sería una buena idea, menos aún viendo aquellas afiladas cimitarras pendientes de sus cintos, aprovecharon la proximidad del mismo para tomar el desvío de tierra aplastada por ciclos y ciclos de pasos HaFunos que les llevaría al Hoyo. Los transeúntes también se hicieron a un lado, y contemplaron curiosos un espléndido carruaje tirado por esbeltos y recios kargúes que enfilaba el camino en dirección a la densamente poblada ciudad que había más allá de aquél breve respiro entre ésta y la Ciudadela.

            Måe echó un vistazo a las ventanillas del ostentoso carruaje cuando éste pasó junto a ellos. Descubrió la cara de Uli al otro lado, observándola con una mezcla entre sorpresa y diversión. Resultaba indiscutible que la carreta había tomado el camino del Hoyo, y ella leyó en la mirada de suficiencia de Uli que era perfectamente consciente de ello. El hijo pequeño del Gobernador no hacía más que insistir que ella era una Ictaria que vivía en la cara inferior del continente, el único lugar donde tenían cabida los HaFunos de baja alcurnia que, a diferencia de él y sus allegados, carecían de ascendencia noble. Trató de no darle demasiada importancia, pero se entristeció al ver el semblante de Lia, que observaba al HaFuno con deleite, profundo respeto y el hocico entreabierto. Estaba claro que no le conocía. El carruaje, tirado por aquellos bellos kargúes, sin duda gentileza de la madre de Una, se alejó, dejando vía libre a los transeúntes para seguir con sus quehaceres.

            Llegaron a la Factoría media llamada más tarde. A Måe le llamó la atención no haberse cruzado con Tahora. Hacía algún tiempo que no la veía, y se vio tentada a preguntarle a Lia si sabía algo de ella. No obstante, prefirió dejarlo pasar. Varios HaFunos se acercaron a echarles una mano con la carreta. La jornada anterior había sido especialmente fructífera, pues no sólo Mio se había sumado al plantel de nuevas incorporaciones, sino que otra media docena de HaFunos habían comenzado a trabajar. Algunos de ellos volvían de las propias minas, con la cabeza gacha y pocas ganas de hablar de ello. No obstante, fueron recibidos de igual modo con los brazos abiertos.

            La joven HaFuna estaba deseosa de reunirse con Mio y preguntarle qué tal se le había dado su primera jornada de trabajo. Cuando la joven HaFuna abandonó la Factoría la tarde anterior, éste estaba totalmente concentrado en la mecánica tarea que le habían encomendado, con el ceño fruncido y en sepulcral silencio.

Una de las costureras se acercó a Lia y a Måe, con una sonrisilla en la cara. Les explicó que Mio estaba durmiendo. La joven HaFuna se mostró sorprendida ante esa información. Al parecer, Mio había estado trabajando incansablemente toda la tarde, toda la noche, toda la mañana y gran parte de esa tarde, hasta que finalmente había caído rendido al sueño hacía poco más de media llamada. Nadie había osado despertarle, pese a que a más de uno de quienes le habían visto trabajar sin descanso les había tentado la idea de invitarle a echarse en un lugar más cómodo.

            Måe y Lia siguieron a la costurera hacia la zona donde se encontraba Mio. Le habían tapado con unas mantas y le habían acerado el brasero para que se calentase. Måe sonrió al verle, consciente que había tomado una buena decisión. Verle de esa guisa, en vez de pidiendo limosna en la calle, era algo que le hacía sentirse francamente feliz y enormemente satisfecha. Ya habría tiempo para que se amoldase a los ritmos de la Factoría, pero ahora al menos no pasaría ni frío ni hambre, y nunca echaría en falta la compañía de algún HaFuno con el que charlar. Ahora, más que nunca, estaba convencida que lo único que necesitaba aquél buen HaFuno era una oportunidad.

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