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Publicado: 29 julio, 2023 en Sin categoría

LIA – No hace falta, Måe. Yo te lo puedo volver a teñir. Si… será un momento. Tan solo déjame que coja la tinaja…

            Måe sonrió. Desde que le dijo que le iba a mostrar cómo retirar la mancha haciendo uso de la taumaturgia, la hilandera se había mostrado muy nerviosa y esquiva. Había intentado en más de una ocasión quitarle esa idea de la cabeza, pero la joven HaFuna estaba firmemente convencida de que lo debía hacer. Los HaFunos de la cara inferior de Ictaria siempre habían sido los grandes olvidados. La enorme mayoría de ellos no estudiaban, o lo hacían en condiciones mucho más precarias que sus homólogos de la cara superior, con el único objeto de ejercer profesiones con las que servir a quienes vivían encima de ellos. Si en las manos de Måe había la más mínima posibilidad de equilibrar un poco la balanza a ese respecto, no estaba dispuesta a desaprovecharla. Lia se lo merecía.

            La joven HaFuna tomó un fragmento de tela barata que había en un montón, parte de una pila de retales ya inservibles de patronaje, e invitó a Lia a tomar asiento junto a ella. La hilandera, aunque a regañadientes, se sentó en aquél pequeño taburete de madera, que de tan usado estaba hasta rebajado e incluso brillante en la zona donde aposentaban sus traseros quienes lo usaban para descansar las patas mientras trabajaban. Lamentablemente, había muchos de esos taburetes libres esa jornada: la Factoría estaba mucho más vacía que de costumbre, pues una buena parte de sus trabajadores habían optado por irse al nuevo yacimiento de las minas de Ötia, donde les ofrecían un jornal sustancialmente más atractivo.

MÅE – Si es que es una tontería. ¡Es algo muy sencillo! Yo no lo había hecho nunca, porque Eco no me enseñó, pero… cualquiera podría hacerlo, incluso aunque le estuvieran empezando a salir las astas. ¡Hasta Tahora podría!

            Lia negaba con la cabeza a medida que Måe le iba hablando. Había accedido a presenciar aquello por el aprecio que le profesaba, pero no se sentía nada cómoda. Por más que a Måe le pareciese inaudito e incluso inverosímil, ella jamás había practicado la taumaturgia.

MÅE – Mira.

            La joven HaFuna posó una mano sobre la mancha de su túnica. Por pura inercia hizo coincidir sus dedos con los de Uli, aunque luego se sintió disgustada por ello. Realmente odiaba a aquél HaFuno.

MÅE – Esta es una de las transferencias fundamentales. Son las más básicas. Tenemos algo en el punto A y queremos llevarlo al punto B. Y nosotras hacemos de hilo conductor entre ambos puntos.

            Måe echó un vistazo en derredor. Había madejas de hilo por todas partes, y sonrió.

MÅE – Nunca mejor dicho.

            Tomó el retal blanco de patronaje con la otra mano, y miró a los ojos a Lia.

MÅE – Fíjate bien en la mancha. No la pierdas de vista.

            Lia asintió, nerviosa. La joven HaFuna se concentró y dio rienda suelta al prodigio. Lo hizo lentamente, para que su amiga pudiera verlo con claridad. La mancha azul fue desapareciendo de la túnica al tiempo que se transfería a aquél retal de tela barata. Como éste era mucho más fino y poroso, no tardó mucho en quedar tintado en su totalidad. Lia no era consciente, pero su hocico había quedado completamente abierto. No era capaz de dar crédito a lo que le narraban sus ojos. Una vez acabó, Måe le ofreció la túnica, para que la pudiera inspeccionar. Lia la tomó y la miró por anverso y reverso, incapaz de creer que no hubiera rastro alguno de la mancha azul.

LIA – ¡Hagrúes! Pero… ¿¡Cómo es posible!? ¡Es impresionante!

MÅE – ¡Pues a eso me refería! Y esto no es más que un truco barato de novato. Justo hoy hemos empezado las clases prácticas.

            Lia tomó el trozo de tela, ahora azul, y lo inspeccionó con idéntico asombro. Incluso se lo llevó a la punta del hocico y lo olisqueó.

MÅE – ¿Quieres…? Vamos a hacer una cosa. Coge tú otro trozo de tela.

            La hilandera le devolvió la tela azul, como si le quemase en los dedos, con el ceño fruncido y visiblemente inquieta.

LIA – No, no, no, no, no. A mi no me líes con estas cosas. Ya sabes que no… no va conmigo.

MÅE – Si es una tontería, ya verás. Tú sólo cógelo, y… sostenlo con la mano abierta. ¡No tienes que hacer nada!

            Lia se resistió un poco más, pero acabó haciéndole caso. En el fondo, estaba muerta de curiosidad. Casi tanto como de respeto y miedo hacia ese noble arte. Todo aquello le parecía apasionante. Tomó otro pedazo de tela de aquél montón, uno con forma trapezoidal.

MÅE – Dame la mano.

            La hilandera tragó saliva de nuevo y ofreció su mano a Måe. Ésta se la sostuvo con suavidad, entrelazando sus dedos con los de ella. Le hizo un gesto para que mirase el paño azul, al tiempo que éste perdía el color y volvía a quedarse blanco. Lia había estado tan pendiente de ello, que no había prestado atención a su propia mano. Cuando finalmente se dio cuenta que el pedazo de tela que sostenía ya no era blanco, sino que había adoptado aquél característico color azul corteza de árbol, lo tiró al suelo, como si fuera un bicho, y se miró la mano en busca de cualquier desperfecto.

LIA – ¡¿Pero cómo has hecho eso?! Si yo no puedo…

MÅE – Sí puedes, Lia. Todo HaFuno tiene el don.

            Lia estaba muy nerviosa. Måe se lo estaba pasando en grande.

MÅE – ¿Quieres que te enseñe?

            La hilandera la miró, con una expresión a medio camino entre el enfado y la excitación.

MÅE – Si a mi me enseñó Eco, que no tiene astas y no puede practicar la taumaturgia, pobrete mío, yo seguro que te puedo enseñar algo a ti. Además, seguro que se te da mejor que a mi, ¡con esas astas tan hermosas que tienes!

            La hilandera se ruborizó.

LIA – Anda, calla. Zalamera.

Lia realmente tenía unas astas espléndidas. Eran muy gruesas, pobladas, y prácticamente el doble de altas que las de Måe. No en vano, ella también era mayor que su amiga. Pese a que era bien conocido que el tamaño de las astas no estaba relacionado con la capacidad para ejercer la taumaturgia, corría la leyenda urbana que quienes más grandes las tuvieran, serían los mejores taumaturgos. Pero era una leyenda totalmente falsa: algunos de los taumaturgos más ilustres de la Historia habían tenido astas bastante pequeñas.

La estratagema de Måe había surtido efecto: a esas alturas, Lia ya había sucumbido a la curiosidad.

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