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Publicado: 3 agosto, 2021 en Sin categoría

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ECO – ¿Se puede saber qué está pasando aquí?

UNAMÅE – ¡Explícamelo tú!

            Eco siguió subiendo por la empinada escalera que comunicaba con la base de la isla flotante. Estaba chorreando de pezuñas a cabeza. Llevaba al hombro un gran saco hecho de una tela tan tupida que no permitía ver lo que había dentro. El saco no paraba de agitarse y de su interior emergían sonidos agudos e intermitentes. Cerró la trampilla tras de sí y caminó hacia la mitad del salón, hasta quedar sobre un charco formado por el nimbo que en esos momentos aún continuaba atravesado la isla. Miraba en derredor con el ceño fruncido.

            Dejó el saco apoyado sobre la empapada mesa y se dio cuenta que el quinqué estaba vacío y que su morador flotaba inquieto a la altura del techo. Aún lucía aquél color verde tan característico. Pese a que la mayor parte del nimbo que había entrado por puertas y ventanas había acabado transformándose en agua, y Unamåe ya se había encargado de cerrar hasta la última, aún quedaba mucho de aquella masa informe, sobre todo en la pared opuesta a la escalera en espiral que comunicaba con el ático.

ECO – ¿Me vas a contar qué ha pasado o no?

UNAMÅE – Que te has dejado todas las ventanas y las puertas abiertas, Eco. Eso es lo que ha pasado.

ECO – Sí. Para que se ventile el molino. Igual que hacemos todas las mañanas, Måe.

            Eco estaba visiblemente molesto por el tono de voz que estaba utilizando Unamåe, pero ella a su vez estaba muy excitada y enojada con él.

UNAMÅE – ¡No cuando un nimbo está cruzando la isla!

ECO – Cuando yo he bajado a recoger las redes no había ningún nimbo cerca.

UNAMÅE – Bueno, pues ahora sí lo hay. ¿No te lo parece?

ECO – ¿Y toda esta agua, de dónde…?

UNAMÅE – ¡Por el amor de Ymodaba! Eco, el nimbo estaba a punto de tocar el quinqué cuando he llegado. Llego a tardar un poco más y…

            Una lágrima emergió del ojo morado de Unamåe. El corto furo de su mejilla enseguida la absorbió. Se le formó un desagradable nudo en el estómago sólo de pensar lo cerca que había estado Snï de extinguirse. La expresión ceñuda de Eco se relajó. El HaFuno entrecerró los ojos y se acercó a Unamåe, olisqueando el ambiente. Le tocó el furo del antebrazo. Estaba aún muy caliente, y resultaba evidente que se había marchitado un poco. Acto seguido miró su reflejo en el charco sobre el que se encontraba. Fue entonces cuando lo comprendió.

ECO – ¿Has hecho tú esto?

UNAMÅE – ¿El qué?

ECO – Precipitar el nimbo.

            Unamåe no respondió, retándole con la mirada.

ECO – Te he hecho una pregunta, Unamåe.

            Unamåe se mantuvo en silencio unos instantes más. Sabía que lo que había hecho no era correcto, pero en esos momentos no estaba de humor para una reprimenda.

UNAMÅE – Sí, Eco. El nimbo estaba a punto de alcanzar a Snï. ¿Qué otra cosa podía hacer?

            Eco hizo un gesto de negación con la cabeza, ambos ojos cerrados. Respiró hondo.

ECO – Eso que has hecho es una imprudencia, Måe. Es muy peligroso, mucho más de lo que te imaginas. Te lo he explicado mil veces. No es seguro utilizar tu cuerpo como receptáculo. Si necesitas enfriar algo, calienta cualquier otra cosa, ¡pero no a ti misma! No eres ni remotamente consciente de lo peligroso que es lo que has hecho. Han muerto HaFunos por cosas así. Por ignorancia, o… por exceso de confianza.

UNAMÅE – ¡Yo qué sé, Eco! Estaba nerviosa. ¿Qué querías que hiciera?

ECO – Cualquier otra cosa menos ponerte en peligro de una manera tan estúpida. Te lo estoy diciendo en serio, no es una broma.

UNAMÅE – ¡Pero no ha pasado nada, ¿verdad?!

ECO – No ha pasado nada, porque Ymodaba no ha querido que pasara. No te puedes tomar esto como si fuera un juego.

UNAMÅE – Snï ha estado a punto de morirse por tu culpa, ¿y lo único que se te ocurre hacer es echarme una bronca por salvarlo?

            Unamåe estaba increíblemente furiosa. A esas alturas los lagrimones caían sin contemplaciones por su el corto furo de su cara, que enseguida los absorbía, afanoso de hidratación tras la elevada temperatura que había alcanzado.

ECO – Måe…

UNAMÅE – ¡Déjame en paz!

            Unamåe destrabó el quinqué de su soporte y dio un corto silbido. El pequeño fuego fatuo se dio por aludido y voló raudo a su interior. La pequeña HaFuna cerró el quinqué y ofreció una última mirada desafiante a Eco antes de dar media vuelta y dirigirse a su cuarto con el quinqué bien sujeto en el pecho, con cuidado de sortear los restos del nimbo que aún flotaban por el ambiente cargado de humedad. Cerró tras de sí, con la suficiente delicadeza como para no dar un portazo, pero la suficiente contundencia para dar a entender que Eco no era bienvenido.

            Eco se quedó de pie en el salón, medio a oscuras pese al sol azul que brillaba sin contemplaciones allá afuera. Aún goteaba por toda el agua que le había caído en tromba encima. Estaba furioso, pero al mismo tiempo se sentía increíblemente angustiado. Unamåe era el único nexo que le quedaba con su pasado, y la mera idea de perderla le producía escalofríos, erizándole el furo. Se vio tentado a caminar hacia el cuarto de la pequeña HaFuna, pero sabía que no era el momento adecuado, de modo que prefirió obviarlo. Respiró hondo y soltó al aire lentamente por las fosas nasales, tratando de calmarse.

            Consciente que ese desagradable contratiempo jugaba en contra del principal objetivo de esa mañana, que era ultimar los preparativos para la ceremonia de graduación que se llevaría a cabo esa tarde, cogió el saco que aún se agitaba sobre la mojada mesa. Se lo llevó a la cocina, apartando a manotazos grandes pedazos de nimbo en el proceso. Desde la ventana pudo ver cómo el nimbo ya había atravesado por completo la isla del molino y seguía su deriva de destino incierto. Se preparó un té con pétalos secos de moaré. Eso siempre le ayudaba a relajarse.

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