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Publicado: 24 julio, 2021 en Sin categoría

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Eco empujó una de las dos grandes puertas principales del edificio del gremio de los mensajeros. A esas horas apenas había movimiento en esa zona de Hedonia. El eco retumbó en el vestíbulo cuando la puerta se cerró tras él. Eco tardó unos segundos en aclimatar sus ojos a la luz de la sala, iluminada por los ventanales de la fachada principal, que dotaban a la estancia de un color verdoso. Se trataba de un edificio de piedra, viejo pero muy bien cuidado, que se esforzaba por emular el talante de los edificios oficiales de Ictaria, la capital del anillo celeste.

            El silencio reinaba en la gran sala vacía. La recepcionista le saludó efusivamente, agitando un brazo, y Eco respondió con una educada inclinación de cabeza, deseando poder acabar con sus trámites cuanto antes. No obstante, la HaFuna abandonó su puesto y se dirigió presurosa hacia él, mostrando una radiante sonrisa en el rostro. Aquella joven HaFuna llamada Eri no llevaba mucho en el puesto, y era diametralmente opuesta al HaFuno al que sustituyó, un viejo cascarrabias al que habían exonerado de sus funciones debido a su avanzada edad hacía cerca de medio ciclo.

            Eco se sorprendió al encontrársela de frente. Eri le abrazó y acto seguido le acaricio el hombro afectuosamente. Aquella joven HaFuna olía francamente bien. A Eco le llamó especialmente la atención el estado de su cornamenta: estaba exuberante. En plena madurez, era casi tan alta como su propia cabeza. Disponía de follaje propio, y la había adornado con flores blancas y rojas que emitían una agradable fragancia.

Pese a que hacía mucho que las había perdido, Eco se seguía sintiendo algo avergonzado al carecer de astas. En Hedonia todos conocían su historia, y nadie le miraba con malos ojos, pero fuera de la comarca había tenido problemas alguna que otra vez. La amputación de las astas era la principal pena para quienes cometían los peores delitos, por lo cual no era difícil pensar mal al ver a un HaFuno sin ellas.

ERI – ¡Cuánto tiempo, Eco!

ECO – Buen día, Eri. He tenido mucho trabajo últimamente…

ERI – ¡Eso es porque siempre coges los mensajes que están más lejos!

ECO – Bueno, alguien tendrá que hacerlos llegar a sus destinatarios, ¿no crees?

ERI – No… ya… claro. Pero… tú no tendrías que…

            Eri se mordió el labio inferior. En el gremio todos conocían la historia de Eco, y sabían que Unamåe había tenido que criarse sin padres ni madres. Eco era la única familia de aquella pequeña HaFuna.

ECO – Unamåe sabe cuidar muy bien de sí misma, ya no es una niña. No te digo más, mañana se gradúa, y por fin le asignarán su gremio.

            Eri se mostró abiertamente sorprendida, y durante un instante se planteó que Eco le estuviera tomando el furo. La expresión de la cara del HaFuno la convenció de lo contrario.

ERI – ¿En serio? Yo creía que era más joven.

ECO – Eso es porque… no es muy alta.

ERI – Qué bien. Pues… intentaré acercarme.

            Eri se le quedó mirando, pero Eco prolongó aún más aquél silencio incómodo.

ERI – Te hemos echado de menos por aquí, Eco.

ECO – Sí, seguro que el jefe me ha echado mucho de menos.

ERI – Pues sí. También. Ayer mismo me preguntó por ti.

ECO – No sé yo si sería por eso, Eri.

            Eco sonrió.

ERI – No…

            Una HaFuna adulta entró al vestíbulo acompañada de un cachorro que era evidente que no hacía mucho que había aprendido a caminar. Eri se puso en tensión. La recepcionista volvió a sujetar el hombro de Eco y le dio un corto apretón.

ERI – Oye, Eco, lo siento, pero te voy a tener que dejar.

            Eri volvió a colocarse de nuevo tras el mostrador para poder atender a la HaFuna. Eco aprovechó la oportunidad para escabullirse. Le gustaba su trabajo de mensajero, pero detestaba la burocracia. Tras su última ronda, traía infinidad de mensajes nuevos, y se los entregó al encargado de sortearlos. Eco repartía todo tipo de correo en el anillo celeste, pero de un tiempo acá siempre pedía encargarse de los mensajes urgentes de larga distancia. Sus homónimos estaban encantados, pues preferían mantenerse lo más cerca de casa posible.

            De nuevo con el macuto cargado de mensajes por entregar abandonó el edificio, despidiéndose cortésmente de Eri, y se dirigió a la dorma. Llegó justo a tiempo de escuchar tañer las campanas que avisaban a todos los hedonios que quisieran darse por aludidos que la comida estaba a punto de servirse en el Gran Comedor. Buscó a Unamåe con la mirada, pero no la encontró, de modo que ocupó un asiento en la mesa donde solían comer juntos. El comedor aún no estaba muy concurrido. Varios HaFunos subidos en altas escaleras engalanaban la sala para la ceremonia que se llevaría a cabo la jornada siguiente.

            No mucho después vio aparecer a Unamåe, agitando ambos brazos al aire. Kurgoa la seguía, y ambas se sentaron a la mesa junto a él. Eco se dirigió curioso a la amiga de Unamåe.

ECO – ¿Comes con nosotros hoy, Goa?

KURGOA – Pensaba… Yo… Si prefieres que os deje solos…

            Kurgoa se levantó, sintiéndose algo fuera de lugar. Al fin y al cabo, hacía muchas jornadas que él y Unamåe no se veían.

ECO – ¿Pero qué dices? ¡Si tú eres familia!

            Eco le hizo un gesto con la cabeza, invitándola a sentarse, y ésta lo hizo, al tiempo que un hedonio anciano se acercaba a la mesa, empujando un carro con comida recién hecha que aún humeaba. Unamåe y Kurgoa enseguida le reconocieron, y agradecieron amablemente su servicio. Se trataba de un guiso de carne de hamú, aderezado con muchas especias, con crema de leche de mípalo. Estaba especialmente sabroso. Sin mayores ceremonias, los tres comenzaron a comer.

ECO – Esto está riquísimo. ¿Lo ha hecho tu madre, verdad?

            Kurgoa asintió, orgullosa.

KURGOA – Tiene muy buena mano. Siempre le queda ternísima.

UNAMÅE – Ya podías pedirle que te diera clases.

            Los tres rieron, pues eran conocedores de la ineptitud de Eco en la cocina.

ECO – Y… dime. ¿Qué gremio te gustaría que te asignaran, mañana?

            Kurgoa acabó de masticar lo que tenía en la boca, y miró hacia el techo abovedado de la dorma, pensativa.

KURGOA – No sé… ingeniera, o… geóloga, o… o constructora. O… científica o… O maestra, o… historiadora, o…

ECO – Caray, chica. Para no saber lo que quieres… se nota que le has estado dando bastantes vueltas. Está bien que tengas muchas opciones.

UNAMÅE – ¿Tú tenías claro lo que querías ser, cuando…?

ECO – Bueno, de eso hace… cientos de ciclos. Pero sí…

            Eco se llevó una mano la cicatriz de su cornamenta. Echaba mucho de menos el don que ésta le había brindado.

ECO – Yo lo tenía bastante claro, y el consejo de pensadores también. La verdad es que fue todo… muy sencillo.

            En el centro del Gran Comedor la orquesta comenzó a tocar, amenizando la experiencia de los comensales, como ocurría cada jornada.

KURGOA – Oye, Eco.

ECO – ¿Sí?

KURGOA – ¿Se puede quedar Måe a dormir hoy en mi casa?

UNAMÅE – ¡Sí! Sí, por favor. ¿Puedo?

ECO – Por mí bien, pero… ¿ya le has preguntado a tus madres, Goa?

KURGOA – No, pero… ¡no hace falta! A ellas seguro que no les importa. De hecho, el otro día me lo dijeron, que… a ver cuando me la traía.

ECO – Está bien, pero tú de todos modos pregúntales. Si ellas están de acuerdo, por mi no hay inconveniente.

UNAMÅE – ¡Gracias!

ECO – Pero mañana a primera hora vuelve a casa, que tienes que prepararte para la ceremonia, ¿de acuerdo?

Unamåe asintió, se abalanzó hacia Eco, apoyó ambas manos en su hombro y rozó su mejilla con la de él.

comentarios
  1. Meiwes dice:

    La ternura que desprenden Mae y Goa es impresionante, espero que no tengan que separar sus caminos después de la asignación de gremios!

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  2. Angela dice:

    Muy cortito! Quiero más!😄

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