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Publicado: 1 marzo, 2022 en Sin categoría

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Måe avanzó por aquél estrecho sendero con una bonita sonrisa dibujada en el rostro. El sol azul acababa de abandonar la bóveda celeste, hundiéndose en las entrañas de Ictæria, y el cielo había adquirido aquél característico color verde rosáceo. Las ventanas del molino refulgían con un brillo característico, que en ese caso no era debido a Snï. Al abrir la puerta, un agradable calorcillo le dio la bienvenida al que era su hogar. Eco había encendido la chimenea. La joven HaFuna lo agradeció, pues las noches empezaban a ser algo más frías, dada la proximidad del invierno, y en ocasiones con la manta no era suficiente para mantener una temperatura confortable.

            Eco le dio la bienvenida desde el otro lado de la mesa de la sala central, que estaba preparando para la cena. Snï se encontraba en el mero centro, dentro de su quinqué. Se agitó y se puso a brillar de un intenso color morado al verla entrar, más cuando la joven HaFuna le dedicó unas palabras de cariño, introduciendo uno de sus dedos en aquella lámpara cilíndrica con cuidado de no quemarse, explicándole cuánto le había echado de menos.

ECO – Llegas justo a tiempo para la cena.

            Måe apoyó sobre una de las esquinas de la mesa la bolsa en la que guardaba, con celo y escrupulosamente doblada, la túnica negra que acababa de estrenar esa misma jornada. Se acercó y ayudó a Eco a acabar de vestir la mesa. El HaFuno colocó una bandeja con una hendidura circular sobre el quinqué y le pidió a su morador que obrase su arte. Acto seguido colocó sobre la bandeja aquellos bollos rellenos de verduras que había comprado en su camino de vuelta a casa, y comenzó a saltearlos, con la ayuda del calor que desprendía el espíritu ígneo.

MÅE – ¿Qué es eso?

ECO – Son unos bollos rellenos de verduras y salsa.

MÅE – ¿Los has hecho tú?

            Eco sonrió, divertido. Måe parecía algo preocupada.

ECO – No, puedes estar tranquila. Los he comprado cuando he salido del gremio.

            La HaFuna rió. Ambos tomaron asiento.

MÅE – ¿Qué tal la primera jornada? ¿Te han hecho trabajar mucho?

ECO – Pues la verdad es que sí… He tenido que comer hasta de pie. No he parado quieto desde primera hora de la mañana.

MÅE – Bienvenido al club.

            Eco vertió algo de jugo de moarina, que acababa de sacar de la fresquera, en los dos vasos que había sobre la mesa. Ofreció uno de ellos a Måe.

MÅE – ¿Te han hecho dar muchas vueltas, hoy?

ECO – Pues la verdad es que no… He estado toda la jornada en el gremio. Dentro.

MÅE – Qué raro, ¿no?

ECO – No lo sé, Måe. Supongo que… trabajan diferente. Aquí hay muchísimos más HaFunos en el gremio, y deben de organizarse de un modo muy distinto. En Hedonia no éramos ni una centésima parte de plantilla de lo que hay aquí. Ni te lo imaginarías.

MÅE – ¿Te han dicho si… te van a enviar lejos, como pasó en Hedonia?

            Eco tragó saliva. La deriva de la conversación estaba obviando explícitamente mencionar la tarea que le habían asignado. Pese a que no se avergonzaba de ella, tampoco quería preocupar a la joven HaFuna sin necesidad.

ECO – De momento no. Quizá con el tiempo, cuando me asignen tareas de mensajero fuera del gremio…

MÅE – Veamos…

            El HaFuno sirvió a partes iguales los bollos, ahora humeantes, en su plato y en el de Måe. Ésta agarró uno y le hincó el diente. El jugoso relleno le resbaló por la comisura de la boca, pero ella se apresuró a rescatarlo con la lengua.

MÅE – Esto está riquísimo, Eco. Nada que ver con lo que nos han puesto en la cantina, allá en la Universidad.

ECO – Me alegro que te guste. Ya te dije que ahí… hambre no vas a pasar, pero… la comida no vale gran cosa. Oye, ¡no me has contado qué tal te ha ido tu primer día! Quiero que me lo expliques todo, con todo lujo de detalles.

            La joven HaFuna esbozó una sonrisa nerviosa. Entonces una idea se le vino a la mente. Se limpió las manos concienzudamente en la servilleta y sacó su túnica de la bolsa.

MÅE – No te lo vas a creer. ¡Mira!

            Eco observó la túnica. Era exactamente la misma que le había visto probarse esa mañana, con la única salvedad de la insignia amarilla en forma de triángulo que lucía en el pecho.

MÅE – ¿Qué te parece?

            Måe estaba nerviosa, aguardando la reacción del HaFuno. Se mostró algo contrariada al ver que ésta no se producía.

ECO – No… No entiendo a qué te refieres. Tienes un sello de la disciplina alquímica. ¿Qué significa eso?

La joven HaFuna frunció ligeramente el ceño.

MÅE – ¿No teníais insignias cuando estudiabas tú en la Universidad?

ECO – ¿Insignias? No que yo recuerde… ¿Qué significa?

MÅE – Nos han hecho hacer una prueba, y… al que mejor lo hiciera, le daban una insignia.

ECO – Ya veo… Y te la has llevado tu, ¡enhorabuena!

MÅE – Gracias.

ECO – ¿Y en qué consistía la prueba esa? Tengo curiosidad.

MÅE – Teníamos que congelar un recipiente enorme lleno de agua que estaba muy, muy caliente.

            Eco parecía francamente interesado y sorprendido por cuanto le contaba la joven HaFuna.

ECO – Se las saben todas. Y… supongo que la mayoría de tus compañeros lo hicieron a las bravas y acabaron haciéndose daño, ¿me equivoco?

MÅE – Todos y cada uno de ellos, Eco. Menos uno, pobre, que se equivocó, y estaba calentando el agua, en vez de enfriarla. Yo no daba crédito.

ECO – ¿Ves como a veces va bien prestarme atención?

MÅE – ¡Ya te digo! Si gané esto, es únicamente gracias a ti, y a toda las veces que me has echado la bronca.

            Ambos rieron. Snï revoloteó dentro de su quinqué, intentando formar parte de la conversación, pese a que no les entendía.

ECO – Me alegra ser útil. Ya te lo dije, para todo lo que necesites, aquí tienes una enciclopedia con patas. Aunque no pueda practicarla, te puedo contar hasta el último secreto de la taumaturgia. Pero basta de hablar de mí. ¿Qué más os han explicado? ¡Cuéntamelo todo!             La joven HaFuna sonrió. Pese a que ninguno de los dos había previsto engañar al otro, los relatos de ambos al respecto de cuanto había ocurrido aquella larga jornada obviaron cuando malo había acaecido. Ambos se idolatraban, y lo último que querían era entristecer o preocupar al otro. Al fin y al cabo, una jornada mala la tenía cualquiera, y no tenía por qué repetirse.

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