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Publicado: 2 octubre, 2021 en Sin categoría

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Estaban tan cerca de Ictaria que Ictæria había quedado oculta en su totalidad por el continente. De haberlo ignorado, la joven HaFuna hubiera podido jurar que se encontraban en tierra firme, sobrevolando la superficie del planeta. La sensación era francamente extraña. Le costaría mucho familiarizarse con la escala de aquél colosal cuerpo celeste.

Pese a que aún estaban muy lejos, a la joven HaFuna le extrañó sobremanera descubrir que apenas había HaFunos revoloteando por encima de aquella ciudad de apariencia infinita. Con semejante densidad de población, cualquiera hubiera podido jurar que el ir y venir de HaFunos sobrevolándola debería ser incluso un problema logístico grave. Ya ocurría en Hedonia a ciertas horas de la jornada, y en comparación, el archipiélago parecía más bien un lugar abandonado que uno donde hubiese llegado la civilización. Sí había, no obstante y a diferencia de Hedonia, una cantidad más que generosa de naves voladoras, de todo tamaño y condición, sobrevolando el continente.

ECO – Sé que esto es más interesante, Måe, pero no tenemos permiso para navegar por encima. Si nos acercamos más, nos podemos buscar problemas. Vamos a tener que anclarnos a la órbita por debajo.

Pese a que la HaFuna lo que deseaba en esos momentos era todo lo contrario, se limitó a asentir, acató sumisa la orden de Eco y guió la isla hacia aquél extraño mundo puesto pezuñas arriba, donde el norte era el sur, e Ictæria no era la perpetua imagen del abismo al que caer, si no un planeta que bien pareciera que estuviera flotando por encima de las cabezas de quienes habitaban aquella parte sombría e inhóspita del continente.

            La nueva perspectiva que enseguida les ofreció la isla del molino, enfocada hacia Ictæria, les dejó en primer plano la cúspide de la Torre ambarina. Eco sintió cómo el furo se le erizaba. Ninguno de los dos hizo comentario alguno al respecto. La Torre ambarina debía su nombre al mineral translúcido del que estaba hecho, la tetramida, que tenía ese color anaranjado tan particular.

Aquél prodigio de la arquitectura HaGrú, el edificio más alto que jamás se había construido y que con toda seguridad jamás se construiría, estaba en esos momentos horadando un nimbo tan grande que no les permitía ver la parte del planeta de donde arrancaba. El nimbo se movía tan rápido con el viento, que aquella especie de espada con el filo enfocado hacia arriba literalmente lo estaba partiendo en dos.

La Torre era un tema tabú entre los HaFunos. Nadie sabía a ciencia cierta cómo eran capaces de mantenerla en pie con semejante altura. Tampoco conocían el motivo por el que habían decidido construirla, aunque todos tenían sospechas más que fundadas al respecto. Los HaFunos, no obstante, llevaban también muchos ciclos preparándose para esa eventualidad. Nadie recordaba cuánto tiempo hacía que seguían trabajando incansablemente en ella, aunque los libros de Historia remontaban sus orígenes al final de la Gran Guerra, lo cual no hacía si no afianzar sus temores.

Pese a lo esbelta que era, se trataba del único hito creado por seres inteligentes sobre la superficie del planeta que podía distinguirse a simple vista desde el anillo. Su base se encontraba en un punto muy especial del anillo azul, la corona vegetal que rodeaba el planeta, frontera entre su hemisferio en perpetua oscuridad y su hemisferio permanentemente iluminado por el sol azul, de modo que dada la rotación del planeta respecto a su eje y en relación a la rotación del anillo celeste, siempre estaba apuntando a Ictaria.

Su existencia se trataba de un problema mayúsculo, pero al mismo tiempo conceptualmente inexistente. Cada generación de HaFunos asumía que aún faltaba mucho para que los HaGrúes cumplieran su propósito, de modo que el problema acabaría recayendo en las generaciones venideras. Eso llevaba pasando desde hacía más tiempo del que nadie era capaz de recordar, pero inevitablemente llegaría una jornada en la que dicho razonamiento dejase de ser válido.

Un nuevo cambio de rumbo perpetrado por las hábiles manos de Måe dejó la isla del molino enfrentada a la base de Ictaria. Perder de vista la Torre fue un alivio para ambos. La HaFuna se sorprendió al encontrar ahí abajo lo que había echado en falta en la superficie del continente. El contraste era abrumador. El ir y venir de HaFunos volando resultaba fascinante. Lo hacían de manera instintivamente coordinada, formando pequeñas constelaciones que más bien parecían enjambres de insectos dada la gran distancia a la que se encontraban de ellos.

            En adelante fue Eco el que tomó el rumbo de la isla del molino. Måe accedió encantada a cederle el puesto tras el timón. Guiarla por el espacio abierto no era especialmente complicado; siempre que uno la mantuviera a una distancia prudencial del resto de islas flotantes, no tenía por qué sobrevenir ningún problema. Pero pese a que ella se había demostrado hábil en su manejo, lo que ahora debían hacer era mucho más complejo; esa era una responsabilidad demasiado grande a su parecer, dada su exigua experiencia en tales lides. Una cosa era guiarla por el espacio abierto, pero anclarla gravitacionalmente a otro cuerpo celeste, y más a uno del tamaño de Ictaria, eran palabras mayores.

            Pese a haber ocupado el asiento tras el timón, Eco se molestó en explicarle con todo lujo de detalles la delicada operación que estaba llevando a término. Måe, por más que se esforzó, no fue capaz de entender todas esas explicaciones, y por ello se sintió algo frustrada, pues era consciente que llegado el momento, no sería capaz de replicarlas.

Anclarse gravitacionalmente al continente fue sustancialmente menos traumático para la isla que desvincularse de Hedonia. Måe saltó de alegría y vitoreó a Eco por haberlo conseguido, con una bella sonrisa surcándole el rostro. Eco se esforzó por mostrar normalidad, pero su estado de ánimo estaba en las antípodas del de Måe. Lo que no le explicó a la joven HaFuna fue que esa maniobra supondría un punto de no retorno. La atracción de Ictaria era demasiado fuerte, de modo que ahora que ya se encontraban anclados a su órbita, jamás podrían abandonarla.

comentarios
  1. Meiwes dice:

    Me muero de pena!! Cómo es posible que Eco no le haya dicho a Mae que ya nunca podrían volver???? O podrán ir en algún tipo de nave a ver a Goa?? Acaba de desmoronarse algo dentro de mí!!

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  2. Meiwes dice:

    Ah bueno… en ese caso, si se arrepienten, pueden ir a vagabundear a otro sitio xD

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