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Publicado: 2 julio, 2022 en Sin categoría

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Aquél alto árbol le ofrecía a la vez sombra y protección contra las miradas indeseadas que provenían de la cantina. Måe estaba sentada en el suelo, usándolo como respaldo, mientras hurgaba en su macuto a la búsqueda de aquella hermosa madeja, de la que no quedaba ya ni la mitad, tras el intenso trabajo de las últimas jornadas.

No era la primera vez que acudía al patio interior para comer, y ya le había empezado a coger el gusto. Era un ritual solitario e incluso algo triste, pero al mismo tiempo le permitía evadirse del hálito de hostilidad que se cernía sobre ella siempre que Uli estaba presente, lo cual era prácticamente siempre, habida cuenta que compartían curso y que el HaFuno parecía tener una fijación enfermiza con ella.

            Últimamente había llegado incluso a esperar con ilusión la hora de la comida, pese a la más que discutible calidad del menú que ofrecía la Universidad. En cierta medida, ello era debido a que le permitía tiempo para desarrollar su pequeño gran proyecto de costura, y en cierto modo por el pequeño amigo que había hecho en el patio interior.

En aquellos árboles vivía un minúsculo cromatí salvaje, que tenía una opinión muy distinta a la suya sobre la calidad del rancho de la cantina. La joven HaFuna le había ofrecido migajas en más de una ocasión, y el cromatí las había engullido con más que evidente deleite, pese a su instintiva reticencia y miedo. Siempre mantenía las distancias, aunque aquél día en particular parecía no querer acudir, lo cual sorprendió e incluso apenó ligeramente a Måe, que le esperaba ilusionada.

            La joven HaFuna había decidido dar vida en forma de tocado a la madeja que Lia le había regalado, en parte inspirada por cuanto recordaba haber visto en el bello escaparate de su puesto ambulante en el mercado intramuros. Era la primera vez que hacía algo así, y le estaba resultando muy edificante. Había recopilado material que tenía en el molino, e incluso había gastado parte de las cuentas que le quedaban, de las que Eco le había entregado al iniciar el curso en la Universidad, para darle vida al proyecto que nació en su cabeza y en un par de esbozos en las últimas páginas de su ya casi llena libreta. Quería crear un objeto llamativo pero al mismo tiempo discreto, ligero pero vistoso, delicado además de elegante, y que estuviera a la moda de Ictaria. Al menos a lo que ella había interpretado que debía ser, tras su corta experiencia viendo HaFunos deambular por la capital del anillo celeste. Pese a que a cada nueva jornada estaba más convencida que quería ser taumaturga, aquellos recurrentes coqueteos con la costura aún le hacían sentir algo de rencor hacia los pensadores que habían escogido por ella la que sería su profesión.

Se había prometido volver a visitar a nieta y abuelo tan pronto acabase con el tocado, y en cierto modo por eso se estaba dando tanta prisa. Aquél lugar se había convertido de alguna manera en un tabú para ella desde que comenzasen las clases. Estaba deseando volver, pero al mismo tiempo no paraba de buscar excusas para no hacerlo, jornada tras jornada, prohibiéndose un respiro en su vida académica. Aquél inicio de curso no le estaba resultando nada sencillo y, aunque no de manera consciente, se había condenado a sí misma a privarse de todo cuanto no fuera aplicarse en sus estudios y tratar de sobrellevar lo mejor posible la complicada situación social en la que le había puesto el hijo del Gobernador. Ella tenía toda la jornada ocupada, y cuando volvía al molino, lo hacía con el tiempo justo para repasar los apuntes, preparar la cena y agasajar a un Eco cada vez más cansado y macilento.

Llevaba un buen rato enfrascada en sus puntos, cuando atisbó por el rabillo del ojo al curioso animalejo. Ya estaba convencida que no le vería esa jornada, porque él solía acudir mucho más pronto, reclamando su parte del banquete. La joven HaFuna ya había reservado un pequeño pedazo de la comida, y sonrió abiertamente al verle. Resultaba muy complicado advertirlo, debido a la compleja pigmentación de su piel, que se adaptaba continuamente al entorno para protegerle de los depredadores.

Se trataba de unos animales especialmente atípicos, pues carecían de tren inferior. Tan solo tenían dos manitas, con las que a duras penas podrían abarcar la muñeca de un HaFuno con un abrazo, y una larguísima y recia cola prensil con la que se desplazaban de rama en rama en lo alto de los árboles, su medio natural. Eran uno de los pocos animales no domesticados que habían conseguido adaptarse a la vida en el anillo tras la Gran Escisión. Había islas flotantes, sobre todo en las zonas menos pobladas del anillo celeste, donde se habían hecho endémicos, pero incluso aún así, costaba mucho verles, pues eran animales muy escurridizos y asustadizos. Se alimentaban de pequeños insectos, bayas y raíces, aunque realmente se llevarían a la boca cualquier cosa lo suficientemente pequeña y blanda como para poder masticarla.

El pequeño cromatí había bajado al suelo y caminaba lentamente en dirección a Måe, sin apartar su mirada, de intensos ojos negros como la noche total, de ella. Su piel, cubierta por unas escamas blandas a medio camino entre pelo y furo, había adquirido el característico color rojizo de la alta yerba que le rodeaba. La joven HaFuna le distinguió porque esa era una jornada sin viento, y el movimiento del animal, pese a que se esforzaba al máximo por resultar lo más discreto posible, era bastante llamativo. Måe imitó con poco tino el agudo grito de esas bestias para atraerle, y tiró a medio camino entre los dos un pedacito de la empanada que había reservado para él.

El cromatí se quedó quieto un instante al ver impactar el alimento en aquél minúsculo claro entre la yerba, pero enseguida continuó su avance, caminando con sus manitas y su cola de aquél modo tan curioso y característico. Måe le ofrecía palabras dulces, invitándole a deleitarse con aquél manjar, manteniéndose lo más quieta posible para no asustarle. El cromatí llegó hasta el pedazo de empanada, partió un trozo con sus minúsculas manitas y se lo llevó a la boca. Tras comprobar que cumplía sus expectativas gastronómicas, se disponía a coger otro pedazo cuando un ruido le alertó. Salió a toda velocidad en dirección opuesta a Måe y comenzó a trepar hábilmente al árbol más cercano, desde donde la joven HaFuna enseguida le perdió de vista.

            Måe giró ligeramente el cuello y descubrió el motivo por el que el animalejo se había asustado y había huido. A un par de zancadas de ella había una HaFuna vestida con túnica roja, observándola. No tardó en reconocerla. Había cruzado su mirada con la de ella en más de una ocasión en la cantina y por los pasillos de la Universidad, pero nunca habían mediado palabra. La HaFuna inclinó ligeramente la cabeza y dio otro paso al frente.

NÅK – Hola.

comentarios
  1. Meiwes dice:

    Mae en este capitulo me recuerda mucho a una persona xDDDD

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  2. Meiwes dice:

    Recuerdo en la uni que me iba a comer a Palau Reial mi bocadillo y le daba pan a las palomas xDDDD ❤

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