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Publicado: 21 septiembre, 2021 en Sin categoría

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Eco agarró el mantel de la mesa y lo colocó sobre el quinqué. Snï notó cómo de repente todo se oscurecía a su alrededor. Acto seguido comenzó a arder de un color azul intenso, delator de su frustración por perderse cuanto estaba ocurriendo a su alrededor, que a su particular juicio era francamente interesante. Flotó hacia la parte inferior del quinqué para no quemar el mantel, resignado.

            Llevaban un buen rato practicando, y Måe había mejorado sustancialmente. Ahora entraba algo más de viento por los grandes ventanales, y la HaFuna estaba esforzándose al máximo por orientarlo hacia las aspas del molino, hacia el lugar al que Eco le había indicado. En esos momentos entró una fuerte ráfaga por las ventanas, y Måe la aprovechó en su totalidad. Había aprendido las nociones básicas de esa transferencia, y se lo estaba pasando en grande perfeccionándolas.

ECO – Eh, eh, eh. Tómatelo con calma. Enfoca mejor el viento, que al final vas a romper las aspas.

Måe salió del tantra hipnótico al que se había abandonado, e hizo menguar la influencia que ejercía sobre el viento.

MÅE – ¿Pero no era esto lo que necesitábamos?

ECO – Sí, Måe, pero con cabeza. Si nos cargamos el molino, ya te puedes olvidar de ir a Ictaria.

MÅE – Tampoco iba tan rápido…

ECO – Además, si no mides la fuerza, te vas a agotar enseguida, y no vas a poder seguir hasta que te recuperes. La taumaturgia no es un pozo sin fondo.

Måe frunció el ceño. No era la primera vez que Eco mencionaba eso, pero ella jamás se había notado flaquear a ese respecto. Siempre que necesitaba ejercitar su don, él estaba ahí esperándola con los brazos abiertos, y ella estaba convencida que seguiría ahí por más que lo forzase. Era bastante habitual que los aprendices se creyeran más listos que sus tutores. Había ocurrido siempre, y seguiría ocurriendo siempre que quedase un HaFuno sobre sus pezuñas.

MÅE – ¿Pero entonces cómo quieres que lo haga?

ECO – Hagamos una cosa. Empieza poco a poco, y ves haciendo ganar velocidad a las aspas gradualmente. No tenemos prisa. Y… no lo hagas continuado, porque gastas un montón de energía a lo tonto. Intenta que sea intermitente. Tan solo hay tres aspas. Empuja una y para, hasta que tengas delante la siguiente, y entonces vuelve a empujarla. Y así sucesivamente.

            Måe asintió, tratando de poner en orden todas esas indicaciones. Lo intentó, pero mantener la misma cadencia que el molino no era tarea sencilla, y muchas de las veces empujaba el aire al espacio entre las aspas, haciendo estéril su trabajo. A la tercera intentona frustrada, chistó indignada, consciente de sus limitaciones pero enojada de igual modo.

MÅE – Caray. Lo siento.

ECO – ¿Qué dices? Si lo estás haciendo muy bien. Tú no te preocupes. Sigue practicando.

La progresión en adelante fue genuinamente sorprendente. No tardó mucho en perfeccionar el truco, y habida cuenta que se había levantado algo más de viento, consiguió lo que ambos se proponían. Llegó un momento que las aspas iban tan rematadamente rápido, que resultaba prácticamente imposible distinguir unas de otras. Hubieran podido jurar que eran prácticamente transparentes.

ECO – Vale, perfecto. Ahora no pares. ¡Échalo todo!

            Måe se concentró aún más y siguió y siguió echando viendo al molino, cuyas aspas, con aquella forma helicoidal tan característica, no hacían si no amplificar aún más el efecto de aquella increíble corriente de aire. Eco escuchó cómo muchos de los pergaminos y libros que tenía sobre la mesa del ático salían volando, pero no le dio importancia. Ya tendría tiempo de recogerlos más adelante. Estaba gratamente sorprendido por la capacidad de Måe para practicar la taumaturgia. Desde luego, los pensadores no daban puntada sin hilo. Su elección no podía haber sido más acertada.

            Ambos notaron un traqueteo desconcertante, y la isla entera se movió como si un gigante invisible le hubiese dado un manotazo. Måe paró en seco, asustada. El suelo se inclinó ligeramente, y varios muebles se agolparon contra la misma pared. Eco agarró el quinqué justo a tiempo antes que cayese al suelo, del mismo modo que lo hizo todo cuanto no estaba guardado en un armario o en un cajón. La sábana cayó al suelo, y el pequeño fuego fatuo pudo ver de nuevo la luz. Ahora ardía con un color verdeazulado.

MÅE – ¿¡Qué ha pasado!?

ECO – ¡Que lo has conseguido!

La isla del molino por fin había abandonado la órbita del archipiélago de Hedonia. Ahora era un satélite más, navegando a la deriva por el anillo celeste, como si de un expirocombo se tratase. La sonrisa en el rostro de Eco no consiguió tranquilizar a Måe. El HaFuno cerró de nuevo los grandes ventanales y colocó el quinqué en su posición habitual, aferrado al garfio que pendía del techo en el centro del salón.

ECO – Ya hemos roto la sincronía, que era lo más complicado. Ahora lo que tenemos que hacer es dirigir la isla hacia donde queremos.

MÅE – ¿Habías hecho esto antes, Eco?

ECO – Sí, claro. ¿Quién te piensas que diseñó todo esto?

MÅE – No, pero me refiero…

            Måe se quedó pensativa, aún con la boca abierta y el corazón palpitándole a toda velocidad en el pecho por el sobresalto. Eco frunció el entrecejo.

MÅE – ¿Dónde estábamos antes de venir a Hedonia?

ECO – Måe, lo que tenemos que hacer ahora es bastante delicado. ¿Te parece que nos concentremos en mover la isla?

MÅE – Sí. Sí, por supuesto.

ECO – Ven conmigo, va.

            La HaFuna asintió, y Eco abrió la trampilla del suelo. Acto seguido ambos bajaron las escaleras que les llevarían al sótano del molino. Se trataba de una habitación en forma de óvalo, no muy grande, y con todo el perímetro cubierto por grandes ventanales. Estaba literalmente suspendida por debajo de la isla, por lo que ofrecía una visión de trescientos sesenta grados a la redonda. Siempre que Goa venía de visita, las dos amigas dormían ahí abajo. Las redes que utilizaban para capturar animales voladores estaban meticulosamente dobladas en una esquina. Pronto las utilizarían para hacer pesca de arrastre, pero ahora tenían por delante una misión más importante.

ECO – Necesitaré que te quedes en el timón, mientras yo oriento la isla hacia Ictaria, ¿vale?

Måe se apresuró a acatar las órdenes de Eco. Literalmente debajo del timón que había en el salón principal, en esa sala había otro, idéntico en forma y tamaño. La única diferencia residía en que miraba en dirección opuesta. Ambos estaban conectados por un complejo mecanismo de engranajes y poleas, de modo que al desplazar uno, el otro se movía en la misma dirección. Eso les permitiría dirigir la isla sin necesidad de estar físicamente en el sótano.

ECO – Si ves que las aspas pierden mucha velocidad, ponte a pedalear. Ahora ya no hace falta tanta fuerza como antes.

            Måe echó un vistazo a través de la trampilla abierta. Las aspas del molino seguían girando vertiginosamente. Eco se ayudó del sextante para encontrar la dirección adecuada y comenzó a calibrar los elementos del tablero de mandos, muy concentrado en su trabajo. La jornada anterior se había encargado de engrasar todos los engranajes con ese propósito. No las tenía todas consigo, pero el viejo molino parecía seguir en plena forma, pese a cuantos ciclos hacía que se encontraba varado en órbita.

            Eco desató las dos grandes velas que tenían bajo sus pezuñas y las dejó al pairo. Entonces le dio varias vueltas a una manivela, y comenzó a tensar la mayor.

ECO – Vete girando el timón a la derecha, Måe. Estamos yendo justo en dirección opuesta a donde tenemos que ir.

            Måe giró el timón, al mismo tiempo que iba pedaleando. A esas alturas las aspas del molino ya habían perdido bastante velocidad.

ECO – Un poco más…

            Eco miraba alternativamente el sextante y el plano celeste que había extendido cuan largo era sobre el cuadro de mandos.

ECO – Un poco más… ¡Para!

            Måe dejó de girar el timón, pero no paró de pedalear.

ECO – Endereza un poco…

La HaFuna se preguntó por qué Eco no se limitaba a hacer eso él mismo, en vez de estar ahí encorvado, mirando el sextante, pero igualmente siguió sus órdenes.

ECO – Un poco más a la derecha… ¡No, no tanto! Ahí, ahí… Sólo un poco más… Y… Listo. ¡Eso es! Ahora mantenlo firme, que voy a subir un poco.

            Eco comenzó a menear manivelas y a tirar de las cuerdas, y las velas se hincharon, virando el rumbo de la isla en el eje vertical. El archipiélago de Hedonia se mostró en todo su esplendor frente a ellos. Måe contempló aquél pintoresco cúmulo de islas flotantes que conocía tan bien como la palma de su mano. Enseguida se percató que se estaban alejando de él. El hogar que la había visto crecer parecía menguar a ojos vista, y con él todos los bellos recuerdos de una vida entera. La HaFuna no pudo evitar que una lágrima recorriese su mejilla. No se molestó en limpiársela. Eco estaba demasiado atareado para siquiera percatarse de ello. Måe susurró al aire.

MÅE – Hasta siempre.

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