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Publicado: 25 junio, 2022 en Sin categoría

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La joven HaFuna se quedó de piedra ante la revelación de Una. De repente todo empezó a cobrar sentido.

MÅE – Por eso lo debe saber… Claro…

UNA – No lo sé. Supongo… O… quizá lo habrá preguntado en secretaría, vete tú a saber. A ese HaFuno nadie en su sano juicio le llevaría la contraria.

            Otra pieza encajó en su cabeza. Por fin comprendió todas aquellas miradas escandalizadas que obtenía siempre increpaba a Uli, o cuando se defendía de sus recurrentes insultos. Ella debía ser la única en toda la clase que no conociera su origen. Aquél HaFuno, en apariencia insignificante, formaba parte del último eslabón del linaje de los guardianes del Templo de Ymodaba en tiempos de la Gran Guerra, el último bastión de una familia que, aún hoy, era la encargada de proteger aquella vetusta edificación, cuyo contenido era el tesoro más preciado de toda Ictæria, y el motivo por el que ahora ellos se encontraban exiliados en el cielo, por el mero hecho de haber intentado protegerlo.

MÅE – Siento… Siento mucho haber dudado de ti, Una.

UNA – Tú no lo sabías, Måe.

MÅE – Pero entonces… ¿por qué has dejado de hablarme? ¿Te he hecho algo? ¿Es por lo que pasó ayer? ¡Te juro que yo no tuve nada que ver!

            Una la miró a los ojos y tragó saliva.

UNA – Tú no has hecho nada, Måe. Estate tranquila. Olvídate de eso. Es…

            Un nudo en la garganta le impidió seguir hablando. Agachó la mirada, visiblemente nerviosa. Måe estaba francamente sorprendida por la reacción de la HaFuna.

UNA – No sé si contártelo. Es…

MÅE – Pero… ¿qué ocurre? Dímelo, si… te puedo ayudar en algo…

            Una levantó de nuevo el mentón.          

UNA – ¿Te acuerdas de mi madre?

MÅE – Sí, claro. Tengo un recuerdo muy bonito de cuando visité vuestra casa. Tu madre me trató muy bien.

UNA – Mi madre… trabaja criando, amaestrando y vendiendo kargúes. Tiene un negocio bastante próspero, pero… la enorme mayoría de los kargúes los compra el Gobernador, para nutrir a la Guardia Ictaria.

MÅE – Sí. Recuerdo que me lo comentaste.

            Una se quedó unos instantes en silencio, valorando si seguir hablando o mejor marcharse y dejarlo estar. Måe observaba a la HaFuna con el ceño ligeramente fruncido, muy curiosa.

UNA – Ayer cuando… cuando nos dirigíamos al patio, Uli nos vio hablando juntas. Y… luego, por la tarde, después que tú te fueras, nos fuimos unos cuantos a… tomar algo, cerca de aquí. Nos invitó él. Nos… Nos volvió a decir que le habías intentado robar aquél día que os cruzasteis y… bueno, ya te lo imaginas. Nada que no haya dicho estando tú delante. Pero… después, un poco más tarde… se acercó a mí, y… sacó el tema de lo que ocurrió con mi bolsa de cuentas.

            Los ojos de Una estaban más brillantes de lo habitual.

UNA – Me dijo que… él me protegería para que no volviera a ocurrir algo así y… me hizo un comentario que… No he parado de darle vueltas desde entonces. No… No fue una amenaza como tal, pero… me dio a entender que… sería una lástima que mi madre perdiese el negocio que tiene con el Gobernador, con su padre, tan solo porque yo no supiera escoger bien mis amistades.

            A Måe esa revelación le sentó como un puñetazo en el estómago. Su primer instinto fue el de abandonar la sala en la que se encontraba con Una, para enfrentarse a Uli. No obstante, así lo único que conseguiría sería empeorar aún más las cosas para Una. La impotencia era prácticamente dolorosa.

UNA – Yo no le puedo hacer eso a mi madre. ¿Lo entiendes?

            La joven HaFuna tragó saliva y asintió, aún tratando de asimilar toda esa nueva información.

UNA – No… Lo siento, pero… no podemos ser amigas. No podemos seguir hablando… No… No quiero que nos vea juntas. No le podría hacer eso a mi familia, es demasiado arriesgado. Mi padre también trabaja para el Gobierno, y… Lo siento de veras, Måe.

A esas alturas las lágrimas ya habían acudido a los ojos de Una. Resultaba evidente que la HaFuna no lo estaba pasando bien. Måe sintió la necesidad de abrazarla, o siquiera de darle al menos unas palabras de aliento, pero estaba tan sorprendida que no alcanzó a reaccionar. Una giro la cara, sollozando, y abandonó la sala al trote, sin siquiera despedirse de ella. Måe se encontraba a un tiempo triste y furiosa por cuanto Una le había relatado. Pero por más que buscó en su interior, no encontró odio hacia ella. Una tan solo deseaba proteger a su familia. Si había alguien con quien debiera estar enfadada, eran con Uli. Ahora todavía con más razón.

Måe se quedó ahí a solas un buen rato más, escuchando apagarse las voces de los demás alumnos que pasaban por el pasillo, de vuelta a sus aposentos en la residencia de la Universidad, o de camino a Ictaria. Cuando finalmente salió, ya no quedaba ningún alumno con túnica negra a la vista. Eso la apaciguó sustancialmente. No estaba de humor en esos momentos. Se sorprendió gratamente al posar sus pezuñas en la gran plaza frente a la Universidad, por el mero hecho de no haberse cruzado con Uli en su camino hasta ahí, y comprobar que en ésta tampoco había rastro de él ni de ninguno de sus secuaces.

Esa mañana se había prometido pasar por el mercado al salir de clase para saludar a Lia, la agradable hilandera que había conocido hacía tan poco, para agradecerle de nuevo su presente y poder deleitarse con más tranquilidad de las pequeñas obras de arte que exponía en su humilde tenderete. No obstante, tenía demasiadas cosas en las que pensar, y de nuevo escogió un camino alternativo, evitando el bonito mercado al aire libre donde la HaFuna vendía sus hilos en compañía de su abuelo invidente.

Al llegar de vuelta al molino se lo encontró oscuro y frío. Snï estaba durmiendo en su quinqué, brillando con aquél tenue y característico color rosa pálido. Ayudándose de los últimos rayos del sol azul, que pronto abandonaría la bóveda celeste, preparó la cena en silencio, sin poder parar de darle vueltas a la cabeza. Eco tardó bastante en llegar. Tenía cara de cansado. Esa noche apenas hablaron, y ambos se fueron a acostar más pronto que de costumbre.

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