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Publicado: 6 noviembre, 2021 en Sin categoría

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Eco observaba con atención desmedida todo cuanto le rodeaba. Había pasado una eternidad desde la última vez que posara sus pezuñas en la Universidad, y volver a hallarse bajo sus altos techos le estaba permitiendo revivir una etapa apasionante de su vida. Entre esas paredes atesoraba muchos de los mejores y peores momentos que había vivido en su juventud. No hacía más que preguntarse por qué no la había visitado antes, pues había tenido más de una oportunidad durante los últimos ciclos, en sus frecuentes idas y venidas a la capital para entregar mensajes urgentes. Sabía muy bien la repuesta a esa pregunta.

            Todo era igual, y al mismo tiempo todo era distinto. La sensación era francamente extraña, pues su memoria pugnaba por reconocer hasta la última moldura, pero al mismo tiempo era consciente que el paso del tiempo había propiciado una infinidad de cambios que no era capaz de distinguir. Para empezar, la ubicación de la secretaría era diametralmente opuesta a la que él recordaba. Desde la última vez que había estado ahí, la habían trasladado del ala este la quinta planta al espacio preeminente que ocupaba ahora en el vestíbulo principal, con aquél cuidado jardín interior como telón de fondo, lo cual, a su juicio, albergaba bastante más sentido. Ahí fue hacia donde se dirigieron.

            A diferencia del resto de gremios, que tenían centros educativos repartidos por todo el anillo celeste, tan solo existía un único lugar en el que se impartiera la taumaturgia. Así lo había sido incluso en tiempos pretéritos a la Gran Escisión. En gran medida, ello era debido a que la demanda de taumaturgos era ínfima en comparación con la de constructores, carpinteros o herreros. Ese antiguo arte era especialmente útil en época de guerra, pero por fortuna, ninguna había acontecido desde que los HaFunos se vieran obligados a exiliarse en el cielo, huyendo de los HaGrúes, tanto tiempo atrás.

            Era mucho más difícil acceder al gremio de taumaturgia que a cualquier otro, por lo cual los HaFunos más jóvenes jamás soñaban siquiera con ingresar en él, pues la probabilidad que lo consiguieran era prácticamente despreciable. Måe había reflexionado mucho a ese respecto desde que el gobernador Lid le transmitiera la buena nueva, pero de un tiempo acá, ya lo había asimilado como parte de la realidad, y había dejado de preguntarse por qué se habían fijado en ella, y no en cualquier otro de sus compañeros, para esa empresa.

            La joven HaFuna sentía latir con fuerza el corazón bajo su pecho. Todo era nuevo para ella, y por más que le había hecho mil y una preguntas a Eco durante el largo trayecto de Hedonia hasta el continente, cuanto ahora le narraban sus ojos morados nada tenía que ver con la imagen que ella se había formado. La escala del edificio superaba con creces sus expectativas, el nivel de detalle de los grabados de las paredes era abrumador, el brillo del mármol que cubría el suelo, indescriptible… todo le estaba resultando apasionante. Lo que más le llamó la atención, no obstante, fue el atuendo de todos cuantos ahí trabajaban o estudiaban. Nadie le había prevenido para eso.

            Cada uno de los HaFunos miembros del gremio, ya fueran estudiantes o docentes, lucía una túnica con idéntico corte, pero distinto color. Las había amarillas, moradas, carmesíes, azules y blancas, al menos que ella hubiera podido ver en el brevísimo lapso de tiempo que había transcurrido desde que cruzara en compañía de Eco el umbral de aquellas descomunales puertas.

Con un sistema que podía recordar en cierto modo al de las cuentas con las que pagaban por los bienes, todo apuntaba a pensar que el color de las túnicas debía segregar a quienes las vestían de un modo u otro. En el caso de las cuentas, la traslación era literal; una cuenta de deperrita, un mineral rojo y de escaso valor, era mucho menos valiosa, y pesada, que una de tetramida. La joven HaFuna estaba llena de dudas, que se agolpaban unas encima de otras a medida que pasaba más tiempo ahí dentro. Por fortuna, no tardaría mucho en desvelarlas.

En esos momentos la secretaría estaba libre. Eco acompañó a Måe, pero en el último instante se quedó atrás. Sacó la carta de asignación de gremio del macuto que siempre llevaba consigo y se la entregó a la joven HaFuna. Ésta la cogió, dubitativa. Eco le hizo un gesto para que se dirigiera a la secretaria, que había estado observándoles divertida desde que entrasen al edificio. Måe se aproximó al mostrador, que estaba mucho más alto de lo que ella hubiera deseado. En ocasiones su baja estatura le jugaba malas pasadas.

MÅE – Muy buenos días.

SECRETARIA – Que Ymodaba sea con vos. ¿En qué puedo ayudarle?

            El fuerte olor al incienso que estaban quemando en un cuenco sobre el mostrador la hizo arrugar el hocico. Måe entregó la carta de asignación de gremio a la secretaria. Ésta la abrió con delicadeza, y estudió su contenido con detenimiento.

MÅE – Vengo a ingresar en la Universidad. He sido seleccionada para iniciar las clases de gremio en esta institución.

            La secretaria frunció ligeramente el ceño. Echó un vistazo a la joven HaFuna, y volvió a mirar la carta. Måe estaba hecha un mar de nervios.

SECRETARIA – Muy bien. Necesitaré que lea con detenimiento el siguiente formulario y que me lo devuelva debidamente cumplimentado y firmado. Si es tan amable…

            La secretaria le entregó un pergamino y una pluma a Måe, y le invitó a dirigirse a una zona no muy lejos de ahí, donde había cómodas y mullidas butacas así como pequeñas mesas bajas, donde algún que otro HaFuno, vestido con aquellas elegantes túnicas, aguardaba a un compañero rezagado, o tomaba una infusión caliente. La joven HaFuna se dirigió a donde le habían indicado, seguida de cerca por Eco. Tomó asiento y comenzó a leer, mientras su acompañante se alejaba de ella y comenzaba a deambular por el vestíbulo, distraído y ensimismado.

            Mientras leía aquél extenso y farragosamente escrito documento, bajo cuya firma se comprometía a seguir las normas de la Universidad y a hacer un uso responsable de la taumaturgia, así como a no desvelar los secretos que se impartirían en las clases que en breve comenzarían, Måe vio entrar a otra HaFuna por la puerta principal. Le llamó especialmente la atención su atuendo. No llevaba un vestuario presuntuoso como el de los HaFunos locales, ni tampoco lucía una de aquellas túnicas. De hecho, su vestido se parecía bastante al de cuerpo entero que llevaba ella puesto en esos momentos.

            Måe vio cómo la HaFuna se dirigía a secretaría y cómo entregaba una carta, idéntica a la suya, a la misma secretaria que le había atendido a ella. Tras una breve conversación entre las dos, la HaFuna se dirigió hacia donde se encontraba Måe, y se sentó en la butaca que había junto a la suya, luciendo una brillante sonrisa en el rostro. Era algo más alta que ella, y sus astas, por más que aún bastante incipientes, estaban más desarrolladas que las suyas.

UNA – ¿Tú también eres nueva aquí?

            Måe le devolvió la sonrisa, y asintió, mientras Eco las observaba a las dos junto a una de las grandes columnas que soportaban el alto techo del vestíbulo.

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